Capítulo 3

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Seis meses después de esa noche

De cara a la pared abrazando mis rodillas, pensaba. Contando las veces que había fallado, que había mentido, que había decepcionado. Olvidé el momento en que perdí la noción del paso del tiempo, sencillamente no quería saber. No obstante, las marcas que había hecho en la pared me indicaban que hacía como veinticuatro o veinticinco semanas que no veía a Jude.

—Entonces, esta vez sí me pasé... —dije para mí mismo hundiendo la cabeza.

Si bien no era la primera ocasión que me encerraban «ni la última seguramente», las cosas lucían diferentes. Por alguna razón, parecían más graves y no me refería al hecho de que hubiera un homicidio en medio, lo que pensaran el resto de las personas a mí mucho no me importaba. Cerré los ojos y me apoyé contra los fríos ladrillos grises.

Vinieron a buscarme para almorzar, pero no quise salir y ellos deslizaron una bandeja con sobras que apenas probé. Cada tanto me enviaban con el médico de la prisión porque les preocupaba mi creciente pérdida de peso junto con mi desgano general. También estaban al tanto de que ya no me ejercitaba y que me la pasaba sentado observando la nada o durmiendo.

—¿Qué ocurre, Samm? —permanecí en silencio con la mirada gacha—. Samm... —insistió la psicóloga—. Me han informado que te niegas a comer, que hace bastante que no entrenas y que rara vez sales al patio —hizo una pausa—. Hablé con el doctor y dice que tus análisis no arrojan resultados sobre enfermedades u otras afecciones.

—Mmh...

—¿Hay algo de lo que quisieras hablarme?

—No realmente...

—¿Y por qué siento que no me estás diciendo la verdad? —me encogí de hombros y ella suspiró hojeando la carpeta que tenía sobre la mesa—. Aquí dice que no has recibido visitas desde que llegaste. ¿Cómo es la relación con tu familia? —silencio—. ¿Tienes amigos?—silencio—. ¿Qué me dices de Jude?

—No lo sé...—Repasé tu expediente, Samm. Tu condena no será eterna, son solo doce años.

—Qué alentador... —murmuré con ironía.

—Todavía serías relativamente joven. Sin embargo —ella continuó —parece que te negaras a seguir. ¿Por qué? Aún tendrías mucho por delante, puedes hacer un montón de cosas.

—¿Con qué motivo?

—Ser feliz.

—No creo estar destinado para la felicidad —dictaminé antes deponerme de pie para que me llevaran de vuelta a mi celda.


Los días que siguieron pasaron sin más. «Solo es tiempo que se escapa como arena en un reloj, pero al menos la arena tiene un propósito. ¿Cuál es el mío?». Ya no le encontraba sentido a nada y todo comenzaba a darme lo mismo. «Si igualmente nada me sale bien y siempre es por mi culpa», «No merezco ser amado». «Mi vida no tiene motivos». Los médicos sugirieron que lo mejor para mí era un tratamiento con antidepresivos y terapia, no obstante, me rehusé a cooperar con la terapeuta y aunque fingía que tomaba mis pastillas, en realidad las arrojaba por el lavamanos para no causar problemas. Ellos no vieron ninguna mejoría y su diagnóstico final fue que yo me rebelaba contra cualquier tipo de ayuda y que tal vez lo mejor sería dejarme tranquilo y esperar a que terminara rindiéndome y accediendo a colaborar con la especialista.

—Es como si quisiera dejarse morir —los escuché comentar una mañana.

¿Tan difícil era entender que simplemente quería estar solo? «Nadie me quiere, no hace falta que finjan interés en mí. Únicamente lo hacen porque es su trabajo». Estaba dormitándome envuelto en la frazada con mis pensamientos negativos recurrentes cuando el ruido del cerrojo me hizo despertar ligeramente sobresaltado.

Si no estuvieras túWhere stories live. Discover now