Prólogo

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El hermoso vestido blanco brillaba con los rayos de sol que se filtraban por las ventanas de la habitación del hotel. Me escudriñé en el espejo tratando de distraerme, pero no había caso, no podía dejar de pensar en él. «¿Dónde estaría?». Dejé el ramo de flores sobre el tocador convenciéndome de que lo mejor era posponer mi boda.

Sentí el crujido de la puerta abriéndose y mamá asomó la nariz tímidamente.

—¿Cómo te sientes, cariño? —preguntó cerrando detrás de sí—. Luces preciosa.

Yo sabía que ella estaba haciendo lo mejor para ignorar la angustia e intentar que este día fuera lo más perfecto que se pudiera. Sin embargo, nos faltaba algo muy importante y era un vacío que no se llenaría jamás. Le sonreí con tristeza y me volteé hacia la ventana. El enorme jardín con su fuente en el centro quería dibujarme la felicidad, mas yo me sentía muy lejos. Ella tomó mi mano y la sostuvo entre las suyas dándole un beso.

—Volverá.

—¿Cómo lo sabes?

—Él nunca rompe sus promesas —mamá me abrazó y una lágrima bajó por mi mejilla.

Un colibrí se posó en la maceta de margaritas del balcón batiendo sus alas durante unos segundos y se alejó a toda velocidad. Aún pensaba en la pequeña ave cuando mi teléfono sonó y me hizo volver al presente, era un mensaje del organizador anunciándome que saldríamos en una hora. Yo le respondí que estaba bien y volví a esconderme en el hombro de mamá.

—¿Y si lo postergamos? —murmuré.

—Oh, cariño —me hizo un mimo.

—No va a llegar.

—Dale un poco más de tiempo —me secó la cara con cuidado para no borrar mi maquillaje—. Confía en mí.

Mamá trató de ser optimista y me ayudó con el corsé y la cola del vestido, me acomodó el velo para que cayera delicadamente sobre mi cabello y ajustó el lazo de mi cintura.

Martin apareció desde el cuarto contiguo con la cara seria momentos después.

—¿Por qué tengo que usar esta ropa? —protestó luchando con los tirantes que sostenían su pantalón negro.

—Porque es la boda de tu hermana.

—Y además te ves muy adorable —añadí yo y él hizo un gesto fingiendo enojo antes de acercarse para abrazarme—. Tú traerás los anillos, ¿sí?

—¿Y si se me caen?

—Martin... —lo reprendió mamá.

—¿Qué? —repuso él apartándose—. Podría pasar.

—Lo harás bien —le revolví el cabello castaño como el chocolate en tono juguetón, me encantaba hacerle eso.

Él protestó alejándose y yo me quedé observando mi reflejo.

—Me gusta que tus ojos sean grises, Sisie —comentó sentándose en uno de los sofás que había.

—Pues muchas gracias —le hice una reverencia—. A mí me encanta que los tuyos sean verrones.

—¿Verrones? —me miró confundido—. ¿Qué clase de color es ese?

—Uno muy especial —me acomodé a su lado—. ¡Es único! Solo conozco a dos personas que lo tienen.

—¿Quién es la otra? —inquirió con curiosidad y mamá suspiró mientras terminaba de preparar el ramo de jazmines blancos.

Yo abrí la boca para contestar, pero el sonido de la puerta abriéndose nos interrumpió. El sargento Thompson tenía un semblante de genuina incredulidad y sin soltar el picaporte, pronunció las palabras que tanto habíamos deseado escuchar desde entonces.

—Lo encontraron.

Si no estuvieras túDove le storie prendono vita. Scoprilo ora