Capítulo 28

218 40 30
                                    

Mi padre siempre nos decía que no había un cielo más hermoso y azul que aquel que aparecía luego de una tempestad. Esa frase pasó a formar parte de mi ser y era una de las principales enseñanzas que trataba de transmitir en mis novelas. Retrataba caminos llenos de riesgos, accidentes, muchos sueños y piedras en el camino; para que, al final, el amor fuera ese factor que, sin importar cuantas veces se cayera mi protagonista, lo impulsaba a levantarse porque, frente a él o ella, estaría la mano de esa persona especial que lo alentaría a vivir.

Era mi manera de llegar a quién me leyera, de decirle que el amor brillaba para todos por igual ya fuera en los ojos de un amante, de un hijo o de un amigo; un sentimiento tan poderoso que todo lo podía. Por eso, me parecía irónico que justo en el momento en el que debía mostrárselo al hombre que amaba, no sabía cómo hacerlo. Más que todo porque al estar frente a ese retrato, las inseguridades se convirtieron en dagas que me hirieron como nunca antes.

Claire... al fin sabía su nombre.

En el lienzo ambos lucían felices, maravillosos, y sonreían a ese futuro que les fue arrebatado por la aparición del frío y cruel ángel de la muerte. Y no necesité preguntar para saber lo que tantas veces me había preguntado... él la amó. Mucho. Lo vi en su sonrisa melancólica y en la caricia que le dio al retrato.

Dios, había tomado su mano y pedido que me revelara sus demonios, pero no dejaba de ser acosada por los míos. ¿Podría yo... hacerlo sonreír de esa manera también? ¿Podría yo llenar ese vacío que ella dejó en su corazón? ¿Podría yo... hacer que la olvidara?

―Los jardineros de los Berkel reacomodaron varias plantas para darle el lugar de honor que se merece nuestra dama. ―Sus palabras me sacaron de mis pensamientos―. Me aseguraron que el año que viene podremos tener nuestro propio espectáculo.

―Eso... sería muy lindo. ―El intento de sonrisa fue más una mueca incómoda que, afortunadamente, él no apreció por tener la vista en el centro del invernadero.

Después de eso, el silencio nos hizo suyos. Incómodo y asfixiante, me hizo debatir entre si debía o no romperlo, aunque no deseaba que se viera como una presión de mi parte. Apreté mis manos al frente y me obligué a esperar hasta que él encontrara las palabras adecuadas. No tardó mucho más en darse vuelta y en su rostro encontré una expresión que oscilaba entre la decisión y un pedido de perdón.

―El motivo por el que te traje aquí es porque quiero que este lugar se convierta en nuestro símbolo. ―Caminó hasta colocarse frente a mí―. Amelia, quiero que este sea nuestro templo de osadía. El lugar al cual recurramos para llenarnos de valor cuando lo necesitemos; justo como ahora, ¿lo comprendes?

Quise decirle que sí y que yo deseaba lo mismo a pesar de todas las incertidumbres que tenían sometido mi corazón. No obstante, sabía que mi voz me traicionaría, así que me limité a asentir.

―Después de esto, puede que tu percepción de mí cambie ―suspiró y desvió la mirada, incómodo―. También tengo que advertirte que la sutileza no suele formar parte de mis palabras cuando hablo de mi pasado. Generalmente, pierdo el control como pasó hace rato... Así que me disculparé de antemano.

Con su nuevo silencio me otorgó a mí la decisión de si quería o no continuar con esa plática. Siendo honesta, no sabía si tenía el coraje suficiente para ello... porque no solo debía ser valiente el que revelaba, sino también el que escuchaba.

Mi atención se desvió a ese punto donde habían colocado varias macetas de las cuales sobresalían hojas alargadas, justo en el centro de aquel recinto. No había nada de especial en ellas, de por sí había flores que atraían mucho más por sus colores fuertes como el naranja y el rojo; no obstante, con el debido cuidado, esas hojas se convertirían en frondosos arbustos de los cuales surgirían los botones blancos de las valerosas damas.

La dama de medianocheHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin