Capítulo 34

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Para cuando descendí del carruaje, las dudas habían sido suplantadas casi en su totalidad por un espíritu de pelea. Así que, con barbilla en alto, enfrenté las altas paredes de piedra grisácea que deseaban someterme; porque como me había dicho mi padre tiempo atrás: "no era poderoso aquel que se imponía, sino quien se ganaba lealtades por la nobleza de su corazón".

No había nada que temer.

—¿Preparada?

Aun cuando el rostro de mi prometido parecía sereno, en su boca estaba presente el inicio de esa curvatura que destilaba seguridad. Lo imité y tomé el brazo que me ofrecía.

—Más que lista, milord.

—Entonces terminemos con esto de una buena vez.

Miré sobre el hombro a mi querida doncella y le sonreí llena de seguridad. Así, la dejamos atrás y avanzamos hacia la morada de nuestro contrincante sin vacilar; la puerta se abrió antes de tomar la aldaba y apareció un hombre canoso que parecía haber estado vigilándonos desde las ventanas.

―Su excelencia los está esperando en su despacho ―fue su saludo.

Sin desperdiciar ni un segundo, lo seguimos y en el trayecto me di el permiso de observar el lugar en busca de cualquier cosa que pudiera revelarme la clase de persona que era Charles Bennington. La opulencia podía respirarse en cada objeto decorativo, con ello quedaba en manifiesto que para el duque era importante manifestar su estatus desde el mismo instante en que se entraba a su morada.

—La mujer de allá. —Ethan susurró y cabeceó al frente.

Una criada que parecía limpiar uno de los cuadros al final del pasillo, nos observaba con disimulo: debía ser el contacto que le había pasado la información a los agentes de lord Reever. Un movimiento casi imperceptible de su cabeza fue copiado por mi novio; después se movió hacia otro cuadro.

—Todo estará bien —musitó.

Eso significaba que nuestros protectores debían ya estar ubicados en los alrededores de la mansión. Con eso en mente, sería mucho más sencillo afrontar a lord Chadwick.

A la mitad del largo corredor, el mayordomo tocó la puerta de la derecha un par de veces. La respuesta grave se escuchó desde el otro lado, como si fuera una especie de rugido:

—Que pasen.

El anciano abrió y con un ademán nos indicó que continuáramos por nuestra cuenta. La expresión de Ethan se transformó en un segundo: ya no estaba a mi lado el joven encantador ni tampoco el escritor apasionado, sino el hombre que había logrado amasar una fortuna cuantiosa que superaba las arcas de muchos duques. Era el conde de Wemberly que exudaba tal poderío y seguridad, que podría doblegar a quien fuera con tan solo una mirada suya.

Y yo debía mostrar la misma fortaleza. Moví mi cuello para dejar ir la rigidez, enderecé los hombros y seguí los pasos de mi prometido al interior.

El fuego en la chimenea estaba encendido, pero no por ello le daba calidez a la elegante estancia de paredes caoba. Sí, había estanterías repletas de libros que hubieran hecho suspirar a cualquiera, cuadros dignos de estar en alguna galería y una magnífica escalera de caracol que llevaba a un segundo piso; no obstante, en cada rincón de ese despacho se sentía el dominio del hombre que encontré detrás del escritorio. Tendría a lo mucho unos cincuenta y cinco; las cejas platinadas que enmarcaban los pozos oscuros que nos escudriñaban, se plisaban de tal forma que las arrugas se marcaban en su frente... y por ello podía decir que esa expresión reinaba con frecuencia en ese rostro adusto de mentón fuerte.

La dama de medianocheWhere stories live. Discover now