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s e p t e m b e r

¿Sabéis esas personas con las que desarrolláis una gran complicidad nada más conocerlas? ¿Esas personas que, cuando hablas con ellas, parece que llevan en tu vida desde el principio y en realidad solo han estado allí desde hace relativamente poco?

Conway era una de esas personas.

Nos habían bastado unas pocas horas para sentirnos tan cómodos como para abrazarnos cuando quisiéramos, incluso dejar algún que otro beso en la mejilla del otro (en la barbilla por mi parte, pues era tan alto que no solía llegar a él). Me transmitía mucha confianza y seguridad en mí misma, y además me entendía sin tener siquiera que hablar, lo cual consideraba un poco peligroso dado que la relación que me gustaría tener con él no debería estar yendo hacia ese camino.

Tras nuestra visita a la catedral, fuimos a una cafetería que me gustaba mucho y, tras tres cafés y una larga charla, llegó la hora de la cena. Y, después de eso, la hora de visitar un pub a petición suya. Debería haber escuchado la fama de los pubs de York.

Lo pasamos bien, bebimos dos cervezas cada uno y nos conocimos más aún si cabe.

―¡Oh! Entonces eres un año mayor que yo ―dijo Conway pensativo, cuando ya estábamos de camino a la residencia, charlando y siguiendo la conversación que habíamos dejado en el pub.

―Ajá. Yo cumplo los veintitrés en agosto.

―Mm... Y yo cumplí los veintidós en enero. Vaya, pensé que éramos de la misma edad.

―Y lo somos, de momento.

―Hasta dentro de unos meses.

―Exacto... ―Lo miré―. ¿Te supone algún problema?

―Por supuesto que no ―se apresuró a decir, pasando su brazo por mis hombros―. Solo me ha sorprendido porque daba por hecho que éramos del mismo año.

Sentí sus labios en mi cabeza y cerré los ojos un segundo. Bueno, dos, quizá.

Llegamos a la residencia antes del cierre. Y menos mal, porque me había dejado la llave de la puerta de entrada dentro del dormitorio. Subimos y, una vez en la habitación, nos deshicimos de los abrigos.

―Estoy muerto. ―Suspiró Conway.

―Yo un poco también ―admití.

―Voy a cambiarme.

Cuando se encerró en el baño, me deshice rápidamente de la ropa, quedándome solo con unas braguitas, y me vestí con un pantalón de pijama y una sudadera. Esperé que Conway saliera para lavarme la cara y los dientes, cosa que ya parecía haber hecho él.

Me alisté en un par de minutos y me lo encontré deshaciendo un poco la cama para meterse en ella. Me miró.

―¿Cuál es tu lado? ―preguntó con una sonrisa ladeada mientras me hacía un moño en lo alto de mi cabeza.

―El derecho, el que no está pegado a la pared.

―Perfecto.

Dio un salto hacia el interior de la cama y se arropó. Sonreí ante esa imagen y agarré mi móvil para ponerlo a cargar. Gateé por la cama hasta tumbarme en mi lado, arropándome con las sábanas y la manta, y miré a Conway, que se estaba acomodando. Apagué la luz, la cual tenía al lado del cabecero, y nos quedamos a oscuras, con solo la pequeña luz de emergencia dando algo de claridad.

―¿No te resulta raro? ―susurró al cabo de un minuto en silencio, en el que permanecí quieta, como un palo.

―¿El qué?

55 días de septiembre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora