Bridgette, ¿y los siete qué?

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¡Hola! Solo quería aclarar que, a pesar de desviarme basarme en varias versiones de Blancanieves, me baso en mis recuerdos y me guío por mi inspiración. Este es un fanfic, así que, ¡Disfruten!

Como de costumbre, la princesa tomó un descanso de sus tareas y se dirigió hacia uno de sus lugares favoritos, aquel que ella llamaba el pozo de los deseos, inmaculado y capaz de traerle paz y millones de posibilidades.

Las aves también le hacían compañía, se posaban en el borde y se inclinaban como ella para estudiar su reflejo, aquel que revelaba una realidad sin importancia, siempre a merced de su optimismo, pues allí se podía apreciar a una muchacha cuyo cabello corto y azabache lucía quebradizo y despeinado, y cuyo vestido gris y roñoso se encontraba lleno de parches y manchas y, sin embargo, también se vislumbraba la gran sonrisa que adornaba su pálida cara y sus ojos llenos de vida que luego eligieron mirar a su alrededor, a cada pájaro, tan pequeño, tan... alegre...

Y cantar... Cantar como si su madre no hiciera de su vida privilegiada una plagada de incomodidades cuando se le daba la gana.

«Y deseo —deseo deseo—.» Magulladas por sus trabajos domésticos, sus manos se sumergieron en el agua y de ellas tomó rápidamente un sorbo antes de apartarse del pozo y caminar por el verde pasto y entre los pocos árboles, casi dando saltos y sintiendo el aire fresco desde la punta de sus descalzos pies hasta su cincelado rostro.

Pájaros rodearon sus manos en un intento de posarse sobre ellas mientras corría hacia el muro que rodeaba el castillo y contemplaba treparlo, saltarlo... tan solo ver a través...

Vio una cabeza rubia asomada sobre el mismo y dedujo que al otro lado del muro de piedra el suelo era más alto que aquel en donde estaba parada.

Preparándose para llamarle la atención, alzó su mano derecha, despidiendo a un pájaro azul mientras quien fuera que estuviera al otro lado ya volteaba su cabeza en su dirección y ensanchaba sus ojos, quizá a causa de su lamentable apariencia.

Qué buena primera impresión.

—¡Hola! —saludó, nerviosa.

Se quedaron mirando unos segundos más hasta que la muchacha desaliñada volvió sobre sus pasos en una apresurada carrera envuelta en el canto de los pájaros y el chico, guiado por su curiosidad, se decidía a saltar el muro y seguir el sonido de su voz hasta el pozo de los deseos.

Este los distanció unos tantos metros, un poco disminuyendo el estado cohibido de la de azabaches cabellos.

—¿Qué estaba haciendo?

Él no sabía que ella era más de lo que parecía. Le parecía raro que se hubiera dirigido hacia su persona con cierta confianza y luego se hubiera marchado sin más.

—Siempre quise saber lo que hay más allá del muro... —La añoranza en su voz baja le sacó una sonrisa pero no la impasibilidad de sus ojos celestes.

Prometieron volver a verse.

[...]

Entre su negra cabellera, negro vestido y oscuros ojos, lo único destacable en la reina era su dorada corona y sus rojos labios, siempre fruncidos a pesar de tener la certeza de que su belleza sobrepasaba la de cualquier mujer.

Aquel día, como en cada otro, se dirigió hacia su espejo mágico y consultó sobre quién era la más hermosa de todas, pero como pocas veces había osado hacer, el espejo le dijo que ella no. Y como en las otras pocas ocasiones, se le mostró a su hija y la reina trató de serenarse.

En esta ocasión Bridgette aún no vestía las ropas que la reina había elegido para ocultar su belleza, ni su rostro estaba cubierto de tierra, ni sus cabellos despeinados ocultaban sus brillantes ojos.

Coleccion de FeligetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora