Capítulo 25

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Ethan Ashworth

A pesar del frío que se filtraba por las capas de ropa, las personas no dejaban de llegar con sus mejores galas a aquel histórico edificio de pilares blancos, muy similares a los templos Cohryos. Nobles, miembros de la alta burguesía y algunos comerciantes que habían hecho hasta lo imposible para tener el honor de presenciar la genialidad del gran maestro de maestros. Un hombre que había encantado reinos enteros y ganado el favor de reyes a través de sus composiciones y talento sin igual.

Las piezas de Arnold Thornton destilaban energía y hacían erizar la piel; lo sabía porque yo pertenecía al selecto grupo que ya había disfrutado de su trabajo. Después de todo, ambos éramos admiradores del otro y siempre podía contar con una invitación cada vez que a ese zorro caprichoso se le ocurría aparecer.

―Su señoría, ¡qué bueno verlo esta noche! ―saludaron de repente.

―Sir Richard, lady Keighly ―contesté a la pareja que me había mostrado su respeto―. Me alegra verlos esta noche.

―Sabe que somos apasionados de la música y esta noche promete. Así que no me detuve en cobrar un par de favores ―dijo el barón.

―Por supuesto.

―Queremos aprovechar el momento, milord, para felicitarlo por sus futuras nupcias ―dijo la dama―. Lo leímos esta mañana en el diario y debo decir que me alegro mucho por usted. Una muchacha loable, distinguida y preciosa, sin lugar a dudas... aunque nos sorprendió saber que la estaba cortejando.

Ya había perdido la cuenta de las personas que se me habían acercado ese día, como respuesta al anuncio publicado en la primera columna de la sección de sociales a pedido mío. Desde luego, había preparado respuestas que enaltecían la inteligencia, la belleza y la capacidad de Mia para convertirse en una excelente condesa, y que me dejaban a mí como un hombre enamorado; lo cual debería ser suficiente para dirigir los rumores hacia lugares seguros. Sin embargo, la mayoría buscaba cavar entre mis palabras para descubrir cualquier cosa escandalosa que pudiéramos estar ocultando y alimentar los murmullos que ya rondaban sobre nosotros.

Sabía que ella era una mujer fuerte y tenaz, no tenía duda de ello, pero algunos de los chismes eran bastante destructivos: algunos la clasificaban como arribista y otras cosas que en verdad no quería ni recordar. Dejé libre un pesado suspiro cuando la pareja se alejó; las palabras inyectadas de envidia podían hacer mucho daño y yo no quería que los ojos de Amelia perdieran ese precioso brillo de inocencia y alegría. Mucho menos esa noche tan esperada por ambos.

―¿Preocupado, querido? ―Esa vez, no sentí desagrado ante la nueva intervención.

La mujer que se había acercado llevaba su cabello negro recogido, y mostraba un deje de picardía en esa sonrisa ladeada tan suya. Le mostré mi cortesía antes de responder:

―Un poco, lo admito.

―No tienes por qué, después de todo, has elegido con esto ―señaló mi pecho y añadió en un susurro―: ¿No es así?

―Lo he hecho, querida hacedora.

―Entonces no hay de qué preocuparse, además, nuestra lady Suspiros es muy capaz.

No me sorprendió de ninguna manera que hubiera descubierto la identidad de Amelia, pues la perspicacia y la inteligencia de la duquesa de Fairclough eran tan famosas como sus letras... y solo habría que sumar el uno más uno para darse cuenta. Mi caso, por el contrario, había sido distinto: un accidente del cual no me arrepentía, pues gracias a eso habíamos cultivado una gran amistad tanto dentro como fuera de la Sociedad.

―Pude ver parte del ensayo de lo que nos espera esta noche, debes estar emocionada.

―Oh, claro. Thornton me ha hecho muchas promesas y más le vale que las cumpla.

La dama de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora