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s e p t e m b e r

Tener las canciones de Billie Eilish como banda sonora de vida las últimas semanas quizá no había sido de mucha ayuda para levantarme el ánimo.

Estaban siendo días complicados, pero que poco a poco iba deshaciéndome de ese velo de irritación que me había echado encima. Las visitas al psicólogo del campus era cada vez más frecuentes, pero me estaban ayudando mucho. Él había sido el receptor de toda mi frustración y me alegraba que así fuera, pues no quería que ésta se viera evocada en las personas que quería, tal y como eran Tanner, Tiana y Conway, pues no lo merecían.

Con Rain hablaba un par de veces a la semana y le contaba todo: mis avances, mis mejoras, mis recaídas, todo. Él me escuchaba y, como siempre, no me juzgaba. En su voz notaba las ganas que tenía de que me mejorara y de que la situación en general lo hiciera, pues quería subir a York para verme. Y yo también lo quería. Lo necesitaba. Pero no quería exponerle ante el loco de Washington.

Era jueves por la mañana cuando hice mi último examen. Era el único que me quedaba, pues lo había suspendido y me habían dado otra oportunidad con él gracias a que mi psicólogo pasó parte al profesorado de mi situación, que no era más que un estrés desmesurado y cuadros de ansiedad reiterados. Porque, sí, había tenido más de un ataque. Por suerte, el señor Allen me había enseñado técnicas para controlarlos y me estaba viniendo de lujo.

Mientras vaciaba mi bolsa encima de la cama, mi móvil sonó en una llamada. Lo miré y vi que era Liv, Olivia, la mejor amiga de mi hermano. Automáticamente me invadió una mala sensación. Muy mala.

―Dime, Liv ―dije rápidamente, mordiéndome la uña del pulgar.

―Rain está... está en el hospital, September.

Esa mala sensación se convirtió en una realidad.

―¿Cómo? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está?

―Estábamos en gimnasia y de golpe se ha agarrado el pecho, le faltaba la respiración y se ha caído al suelo. Se lo han llevado al hospital. Aún no sé nada porque se lo han llevado hace literalmente cinco minutos. Los profesores están avisando a tus padre y yo acabo de escaparme por el patio trasero del instituto para ir al hospital y llamarte a ti antes que a nadie.

―Eres la mejor, Liv, de verdad. Muchísimas gracias. Tranquilízate, ¿vale? ―murmuré más nerviosa yo que ella, pero fingiendo que no era así.

―Sé que es complicado para ti, pero...

―Estaré allí en menos de tres horas ―le aseguré―. Mantenme informada de mientras, por favor.

―Lo haré. Si necesitas hablar durante el viaje... ya sabes.

―Gracias, Liv.

Nunca había hecho las cosas como si fuese a cámara rápida. En tiempo récord metí dos mudas de ropa en mi bolsa de deporte, agarré cuatro cosillas necesarias más y mi cartera y móvil antes de salir de la residencia corriendo como nunca había corrido antes. Ni cinco minutos tarde.

Me vi corriendo en dirección a la estación y mi cabeza no se paró ni un momento a pensar en lo que estaba ocurriendo, en que estaba a punto de ir a Londres después de cuatro años, en que mi hermano era probable que hubiese tenido un putísimo infarto con menos de dieciocho años... Creo que mi cabeza estaba en shock, pero mi cuerpo reaccionaba a la perfección.

En la estación compré un billete para el tren que salía en menos de cinco minutos hacia Londres, lo cual me tranquilizó pues significaba que en una hora y cincuenta y ocho minutos estaría en la estación de tren de Londres.

55 días de septiembre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora