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En medio del paseo de la tarde, estando en compañía de su hermano y primo, Edgar pensaba en la conversación del día anterior. Pensaba en la circunspección, las miradas perdidas, en su propia necesidad; todos elementos que favorecían una fatídica teoría que buscaba sacarlo de sus momentos de trivial despreocupación. Desde antes que la puerta averiada se abriera sabía que cualquier negligencia, por muy pequeña que fuese, terminaría por dejarlo desarmado ante su propio juicio.

Dando tan sólo unos pasos más se les unieron Morgan y Amanda, parecían nerviosas (la primera más que la segunda) esto no fue considerado un hecho resaltable para dos de los jóvenes, pues así había estado desde el día anterior, para cuando su hermano le preguntó si se sentía bien ella dijera: <<Lo suficiente como para no tener que enclaustrarme>>. Jacobo tomó la respuesta con algo de humor y siguió ocupándose de sus asuntos, pues estaba seguro de que dicha actitud sólo era una consecuencia directa a efecto de las visitas; claro está que Edgar no tenía conocimiento de esto, no le habían dejado salir de la habitación hasta las 6 de la mañana del día siguiente. Seguro de que si algo le estaba afectando a su prima debía ser meramente grave preguntó:

— ¿Se encuentra usted bien?

—Sólo un poco taciturna, eso es todo.

Palideció por un momento e intentó recuperar la calma, no había sido más que un comentario inofensivo, pero por alguna razón aquel juego le turbó.

Las siluetas de las hojas de los árboles se escurrían por la tierra de manera individual, la gran sombra de la casa lucía extrañamente... Plana. Las trinitarias, siempre de apariencia falsa, parecían flotar en el aire, quietas, incólumes... Todo lo parecía en ese momento. Todo aplastado contra una indeleble película gris. De no haber sido por la brisa, y el escurridizo aroma a azahar, toda aquella escena habría sido para Edgar Piar una maqueta de su antiguo hogar, una estampa descolorida como muchas otras. Incluso podía sentir cómo, entre las ramas, bajo el pórtico y sobre las nubes, gigantescos ojos les miraban andar.

Los tres hombres y la niña pararon en seco al ver que la muchacha se detenía. Por la entrada venía otra joven, de piel morena... Mulata, y vestido de organza verde. A diferencia de Morgan, llevaba el cabello sujeto en un moño alto, algunos de sus rizos oscuros caían sobre sus hombros y la parte trasera del cuello, resaltando entre los otros, especialmente sobre Edgar y Morgan que esa mañana iban de nuevo de tonos oscuros.

Daria se unió a ellos luego de los saludos de rigor a sus conocidos.

—Señorita Ernox. —Jacobo se dirigió a ella con tono amigable. —Es un placer tenerla por aquí. Permítame presentarle a nuestros primos: Edgar y Grigori Piar.

Los tres respondieron cortésmente ante sus miradas nunca antes cruzadas, pero para nadie pasó desapercibido que la atención de la dama tardó varios segundos en apartarse del menor de los hermanos Piar, éste le sonrió y continuó con su paseo unos cuantos pasos más adelante que el resto.

— ¿Ya les hablaron del baile en la casa de los Carpentier? —La recién llegada interrumpió la anterior conversación más enfocada en temas especulativos que en eventos sociales; el que centenares de piyamas hubieran sido abandonadas en un claro del bosque cercano junto con siete carretas no parecía ser un tema de interés para Daria Ernox.

—Por supuesto. —Jacobo afirmó a la par que desojaba una pequeña margarita. Daria hablaba con tal emoción que si aquello no hubiera sucedido el día anterior de igual manera hubieran contestado que efectivamente, sólo para no desilusionarla. —Vinieron la tarde de ayer para invitar a la familia entera. —Miró a Edgar subiendo sus gruesas cejas. —Cuando les contamos sobre nuestros huéspedes no duraron en convidarlos por igual. Querido primo, serán bienvenidos.

Ese Día, Como Todos los Días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora