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c o n w a y

El cuarto mes del año había llegado con una muy buena temperatura, dentro de lo esperado siendo Londres una ciudad fría y apagada desde los orígenes de los orígenes. Me había atrevido a salir de casa sin chaqueta, solo con un jersey, y había sido todo un acierto. Disfrutaba de esas frías temperaturas, no quería ni podía quejarme un poco.

Aprovechando que ese día el cielo estaba menos encapotado que normalmente, pasé uno de mis descansos fuera de la facultad, en uno de los bancos de piedra. Aproveché para comenzar a subrayar apuntes, pues en un mes serían los exámenes finales y yo no era de los que estudiaba el día antes. Además, no voy a negar que me quería preparar bien los temas en los que September cojeaba, pues si algo quería a parte de aprobarlo todo yo, es que lo hiciera ella también. Si era con una nota más alta, mejor aún.

―Ey.

Levanté la cabeza de mis apuntes y vi a Edmund sentándose a mi lado, dejando su maletín en el banco y estirando bien las piernas.

―¿Cansado?

―Más bien muerto, tío.

Edmund era el hijo de la mujer de mi padre, con la que se había casado un año y medio atrás; es decir, mi hermanastro. No había llevado mal el divorcio de mis padres, pues fue simplemente porque la llama se apagó y lo hicieron de forma amistosa, sin demasiados abogados de por medio, ni dramas, ni discusiones. Había aceptado la relación de papá con Isabelle sin ningún problema, pues todo lo que quería es que él estuviera bien y feliz, y si lo estaba con otra mujer, pues adelante. Con Edmund tampoco tuvimos problema alguno a la hora de relacionarnos. De buenas a primeras ya congeniamos, pues teníamos el arte como amor en común. Tan en común que incluso era mi profesor en la optativa de Historia del Cine, asignatura que se me daba bastante bien.

―Anoche me pasé horas y horas corrigiendo. He dormido solo de cuatro a seis y media. No sé qué quiero más, si morirme o dormir.

―No siento pena alguna por ti. Eso no te ocurriría si no dejaras las cosas siempre para el último día.

Puso los ojos en blanco y me dio un codazo que no se molestó en que llegara lo suficientemente fuerte como para que me doliera al menos un poco.

―¿Qué haces? ―me preguntó desabrochándose un poco la chaqueta.

―Repasar Iconología e Iconografía.

―Pero si aún no estás de exámenes.

―Lo sé, son en un mes. ―Lo miré―. No soy de estudiar el día antes, como otros.

―Eres un muermo. ―Puso los ojos en blanco.

―Y tú tienes treinta y seis años, compórtate como tal, hombre. ―Rei.

Vi que volvía a estirarse un poco, tanto de piernas como de brazos, y suspiró cansado. Definitivamente, necesitaba una buena siesta. Edmund siempre era muy energético, de aquí para allá sin parar, charlatán...

―¿Cómo vas con esa chica? ―preguntó entonces, tras un bostezo.

Sí, sabía lo de September. No todo, solo que hablaba con una chica del norte del país. Tuve que contárselo para que me cubriera y buscara una excusa de caras a mi padre y su madre, los cuales habían insistido como locos para que los acompañara en las vacaciones de primavera. Les dije que iba a visitar a alguien, pero creían que era una falsa excusa, así que recurrí a mi botón de emergencias particular: Edmund.

―Bien, allí sigue.

―¿Ya no hay nada?

―Sí, hablamos cada día.

55 días de septiembre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora