Capítulo 7 - Abali

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Sadira sostiene la carta mirándola con gran fijación. Está sentada sobre una roca y con Canal frente a ella, pues el mensajero no puede marcharse del lugar hasta asegurarse de que su misión ha concluido satisfactoriamente.

—¿Seguro que no puedes decirme quién la manda?

El elfo niega con la cabeza de forma rotunda y Sadira vuelve la vista a la carta. De un momento a otro la abre rápidamente y saca de su interior un pergamino algo deteriorado. Lo lee detenidamente aunque con los latidos acelerados.

—¿Y bien? –pregunta Canal. Aunque no está bien visto que los mensajeros pregunten por el contenido de sus cartas la curiosidad no le ha dejado otra opción.

—Son unas instrucciones... —comienza con voz entrecortada—. No, es una lista de ingredientes. Los ingredientes para un conjuro. Pero unos muy difíciles de conseguir, casi únicos. Y no sé de qué conjuro se trata —Sadira le tiende papel—. ¿Tú lo sabes?

Pero Canal no lo acepta.

—No se nos permite leer nuestros comunicados.

—Venga ya, si te he contado lo más importante.

—Bueno, eso no incumple las normas —expone en un tono cómico.

Sadira abre la boca para responder pero de pronto el papel roto que envolvía la carta comienza a parpadear de forma intermitente. Canal lo recoge del suelo. Sadira advierte de que es la carta abierta lo que conduce a los mensajeros de vuelta a su reino.

—Parece que mi tiempo aquí llega a su fin. Pero debo decir que me lo esperaba peor, ángel oscuro.

En esta ocasión Sadira no ignora su acusación.

—No soy un ángel oscuro —dice convencida—. La luz sigue siendo mi energía vital. De hecho, estoy segura de que la zona negra lo sabe y que por eso me ha elegido como su guardiana.

—Te ha elegido como su guardiana porque le has hecho una promesa que sabes que no puedes cumplir —Sadira levanta las cejas disconforme—. Se aferra a un clavo ardiendo porque siempre es mejor que perder toda esperanza. Y tú eres ese clavo, evidentemente.

—Soy más que un clavo, elfito. Como guardiana me corresponde un poder que no pienso desperdiciar.

Los parpadeos de la carta comienzan a hacerse más frecuentes al mismo tiempo que su brillo se intensifica, anunciando el inminente teletransporte. Canal aproxima la carta a su cuerpo con firmeza.

—¿Volveremos a vernos? —le inquiere Sadira.

—Solo si tienes un mensaje que transmitir —sus palabras no le confieren demasiada confianza a la joven y Canal repara en ello—. Pero puedes invocar a los mensajeros en cualquier momento y en cualquier lugar.

Sadira asiente complacida. Agita la mano en señal de despedida y Canal le devuelve el gesto. Un último parpadeo deshace la carta en infinitos fragmentos de luz que envuelven al ser y lo volatilizan en cuestión de segundos.

Sadira suelta un suspiro. Desearía que la estancia de Canal se hubiera prolongado algo más de tiempo. Pero aunque vuelve a ser la única presencia en el lugar no se siente en completa soledad. De alguna forma, el espíritu de la zona negra le acompaña.

Dirige la mirada al desgastado pergamino que aún sostiene con la mano derecha. Si alguien se ha tomado tantas molestias en hacérselo llegar es que debe ser importante. Su aspecto antiguo, amarillento y algo cuarteado sin duda lo confirma. ¿Pero quién? ¿Y por qué hacerlo de forma anónima? Echa un último vistazo a su contenido; están enumerados en una fila vertical los ingredientes necesarios para llevar a cabo un conjuro. Un conjuro que la propia carta no se molesta en especificar. ¿Por qué iba a reunir los ingredientes que detalla si ni siquiera sabe qué función tiene el hechizo? Quizá lo intentaría si fueran materiales sencillos de conseguir, pero habla de artefactos de los que ni siquiera ha oído hablar.

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