Flores que Crecen Entre Charcos o Buenos Días, Morgan.

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A mi abuela.

<<Pero nuestro amor era más fuerte

que el amor de nuestros mayores,

que el de muchos más sabios que nosotros,

y ni los ángeles del cielo, allá arriba,

ni los demonios, en las profundidades del mar,

podrán jamás desgajar mi alma

del alma de la hermosa Annabel Lee.>>

-<<Annabel Lee>>. E. D. Poe.

<<Allí el tiempo se ha torcido y las distancias engañan al ojo humano, induciendo al viajero a caminar en círculos. El aire, húmedo y espeso, a veces huele a flores, a hierbas, a sudor de hombres y alientos de animales. >>

-<<Eva Luna>>, I. Allende.

Ocho malditos reunidos.

Uno por cada año de espera.

Se miran, se miran...

... Se limitan a respirar.

Unos no entienden,

Otros no se van.

Ocho Malditos se enfrentan,

Para que el octavo pueda recordar.

Uno llora de pena,

El maldito no se acuerda.

Ocho malditos se miran.

Ni uno más se necesitará.

La campana ha sonado

Para que todo vuelva a empezar.

-Buen día.

-Buen día.

...

El tiempo no importa ya, tampoco el lugar. Suele anochecer muy pronto...

El sol, orgulloso de su grandeza, se hizo presente en el cielo tras un prolongado inverno. De a poco calentó las trémulas plumas de mi cabeza haciéndome despertar como a los florecientes labrantíos de yuquilla. Desde la elevada copa de un jabillo, con los arremolinados bucles de vapor que escapaban sobre mis ojos distinguí que, al igual que el viejo astro, Edgar Piar, sobrino de la Sra. Nailea Ross, volvía a recorrer la húmeda campiña a las afueras de Corpus luego de una larga ausencia.

Cada vez era más monótono.

Descendí para seguirles.

El recatado carruaje de ornatos dorados avanzaba sin intención de detenerse. No obstante, uno de los caballos paró en seco, haciendo que Edgar y el muchacho a su lado se sobresaltasen y que el primero casi soltara las bridas. El otro se inclinó sobre la rueda para notar que el camino se había tornado un espeso pantanal a consecuencia del tifón de la noche anterior. Se acomodó en su asiento indicándole a su hermano que lo mejor sería volver y buscar una bifurcación.

Edgar no dio más respuesta que un par de parpadeos. Se restregó los ojos como quien acaba de despertar y encaminó a los caballos para que salieran del fango con el mayor cuidado posible.

...

En la casa Ross se corría de un lado a otro colgando ropa mojada, botando el agua de gotera de las cacerolas por las ventanas y escurriendo el resto por las juntas de la madera del piso. Con las faltas olvidadas y las razones de su ida dejadas en el polvoriento armario se preparaban para la llegada de los jóvenes. Era el momento para la reconciliación, aunque ninguno lo llamase de ese modo.

Ese Día, Como Todos los Días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora