Capítulo 27

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Ethan Ashworth

A medida que la pluma dejaba su húmedo rastro, mis ideas cobraban sentido y se entrelazaban para definir el rumbo de la aventura que deseaba emprender. Era el hilo argumental que había tratado de construir sin resultado y que por fin transmitía lo que yo deseaba.

El corazón de mi nueva historia latía con fuerza frente a mí y era grandioso. Tan sublime que el pasar de las horas se había hecho imperceptible y el silencio que antes me había desquiciado tanto, dejó de importar.

―Necesito escenas intensas en este punto si quiero que el clímax sea como lo imagino ―musité sin dejar de escribir.

Cuando la idea para una nueva novela surgió en mi cabeza tantos meses atrás, lo hizo con un objetivo: reinventarme. Quería provocar en los lectores mucho más que excitación; deseaba emocionalidad, colores, temblores y melodías, justo como hacer el amor, pero nada de lo planteado me dejaba satisfecho. El peor enemigo de un escritor hizo acto de presencia para alimentarse sin piedad de mi creatividad y de mis temores.

Y al querer reencontrarme con mi inspiración, busqué en los lugares menos esperados; sin embargo, no fue hasta mi regreso a Aurennor que hallé luz en las páginas del dueño de los suspiros del reino. Un "hombre" capaz de plasmar gestos tímidos que hablaban por sí solos, y personajes que se adoraban en el secreto de una mirada y caricias ocultas.

El don que tenía Hayden era precioso y hasta envidiable, porque todo aquel que lo leía experimentaba en su piel y en su corazón el surgimiento de un amor que, con el pasar de las hojas, se volvía indeleble y hasta palpable. Y eso era precisamente lo que yo quería lograr, junto con las sensaciones que dejarían a mis lectores saciados y felices.

Así, urdí un plan para atraer al Amo de los Suspiros a mí y sacarle sus secretos, sin saber que terminaría yo enredado en esa red... Atrapado por su cabello arrebolado y ojos inocentes, tan dulces como el almíbar.

Amelia se convirtió en esa respuesta a mis plegarias, mi fuente de agua divina, el complemento que había buscado para lograr mi propósito. Y estaba tan convencido de ello que estaba fijando de una vez cuáles serían sus partes y cuáles serían las mías, porque lo que estaba en esas hojas de papel, trazaba la fusión perfecta de nuestros estilos.

―Este será el punto en el cual se conocerán y de aquí iremos hacia el primer nudo... aunque tendré que preguntarle si las circunstancias están bien planeadas para fomentar el romance desde allí ―me debatí y luego sonreí.

Ni en mis sueños más inverosímiles me imaginé a mí mismo en colaboración con alguien más, ya que era muy celoso con mis ideas. Las compartía con Alex porque era mi editor y no me quedaba de otra... Prorrumpí en una franca carcajada porque en ese instante solo quería terminar el diagrama para mostrárselo a la dama responsable de tal maremoto creativo. Incluso me sentía tentado a llevarlo en la noche a su casa y discutirlo en cualquier momento que tuviéramos libre, aunque enseguida lo descarté. Era nuestra cena de compromiso y no nos darían ni un segundo de privacidad; no cuando seríamos el centro de atención y ella se lo merecía, desde luego.

―Mañana.

Me froté las manos, animado, y seguí trazando y conectando las ideas. Debía avanzar lo más que pudiera y lo que quedara en el aire por falta de tiempo, lo dejaría anotado para que no se me olvidara.

La inspiración me absorbió tanto que no me interesó nada del exterior hasta que, de repente, la puerta de mi despacho se abrió sin aviso. Al ver a mi madre ingresar cual vendaval, lo primero que pensé fue que había estado encerrado el tiempo suficiente para que entrara en nervios. Dirigí la mirada primero a la ventana por la cual todavía entraba luz y luego al reloj que reposaba sobre la chimenea; apenas eran las tres de la tarde y no debíamos estar en la casa de los Harding hasta las ocho.

La dama de medianocheWhere stories live. Discover now