•Capítulo 9•

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Unas horas antes…

Luego de una extensa caminata, ante la imposibilidad de Raphaello de crear otro portal por un tiempo, llegaron a un extremo apartado de Cerdeña. Bajando por la gruta de la cueva Di Neptuno, a orillas del mar, se alzaba majestuosa una formación rocosa iluminada por cristales de sal que al reflejarse la luz del sol en ellos daba un aire tan mágico al lugar, como solo un pasaje de cuentos de hadas podría hacerlo.

Se adentraron en la misma, siendo absorbidos por la presunta oscuridad del interior, que a pasos dejaba ver lo que parecían rayos solares en haces de luz muy diminutos, que apenas daban la ya mencionada sensación de encontrarse en algún lugar sagrado. No era tan oscuro como para no saber dónde estaban pisando, y el sonido de la marea indicaba a Deux, por intuición, que a pocos metros habría una salida hacia algún otro sitio mejor iluminado y amplio.

—¿Han vivido aquí todos estos años? —le preguntó a Raphaello, su guía en aquel angosto y complicado camino.

Este le pidió un cigarrillo, y luego de encenderlo con calma e inhalar el denso humo para después soltarlo, explicó.

—No, solo venimos por motivos que no vienen a cuento ahora, y que Oremh te explicará más adelante. ¿Cuánto tiempo crees que tardaría en echarse a perder este traje con tanto salitre en el aire?

—Buen punto…

—Por lo visto no reconoces este lugar —dijo Raphaello, intrigado.

—No creo haber estado aquí antes, aunque se me hace muy familiar. Pero es solo una cueva más, supongo.

—Supones mal, ragazzo. Ya estuviste aquí —le dijo y luego señaló el brazo mecánico de Deux—, o por lo menos una parte de ti lo estuvo. En esta cueva fue donde encontraste y te llevaste a Magna.

Deux se detuvo, y miró a los alrededores con mayor detenimiento. Seguía sin poder identificar la cueva, ya que al parecer estaban en el lado contrario de esta de donde Raphaello contaba.

Luego de entender que no tenía sentido seguirle dando vueltas al asunto, y que el pasado es pasado, continuó su andar junto a su acompañante hasta que pareció asomarse el destino al que se dirigían.

La cueva se expandió, dando paso a un vacío enorme por el cual solo pasaba un río. Había más vegetación de la esperada, y una fauna marina y terrestre grandiosa, como si hubiesen cruzado algún portal a otro mundo. Al otro extremo, no muy lejos de donde ellos estaban, una figura en silla de ruedas hizo acto de presencia. Raphaello siguió caminando y cruzó el río por unas piedras en su centro. Deux se dispuso a hacer lo mismo con cuidado, procurando no resbalar. Estando frente a frente con aquel hombre canoso y menudo, de apariencia débil y enfermiza, Raphaello se inclinó, he hizo una corta reverencia.

—Te esperaba —habló el extraño.

—¿Demoré demasiado? —preguntó Raphaello—, tuvimos ciertas complicaciones para venir.

—Casi me mato para poder estar aquí, así que me gustaría una presentación. Si no es mucho pedir.

El extraño rió, no de forma brusca sino más bien disimulada. Tosió por el esfuerzo y luego recobró la compostura.

—Mi lacayo debió hablarte sobre mí. Mi nombre es Gahel —explicó el ya no tan extraño.

Deux conectó el nombre inmediatamente con Magna. Recordaba la historia de su portador, aquel que junto a “su padre” la había traicionado. Una vez que ella recuperó sus recuerdos le contó cómo lo había conocido, y la forma en que este terminó discapacitado. Pero, lo más importante, ya sabía que Gahel no era un simple portador o traidor, sino alguien o algo demasiado importante como para no tener en cuenta. Gahel era Oremh, dios al igual que Oshanta.

REGRESIÓN (Libro II de la trilogía DESCENSO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora