13

1.1K 223 44
                                    

s e p t e m b e r

El primer lunes de vacaciones desperté a las seis de la mañana a pesar de no tener que hacerlo. Los nervios me corroían. Ese día, Tiana se iba a Irlanda del Norte a ver a su tía, por lo que aproveché mi madrugón para acompañarla al tren que la llevaría a Leeds, que era donde estaba el aeropuerto. El día anterior había estado allí mismo, despidiéndome de Tanner, que se iba a Londres una semana.

Y, en esa misma estación, sería dónde recogería a Conway una hora más tarde.

Durante las vacaciones de primavera se quedaba mucha gente en la residencia, ya que no todo el mundo podía irse a visitar a sus familias ya fuera por tiempo o por dinero. Era una universidad con muchos alumnos de fuera y era lógico que, por ejemplo, los estudiantes que vinieran de California no se fueran. No teníamos ni dos semanas de vacaciones y algunos incluso tenían exámenes que estudiar.

La hora que me quedó después de despedirme de Tiana, la dediqué a lo evidente: alistar mi habitación de la residencia. Siempre estaba ordenada, pero me encargué de cambiar las sábanas y las fundas de las almohadas, además de ir a comprar algo de comida de más para tenerla en mi mini nevera.

¿Que por qué cambiaba las sábanas? Porque había convencido a Conway de que se quedara en York al menos una noche, a pesar de las quinientas veces (literalmente) que se negó porque no quería incomodarme.

Cuando acabé de hacerlo todo, abrí las ventanas y tapé la vela que había tenido encendida todo el rato. Quería ventilarlo todo un poco por si a Conway no le gustaba ese olor de vainilla con flores. Si no le gustaba, estábamos jodidos, porque mi habitación entera olía así, mi ropa olía así, yo olía así...

Miré la hora y vi que no debía quedar demasiado para que llegara, así que me abrigué, cerré la ventana para que la habitación no estuviera helada cuando viniéramos, y salí de casa. Agarré mi móvil del bolsillo de la chaqueta mientras bajaba las escaleras y le mandé un mensaje a Conway, con el que ya había hablado cuando se subió al tren.

September: Voy saliendo para la estación. ¿Tienes idea de cuánto puede quedarte?

Salí de la residencia con el móvil en mano y fue entonces cuando fui consciente de los nervios que llevaba manejando toda la mañana y que había tratado de ignorar. Las manos me sudaban y las rodillas me temblaban, pero, por primera vez en mucho tiempo, no eran nervios malos y quise disfrutarlos un rato más.

La estación de tren de York estaba a quince minutos caminando, diez si iba a paso ligero, desde la residencia, así que apuré un poco el paso por si le faltaba poco. Aunque, cuando recibí su respuesta, aminoré la marcha.

Conway: La señora que tengo en la fila de al lado me ha dicho que veinte minutos, veinticinco como mucho😬

September: ¡Perfecto! Cuando bajes del tren y cruces las vías, verás que hay un Burger King y encima las pantallas informativas de la estación. Estaré por allí.

Conway: Tengo un sentido pésimo para la orientación. Espero no perderme...

September: Sigue a la gente, todos irán hacia el mismo lado. Llegarás perfectamente, ya verás. La estación es pequeña.

No tardé mucho en llegar a la estación. Como llegué antes de tiempo, me paré en The Duke of York, una pequeña cafetería que estaba fuera de la estación. Me pedí un café con leche, sin cafeína a poder ser, y me senté en una mesita con el café en las manos y el pie golpeteando el suelo una y una y otra vez por culpa de los nervios.

Esa sensación en el estómago parecida a las mariposas que tanto hacía que no sentía, el corazón latiéndome más rápido de lo normal y las rodillas temblorosas fueron para mí un gozo a pesar de lo evidente, que era sufrimiento que traían unos nervios. Pero hacía tanto que no sentía unos nervios que no fueran a llevarme a un ataque de ansiedad, que no pude dejar de sonreír en todo el rato de lo feliz que estaba por ello.

55 días de septiembre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora