Capítulo 2 - Espejismo ficticio

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Sadira entrena con una veintena de jóvenes, aunque todos mayores que ella, combate personal. No se le da especialmente bien pero lo intenta con una constancia de admirar. Aunque pocos de sus golpes alcanzan su objetivo, es bastante buena asimilando y resistiendo los que recibe. Está en la sede de los Misioneros; un edificio algo abandonado pero que a sus ojos resulta de lo más inspirador. Al fin y al cabo, es su formación en ese lugar lo que le permitirá algún día convertirse en misionera terrestre. Los misioneros son los únicos ángeles que mantienen un contacto directo y frecuente con la Tierra y los humanos que viven en ella, por lo que tienen vía libre para poder bajar siempre que lo deseen.

—Bien, ahora acercaos todos, por favor —anuncia uno de los instructores. Los alumnos obedecen y se disponen en una fila horizontal—. En esta ocasión vamos a finalizar la clase con un ejercicio diferente.

Sadira, situada en uno de los extremos, empieza a sentir un cosquilleo nervioso. Sabe que "ejercicio diferente" supone explorar las habilidades ocultas de los ángeles, algo en lo que ella no destaca en absoluto.

Los dos instructores, un hombre y una mujer de apariencia también juvenil, se colocan frente a los alumnos. Seguidamente, el chico les coloca uno a uno una venda que les cubre los ojos en su totalidad, inhabilitándolos por completo. Al llegar a Sadira efectúa el gesto con una delicadeza especial. Lo siguiente que percibe es simplemente silencio. Aunque no lo ven, la chica ha sacado un objeto de su bolsillo. El hombre se explica:

—Me tenéis que decir qué tiene Mirta en la mano.

Se escuchan murmullos nerviosos, pero nadie llega a emitir palabra. Todo lo que alcanzan sus miradas es negro y más negro, y les sorprende que les exijan una actividad tan avanzada a las pocas semanas de entrenamiento.

—Sois ángeles, así que no dependéis de vuestros ojos para ver —ante la inacción de los alumnos, Jey decide aportar algo más de información—. Si de verdad queréis ser misioneros no podéis limitaros a las capacidades humanas.

—Mirad más allá —le asiste su compañera—. concentraos en visualizar el objeto entre la oscuridad.

Sadira se focaliza en su objetivo con firmeza. Sabe que el único motivo por el que la han admitido en esa clase tiene nombre de persona, y no piensa defraudar al único ángel que ha vislumbrado algo de luz en ella. Transcurren unos segundos de pura concentración, pero en cuanto comienza a vislumbrar alguna parte de la imagen que tiene en frente la visión rápidamente se desvanece. Uno de los chicos, rendido ante la evidencia, se quita la venda con pesar. Al descubrir el objeto en cuestión suelta un poco creíble:

—¡Lo sabía!

Sus palabras incitan al resto a hacer lo mismo, motivados por la curiosisdad. Pronto Sadira es la única en conservar la venda, que dedica a la actividad toda su atención. Al fin ha conseguido mantener estable la borrosa imagen que antes se difuminaba en cuestión de segundos. Mentalmente, dirige la mirada a la mano de la chica, pero no ve nada. Y he ahí la respuesta.

—No tiene nada —suelta tímida, y al instante se quita la venda para confirmarlo.

El resto de alumnos no parecen estar muy satisfechos con que sea ella la única en completar el ejercicio. Pero Sadira se alegra enormemente por su progreso; quizá su título de misionera no esté tan lejos como pensaba.

—Bien hecho, Sadira —le alaba Jey, y se dirige al grupo al pronunciar lo próximo—. Repasad el ejercicio para mañana.

Los alumnos recogen sus cosas y se marchan de la Sede. Sadira hace lo propio, y al salir por la puerta alcanza un largo pasillo blanco con infinidad de puertas iguales. Está en la Ciudadela, la única ciudad del cielo y donde se desarrolla la vida de todos los ángeles. Fue construida con el origen de los ángeles terrenales y para su ubicación se escogió el lugar más iluminado del reino. Toma varias rutas con decisión, pues tiene una parada en mente que quiere hacer antes de volver a casa para comunicarle a Marx su progreso en la escuela.

Los TerrenalesWhere stories live. Discover now