Capítulo 6 - Elfo mensajero

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Sadira avanza por un camino pedregoso con ambas manos sujetando un mapa de grandes dimensiones. O al menos eso es lo que aspira a ser, porque para fabricarlo ha utilizado un fragmento de la tela de su propio vestido, que ha cortado a nivel de la rodilla. Intenta cartografiar la zona en la que se encuentra, anotando el relieve, las masas de agua y diversos lugares de interés. El fondo blanco del plano permite distinguir fácilmente los dibujos que hace en representación de las características del lugar.

Ya lleva casi tres cuartos de la zona negra cartografiados, así que pronto podrá dejar de deambular y escoger el lugar que más le conviene para su asentamiento. Aunque internamente ya ha decidido qué zona tomará como su nuevo hogar; pues aquella en la que penetró un rayo de sol tres semanas atrás parece estar recibiendo más y más con el paso del tiempo.

Eso le ayuda a sobrevivir. Eso, y que al parecer el lugar no está tan muerto como ella pensaba. De hecho alguna que otra vez incluso alcanza a ver un pájaro surcando los cielos o una ardilla trepando ágilmente hasta su madriguera. Ambos de pelaje o plumaje negro, sí, pero seres vivos al fin y al cabo.

Este territorio lleva tanto tiempo inexplorado que se está llevando varias sorpresas a medida que lo inspecciona. Pero pocas tan inesperadas como la que está a punto de experimentar.

Viniendo por el extremo opuesto del camino por el que transita se encuentra con una criatura de muy baja estatura que se ayuda de un bastón para caminar. Ambos se mantienen la mirada unos segundos sin pronunciar palabra alguna. Finalmente, Sadira deduce que debe ser un producto de su imaginación resultado de su prolongada soledad y, en respuesta, continúa la marcha ignorándolo por completo.

—Nadie me da la espalda y vive para contarlo, ¡ingenua!

El duendecillo, enfurecido, utiliza su bastón para atacar a Sadira, pero la onda oscura que emana el artefacto resulta ser poco eficaz contra la joven.

—Así que un ángel oscuro... —deduce el ser—. debería darte vergüenza. Iba a eliminarte pero parece que ya lo has hecho tú solita.

Sadira ignora sus acusaciones. Solo puede reparar en que, si es un ser oscuro, proviene del infierno.

—Entiendo que tanta oscuridad te haya confundido, pero esto sigue siendo el cielo, ¿sabes? —rompe una rama del árbol más cercano y se la tiende intimidante a modo de arma—. ¡Así que vuelve a donde correspondes!

La criatura aparta la rama sin esfuerzo.

—Lo haré encantado, en cuanto cumpla mi misión.

—¿Tu misión?

—Pues claro. Soy un elfo mensajero.

—¿Mensajero?

—¿No os enseñan nada de ahí abajo o qué?

El silencio de Sadira le sirve de respuesta. El elfo suspira molesto.

—Ya sabes, dile eso a tal, lo otro a no sé quién... Los seres como yo nos pasamos la vida haciendo de intermediarios.

—Pues qué aburrido.

El elfo ignora su comentario.

—Estoy buscando al guardián. Me han dicho que aquí lo podía encontrar. ¿Le has visto?

—¿Al guardián? ¿Qué guardián?

—Y yo qué se, es lo único que pone en la carta, ¿ves? —se la muestra y, efectivamente, lo único que dice la carátula es «para el guardián».

Sadira hace el gesto de ir a por la carta.

—Dámela, si lo veo se la entrego.

Pero el elfo la aparta velozmente.

Los TerrenalesWhere stories live. Discover now