Capítulo 20 - Corona de conchas

44 17 11
                                    


Solo llevan unas horas de travesía y las fuerzas de muchos ya comienzan a menguar. Tanto, que se han visto obligados a detenerse en mitad de un sendero fantasmal. Están tan faltos de energía que la mayoría de viajeros descansan sobre rocas o se amparan de árboles para no caer rendidos. Sadira observa la escena afligida; no puede evitar sentirse responsable del estado de sus visitantes.

—Me habéis pedido el camino más directo, no el más iluminado —se anima a decir finalmente, en un intento por eximirse de parte de la culpa.

—¿Estás de broma? —Jey es el único que, como ella, se mantiene en pie sin aparente dificultad.

—Es que no entiendo tanta fatiga. Esto no debería estar pasando ya —la Guardiana se aproxima a Lumelia, probablemente la más afectada del grupo, y se arrodilla ante ella. Con cuidado y afecto, la sacude del hombro para intentar sacarla de la somnolencia—. Lumi, por favor, dime cómo te sientes.

La chica tarda unos segundos en reaccionar, pero finalmente entreabre los ojos. Sus pupilas dedican unos instantes en adaptarse a la penumbra y enfocar el rostro de Sadira. Después, le lleva otro momento hacer sinapsis y recordar su petición.

—Sin fuerzas... los músculos no me responden y la mente... se anula —declara débilmente, sujetándose la cara con las manos. Sus ojos no tardan en cerrarse de nuevo—. Solo quiero dormir...

Sadira le agradece el esfuerzo y le ayuda a recostarse sobre la roca, que Abali impregna de un musgo esponjoso para volverla más cálida y agradable. Se encamina hacia Jey y ambos se alejan del grupo para mantener una conversación que nadie alcance a escuchar. Ya están los ánimos suficientemente decaídos y lo último que pretenden es agravar la incertidumbre.

—Son signos avanzados de falta de Luz. Yo tardé semanas en presentar los mismos síntomas, y Abali era mucho más oscura por aquel entonces —menciona alarmada pero sin alzar la voz.

—Somos servidores de la Luz, Sadira. La necesitamos para sobrevivir. En grandes cantidades y en buenas condiciones —el chico eleva la vista al cielo, atendiendo a la maraña de árboles que hacen de cúpula—. Y la poca que penetra en este lugar parece estar contaminada.

—A mí no me eches la culpa. Sabías a lo que nos enfrentábamos al atajar por aquí.

—¿Perdón? Tu deber era precisamente despejar la oscuridad de nuestro recorrido.

—¡Y eso he hecho! Este sendero era mucho más sombrío antes. He retirado gran parte de su oscuridad y la he concentrado en los caminos circundantes. Pero mi influencia es limitada; puedo alterarla, no hacerla desaparecer. La oscuridad se ha infiltrado en cada átomo de este lugar y lo único capaz de revertir esa incursión es el conjuro con el que todavía no me has ayudado a progresar.

El chico suspira con pesadumbre. Sus ojos bailan de un lugar a otro de las órbitas mientras por su mente divagan distintas alternativas, aunque ninguna consigue establecerse.

—Debe haber algo que podamos hacer. Es demasiado tarde para retirarnos ahora.

Las ideas de Sadira también discurren sin cesar. Ella es la Guardiana, y como tal, debería haber previsto un problema tan evidente que amenaza una necesidad tan esencial. Pero la manera de solventar la situación acaba siendo la más obvia posible: les ayudará con lo mismo que le ayudó a ella a sobrevivir.

—Si lo que necesitáis es luz pura en abundancia... quizá exista una forma de conseguirla. ¿A que sí, Abali?

La Zona Negra presiente sus intenciones. Tan pronto como Sadira termina de hablar, una gruesa liana emerge de las profundidades, la sujeta por la cintura y la eleva varios metros sobre la superficie. En pocos segundos atraviesa la coraza de hojas y ramas y una luz solar, tenue pero purificada, comienza a bañar su piel descubierta. Podría hacer lo mismo con el resto: elevarlos hasta una altura suficiente para recibir directamente algunos rayos de sol. Eso les ayudaría a reponer parte de su energía vital, pero ni de lejos aseguraría reservas para la noche, porque la tarde está ya muy avanzada y los rayos del crepúsculo se manifiestan con mucha menor fuerza que los de las primeras horas del día.

Los TerrenalesWhere stories live. Discover now