Capítulo 3.

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Brigitte

Cuando llegaron al saliente, Brigitte no sabía si había firmado sus sentencia de muerte.

El acantilado descendía más de veinticinco metros. En el fondo se extendía una versión pesadillesca del Gran Cañón del Colorado: un río de fuego que se abría camino a través de una grieta de obsidiana irregular, mientras la reluciente corriente roja proyectaba horribles sombras en las caras de los acantilados.

Incluso desde lo alto del cañón, el calor era intenso. Brigitte no se había quitado de los huesos el frío del río Cocito, pero en ese momento notaba la cara irritada y quemada. Respirar le exigía cada vez más esfuerzo, como si tuviera el pecho lleno de poliespán. Los cortes de las manos le sangraban más. Su pie, que casi se había curado, parecía estar lesionándose de nuevo. A cada paso que daba hacía una mueca de dolor. Suponiendo que pudieran bajar hasta el río de fuego, cosa que dudaba, su plan parecía verdaderamente descabellado.

—Eh... —Percy examinó el acantilado. Señaló una diminuta fisura que avanzaba en diagonal desde el borde hasta el fondo—. Podemos probar con ese saliente. Tal vez podamos bajar.

No dijo que sería una locura intentarlo. Se las arregló para mostrarse esperanzado. Brigitte se lo agradeció, pero temía estar arrastrándolo a su perdición por segunda vez. Ese pensamiento no la ayudó para nada. Claro que si se quedaban allí morirían de todas formas. Habían empezado a salirles ampollas en los brazos debido a la exposición al aire del Tártaro. El entorno era tan saludable como la zona de una explosión nuclear. Así que realmente no perdían nada, aunque nuevamente, ese pensamiento no ayudó a que se sintiera mejor.

Percy descendió primero. El saliente apenas era lo bastante ancho para apoyar el pie. Sus manos buscaban cualquier grieta en la roca vítrea. Cada vez que Brigitte ejercía presión sobre su pie lesionado, le entraban ganas de gritar. Había arrancado las mangas de su camiseta y había usado la tela para envolverse las manos manchadas de sangre, pero sus dedos seguían resbaladizos y débiles.

Varios pasos por debajo de ella, Percy gruñó al llegar a otro asidero.

—Entonces... ¿cómo se llama ese río de fuego?

—Flegetonte —respondió ella—, deberías concentrarte en el descenso.

—¿Flegetonte? —Él siguió bajando a lo largo del saliente. Habían recorrido aproximadamente un tercio del camino hasta el fondo del acantilado; todavía se encontraban lo bastante arriba para morir en caso de que se cayeran—. Suena a animal africano.

—Por favor, ma douce , no me hagas reír —pidió ella.

—Solo intento quitarle hierro al asunto.

—Gracias —gruñó ella, y por poco le resbaló el pie herido en el saliente—. Moriré de la caída pero riendo, suena poético incluso...

Siguieron descendiendo, avanzando paso a paso. A Brigitte le escocían los ojos del sudor. Los brazos le temblaban. Pero, para gran asombro suyo, llegaron al fondo del acantilado.

Cuando alcanzaron el suelo, Brigitte tropezó. Percy la atrapó. Le sorprendió lo caliente que el chico tenía la piel. Le habían salido forúnculos en la cara, de modo que parecía un enfermo de viruela.

Brigitte veía borroso. Notaba la garganta como si le hubieran salido ampollas, y tenía el estómago encogido como un puño.

« Tenemos que darnos prisa» , pensó.

—Solo hasta el río —le dijo a Percy, tratando de evitar que el pánico asomara a su voz—. Podemos conseguirlo.

Avanzaron tambaleándose por encima de resbaladizos salientes de cristal, rodearon enormes cantos rodados y evitaron estalagmitas que los habrían empalado si se hubieran resbalado lo más mínimo. Su ropa andrajosa echaba humo a causa del calor del río, pero siguieron adelante hasta que cayeron de rodillas en la ribera del Flegetonte.

The heroes of Prophecy.Where stories live. Discover now