El ínterin

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Bridgette era una chica de cabellos azabaches como las noches de París. Siempre esbozaba una sonrisa brillante y demostraba su existencia con sus saltos llamados erróneamente pasos y la alegría que destilaba a su alrededor, saludando y contagiando su humor.

Al final del día, solo terminaba cansada y sin poder evitar notar al único chico que, tenso, desviaba la mirada cuando pasaba. Aunque no le importaba lo suficiente para hacer algo al respecto, así que lo dejaba pasar.

Este particular muchacho era Félix Agreste, un compañero de clase de la inolvidable chica. Él sentía curiosidad por ella, pero se podría decir que los días soleados y brillantes no eran de su agrado, y al considerar a Bridgette algo similar, descartaba cualquier instinto que le dijera que se acercara a conocerla.

No. Él no quería hablarle. Ella no haría nada más que...

¿Pero la conocía para saber qué haría?

Félix nunca había sentido esta necesidad de interactuar con alguien. Porque se sentía cómodo entre las páginas de libros o con Ladybug.

Ella, con quien se suponía que debía tener un amor recíproco para deshacerse de la maldición de su anillo, era suficiente.

(...)

A Bridgette le encantaba la gente. Le encantaba ver cada una de las caras aparentemente buenas que se presentaban en su camino hacia el Lycée y saludarlas para que varias las saludaran de regreso. Algo que era suficiente para ella.

Cuando un chico de cabellos rubios como el sol pero semblante serio como las nubes grises se cruzó en su camino y extendió la mano hacia ella, Bridgette entró en pánico internamente al mismo tiempo que la estrechaba como él quería y oía su nombre.

-Brid... gette -respondió, sin que su sonrisa flaqueara y tratando de no tropezar al hablar.

—¿Querés ir a la cafetería de esa esquina? —Le preguntó sin rodeos, a lo que Bridgette asintió.

Ya lo había vislumbrado en el Lycée, en la cafetería que señalaba Félix había una considerable cantidad de personas, así que se encogió de hombros sin que el chico la viera.

Quizá no sería tan malo pasar el rato con él.

(...)

No había mucho que comentar acerca de la salida casual de Bridgette y Félix, eventualmente la azabache se soltó más al mismo tiempo que el rubio se obligaba a sacar conversación y pronto el café dejó de tener importancia y las palabras valieron más.

¿Quién sabía que una persona como Bridgette, que sacaba charla hasta de las más absurdas nimiedades, podía lograr que Félix se acordara de los labios que formaban sonrisas e intentar contenerlos para evitar esbozar una?

Esa noche, antes del usual patrullaje de Ladybug y Chat Noir, Tikki atacó a Bridgette con preguntas cuya mitad no supo responder.

Solo sabía que un saludo no era nada comparado con una conversación. ¿Quizá los saludos amistosos con Chat Noir podrían ser reemplazados con una frase, al menos por parte de ella, quien casi ignoraba al felino?

(...)

—¿Ladybug?

El gato negro extendió la mano hacia mariquita inalcanzable a la altura de su nariz, casi temeroso de tocarla y perturbarla.

Nunca se atrevía a insistirle a su compañera de batallas que pocas palabras le dirigía. Pocas hasta ahora.

—¿Qué pasa, Chat Noir?

La catarina dio la vuelta y las cintas en su pelo danzaron armoniosamente hacia su espalda al tiempo que las orejas del gato subían al igual que su sorpresa.

—¿Ve esta rosa, tan roja como mis sentimientos hacia su persona, que a diferencia de ellos se marchita?

Sacó su mano izquierda de su espalda y la extendió hacia la heroína de rojo mientras que dejó caer su derecha hacia su costado.

—Quiero que se quede con esta flor, ma lady, que la atesore como si fuera eterna y la cuide como si se pudiera. Quizá pronto mi anhelo a ser correspondido desaparezca con mi corazón como esa rosa se desvanece día a día. Solo quiero una respuesta y que me la diga ahora con esta rosa intacta en tus manos y mi corazón en la boca: ¿valgo la pena?

Penosa confesión, elaboradas palabras. Chat lo sabía y no le importaba: iría al infierno mismo si su lady se lo pidiera y no le asustaba en lo más mínimo.

—¿Por qué no solo, hasta que esta rosa muera bajo mis manos, me conoces y te conozco?

—Pero el disfraz, la clandestinidad... Ladybug...

—No tiene que ser impedimento mientras no nos llamemos por nuestros nombres, chaton.

Ladybug inclinó las esquinas de sus labios hacia arriba y recibió la flor, oliéndola con un rubor en sus mejillas mientras empezaba a derramar frases en relación con los akumas ya combatidos.

Solo un comienzo.

Coleccion de FeligetteWhere stories live. Discover now