XVIII

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Sentía una pequeña presión sobre el pecho, el cual palpitaba horrorosamente bajo el precipitado corazón de la joven. Edgar la abrazaba con toda la fuerza y de igual manera con toda la debilidad que esa mujer provocaba, su corazón no le permitía superar tal nivel de dicha. Edgar era feliz, al menos lo fue por unos instantes antes de que abriese los ojos y el sol de la mañana brillara en su rostro avisándole que había dormido de más.

Su corazón aún palpitaba desbocado, su frente algo transpirada le causaba molestia, ni siquiera quiso notar lo tensas que estaban sus piernas al ponerse de pie, se lavó la cara y se dirigió al armario en busca de ropa... ¿Por qué? ¿Por qué hasta en su armario tenía que haber algo de ella?, su recuerdo de cuando temerosa se escondía de su hermano y de su primo, que la amaba tanto. Se cambió de ropa, pensó que sus vestiduras serían un poco más obscuras que de costumbre, pero eran iguales, haciendo que resaltasen sus cansados ojos.

Salió de la casa luego de haberse calzado los zapatos... Y ahí estaba, donde siempre la encontraba al llegar, quizás para no verlo, pero no le importaba, su desentendido comportamiento no hacía más que (con excepción de algunas ocasiones) producirle una significativa ternura. Bajo el escuálido y frágil árbol en que se había convertido el sauce, el mismo que el abuelo de ambos había plantado meses antes del nacimiento de Morgan, se encontraba ella, rodeada de calas y violetas, llevando el sencillo vestido negro con morado que él le había obsequiado, haciendo que su corazón se acelerase aún más cada vez que la miraba.

Sintió deseos de acercarse, pero su nerviosismo le jugó una mala pasada haciendo que se pasmase unos segundos bajo el sol. Quería besarla, abrazarla tan fuerte que se olvidaran quién era quién, luego de pensar unos segundos caminó rápidamente en su dirección tocando sus labios para asegurarse de que no estuviesen agrietados, pero antes de que siquiera pudiese verla con total claridad Jacobo se interpuso, cerrando la tapa del féretro.

El hermano mayor le miraba directamente con sus grandes ojos irritados, la sonrisa de su rostro había caído junto a incontables lágrimas que aún se escurrían por sus mejillas. Edgar lo miró con vista empañada a causa de su propio llanto.

La muerte había besado a Morgan Lilith Ross a las 3 de la mañana del día anterior. Briznas de hierba colgaban de los dedos de sus pies.

Sin mediar palabra elevaron el féretro, no utilizaron el carruaje; lo cargaron las dos millas completas bajo el nublado cielo caminando lo más lento posible. Sin embargo, esto no evitó que en cuestión de minutos la marcha de los dolientes aplastara y enterrara a una gallina negra que se había cruzado en el camino.

Entre un silencioso llanto pusieron el cajón de madera dentro de la fosa. La urna de caridad usada por generaciones familiares hallaría su descanso eterno esa misma tarde. A la primera paleada de tierra, como orden dada, la lluvia emanó de las nubes. -Se han abierto las puertas del cielo. -Susurró una voz irreconocible para todos. Ni siquiera podían ver sus rostros en medio de la torrencial tormenta. Luego de algunas horas los pocos dolientes de las casas aledañas empezaron a retirarse dejando las huellas de sus zapatos sobre el espeso fango en que se había convertido la tierra, los pocos que quedaban ya mostraban intenciones de marchase, todos menos Edgar, quien no se movía del sitio en el cual se había parado al llegar. Sus ojos estaban adormilados, su boca entre abierta, las cejas caídas y su empapado cabello sobre la frente.

-Te puedes enfermar si te quedas aquí... Primo. -Escuchó tras suyo para así darse la vuelta y ver a Jacobo quien no le había dirigido palabra en todo el servicio. Edgar se encorvó un poco mientras metía las manos en los bolsillos y se aclaraba la garganta. Los dos caballeros volvieron a casa de la abuela Yesenia caminando juntos.

...

La noche anterior...

Las piernas de Morgan dolían como nunca antes, la incertidumbre de no saber qué sucedía era casi obscena. A pesar de todos sus intentos nunca lo había descubierto. No pretendía deprimirse, pero no podía negar que sus obstinantes y desabridos pensamientos de vientres vacíos era lo que la mantenían cuerda dentro de los intervalos que aún podía hacerlo, no era el momento para racionalidades. <<Qué falta de oficio>>, pensaría Yesenia, aunque era cierto que en este capítulo de su vida sus obligaciones disminuían significativamente, el hecho de que hubiera despertado por la mañana era un logro. El sentimiento de estar estorbando y ser víctima de esa abrupta inutilidad la atormentaban sin decoro alguno.

Sentía un curioso hormigueo en los muslos y las plantas de los pies. Siguió caminado por el sendero, rezando para que la sensación estuviese siendo provocada por la hierba que pisaba, que al aplastarla se incrustaba en su piel. Prefería pensar eso, aunque perfectamente sabía que no era así.

Las gélidas ondas de viento que provenían del oeste anunciaban tempestad, deseó a la luna que la única tormenta viniese del cielo, no de la casa. Por suerte la lluvia que llegó no era devastadora, pero sí lo suficientemente fuerte como para escurrirse bajo sus ojos oscuros.

La brisa entraba sin retardos moviendo su ropa, era doloroso, el viento en su piel lo era. Escuchó pasos que seguían los suyos, quebrando ramas tropezando piedras.

-Dagní, por favor váyase. -No se dio la vuelta, ni ahora ni nunca más. -... Por favor.

Edgar se acercó y la abrazó cruzándole los brazos sobre el estómago sin poder mirarle.

-Tu piel se siente como papel.

-Sólo no me mire, por favor.

-Morgan...

-No...-Subió una de sus manos, palpándole el rostro con sutileza. -Su barba está creciendo. Se juntará con sus patillas.

-Pronto necesitaré que me des un momento para hablar con Jacobo y Said a solas. El que me linchen será lo de menos...

-Vaya a dentro, no queremos que vuelva a enfermar.

Volvía a hablarle con formalidad.

-Sí. -Cerró los ojos y dulcemente le rompió el corazón. Le besaba impacientemente. Con gracia, pero sin reservas. Ella no tenía fuerzas para corresponder, por lo que llevó la mano a su hombro y pensó en el fuego que le quemaría los pies por unos soplos de instante.

Edgar agradeció que comenzara a llover, pues así Morgan no se enteraría de que había empezado a llorar.

Ella volvió a su dormitorio y dulcemente soñó que Edgar moriría, al menos por esa vez.

...

A la mañana siguiente todo rastro de Morgan había desparecido de la casa. Silencio y nada más. En algún momento de la noche Edgar se había marchado, dejando su sombrero olvidado en el perchero y tachándole de insensible. Jacobo no hizo mella al asunto, concentrándose en que antes de que terminase de salir el sol un resplandor naranja, junto con un sonido crepitante, entraba por la ventana. Salió al patio, encontrándose con Grigori. Se acercó entre la brisa y el brillo.

El armario ardía.

- ¿Arañas?

-Arañas.

...

Edmon había llegado tarde, por cuatro días, nunca conseguía acertar con la hora exacta. Miraba el barro que antes había sido tierra removida. Sus pies se hundían bajo el peso de las maletas con matraces y botellas que cargaba. No podía más.

-Pides y cumplo... Tú pides y yo cumplo...-Repetía entre dientes. Su labio inferior sangraba. -...Cumplo... Cumplo y nada cambia más que la cantidad de dolor que me provocas. Reza, donde quiera que estés, para que el tiempo vuelva a pasar... ¿Acaso...? ¿Acaso nunca me escogerás?- Frustrado, se restregó los ojos. -... Si mi rabia se calma te veré mañana.

-Tenga cuidado. -Dijo el monstruo desde la bajedad del suelo. Asomado entre el barro sólo su cara era visible, mirando de frente al sol con ojos de fruta granada. -O él muere o ambos mueren, no pueden quedarse los dos, debo llevarme al menos uno... ¿Aún quiere continuar con esto?

Edmon apretó los labios, la tumba de Morgan se veía tan fría.

- ¿Hay algún modo de que él recuerde por qué ha vuelto?

-Uno de los dos debe guardar las memorias intactas de lo que vivieron. Si él recuerda la otra debe olvidar y me consta que usted no le encaminará hacia él, su egoísmo no se lo permitiría...Soy familia por su hermano; pero no le entregué mi vida... No tengo una. Deme la casa y dejaré que vivamos todos en ella.

Y es aquí cuando el tiempo se detiene.

Ese Día, Como Todos los Días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora