VIII

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—Entonces ahora es usted el hombre de la casa. — Grigori buscó la confirmación del muchacho rubio frente a él, éste sintió en su dirección devolviéndole la sonrisa.

Edmon Carpentier era un hombre joven de piel translucida como la leche; su cabello resaltaba como la nunca antes peinada melena de un león o más bien, por sus leves ondulaciones, como los pintorescos rayos de un sol al óleo. De nariz delgada y labios rosados que humedecía antes de responder o hacer cualquier pregunta daba a entender que éstos se secaban con bastante rapidez.

—En efecto. —Su tono era falsamente plañidero, pero sus rasgados ojos lucían tan cansados que quizá lo único falso fuera su disposición a estar presente esa noche. — Con mi hermano Ricarte en el ejército era el paso más lógico. Bueno, eso y una de las muchas consecuencias del desafortunado deceso de mi padre víctima del tifus. Una tragedia.

—Nuestro pueblo está concebido sobre una historia interminable de padres muertos o ausentes. —Morgan apartó un mechón de cabello entrometido del rostro de Daria Ernox. —No todos tenemos tu suerte, cariño.

—Sin embargo mi padre no se siente muy a gusto. —Confesó la joven con el agudo tono de su voz bastante disminuido. —Dice que mientras los otros se van más se acerca su momento.

—Pronto sólo quedaremos mujeres en este sitio. —Morgan divagó con la mirada por el salón sabiendo que la única razón de su asistencia había sido que, de no hacerlo, Daria le habría visitado la mañana siguiente con propósito de contarle todo de lo que había perdido, y ella la habría escuchado.

— ¿Y quién es ése joven tan alto? — En las dos horas que llevaban en la casa Carpentier, Edgar se había limitado a mirar su reloj y conversar con Jacobo en una esquina apartada. —La ropa no debe durarle mucho.

—Cierto que no lo conoces... —Jacobo dio un sorbo a su vaso. —... No importa. Es el cumpleañero, Edmon Carpentier. El tercero de tres hijos, aunque si le preguntases a su madre te diría que es el segundo; el del medio fue linchado en La Capital por practicar artes oscuras, pero me imagino que te enteraste... ¿No? Bueno... El muchacho, Edmon, hasta ése momento no era más que un colegial de la escuela de primeras letras que esperaba, por lo menos, convertirse en aprendiz de herrero; pero como los chismes corren rápido y las lenguas largas terminaron en este pueblo. Ha pasado por mucho, incluyendo las cosas de las que uno nunca se llega a dar cuenta, y eso que apenas hoy logra alcanzar a Morgan en edad. Llevan años conociéndose, graciosamente los de tu ausencia.

—Supongo que han de llevarse de maravilla. —El hombre ahogó las últimas palabras con el borde del vaso contra sus labios.

—Eso quisiera él...—Jacobo simuló una torpe risa con un ataque de tos. —...Él la pretende desde los 15, pero mi hermana ni por compasión o fastidio ha dado su brazo a torcer. Hace unos días cuando fueron a la casa lo hicieron con la única intención de pedir su mano. Morgan, estando en el umbral a espaldas del hombre, escuchó claramente cuando éste dijo: <<Sólo solicito su permiso para adorarla. Si bien mi vida no es más que una burla de lo correcto sé que nadie en este mundo ha gozado de aciertos diarios... Que sin importar que mis intentos por lograr su felicidad no pasen nunca a ser más que eso, intentos, aún tengo tiempo y varias oportunidades más para lograr hacer las cosas de manera diferente cada vez. >>

O algo como eso, luego respondí:

<<—Cada vez profesas menos ocasiones para cambiar tus años de soledad e intentos fallidos. >>

<<—Menos, sí... Pero también suficientes. >>

—Cuando le pregunté qué era lo quería después de todos estos años, de inmediato respondió:

Ese Día, Como Todos los Días.Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz