▪︎Capítulo 4▪︎

23 6 41
                                    

Abrió los ojos en el momento en que sus pies tocaron lo que parecía suelo firme. No había nada a su alrededor más que oscuridad, salvo una pequeña luz muy a lo lejos, que le recordó el dicho de “una luz al final del túnel”. Y su piel se enchinó, rezando para sus adentros de no estar en aquel punto entre la vida y la muerte, hasta que notó al fin el tacto de una mano agarrando su cintura, y el aliento caliente de la figura que la había empujado hacia el portal.

Recordó que no estaba muerta, solo en el punto neutro del portal, agarrada fuertemente por Oham. Él lentamente la incitó a caminar hacia delante, presionando su agarre y empujándola. Esa luz al final de repente le resultó familiar, y un recuerdo del anterior Oshanta afloró en su mente, haciéndola respirar profundo mientras un nudo le iba formando en su garganta y sus ojos comenzaban a arder ante las ganas de llorar.

Era desgarrador revivir los recuerdos de su antecesor y sentirlos en su mente y en su propia piel, tan frágil y susceptible a ese tipo de impulsos.

Bajo un manto negro se encontraba una intensa luz como aquella, proveniente de una figura de ensueño blanca como la nieve, de sonrisa triste y ojos tan profundos y electrizantes como el portal más perfecto que se hubiese creado. Sentada sobre la nada, acariciaba el cabello de cuatro pequeños rayos de sol, igual de brillantes que ella, que dormían plácidamente sobre sus muslos.

Oham, Oremh, Ophal, Onari y Oshanta… los cinco soles originados de la madre Natura, la verdadera deidad suprema.

La imagen que se hacía más visible y allegada para Magna mostraba a la diosa llorando, mientras uno de sus hijos, Oshanta, perdía resplandor y su cabello teñía completamente de negro. El pequeño abrió los ojos lentamente y giró el rostro, negando de aquella, su madre, y de sus hermanos, mientras levantaba del regazo de la misma y caminaba a paso lento, alejándose de todo.

Doss magnatus oliverti stra da risterius come hioglo —recitó el pequeño Oshanta, quien a cada paso iba creciendo, hasta quedar justo frente a Magna, atravesándola en su andar, y provocando que esta abriera los ojos de golpe a la realidad, justo al otro lado de la luz.

“Que grande seas, reina roja que de mí nacerás un día…”

Se encontraba en una habitación completamente amplia e iluminada, sin ventanas o puertas, sin adornos ni nada que complementase aquel espacio vacío. Frente a ella solo se encontraban dos figuras encapuchadas, rígidas cuales estatuas.

Oham quitó su mano de la cintura de Magna, poniéndose a su lado.

Magnatus oliverti, hermanos —dijo este a las dos figuras en frente suyo.

Sus brazos se movieron, para quitar ambas capuchas a la vez, dejando ver aquellos rostros esculpidos cuales rayos de sol, piel pálida y ojos destellantes, pero, sospechosa y tristemente vacíos.

 —Magnatus oliverti, Ohem… —dijeron al unísono para después girar el rostro hacia la joven— Oshanta.

Magna no podía disimular su sorpresa y curiosidad, menos aún el miedo que tenía todo su cuerpo tiritando por un frío irracional.

Una de las dos deidades que tenía en frente suyo se le acercó pausadamente hasta tenerla delante y, con la dulzura de quien lleva tiempo esperando por un reencuentro, acarició su cabello para luego palpar con cuidado cada parte de su pequeño rostro.

—Mi pobre Oshanta, ¿cuántos errores has cometido en nombre de lo que creías correcto? —preguntó la deidad.

Magna tragó saliva antes de enfrentar su mirada, y perderse en lo profundo de aquellos ojos que hacía minutos atrás contempló en el recuerdo del anterior Oshanta. Era Natura, la diosa, y el peso de la revelación hizo a Magna soltar aquella lágrima que llevaba reprimiendo.

REGRESIÓN (Libro II de la trilogía DESCENSO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora