Decimocuarta nota - 06/06/05

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Lunes 6 de junio de 2005


Ya empezaron los primeros fríos. Me encanta el saco de paño a cuadrillé con el que estás viniendo a dar clases. Tiene mucho estilo y te sienta excelente. Quedás muy sexi... Aparte, hoy puedo ver que tus ojos brillan más de lo usual, estás como iluminada. Después de lo que pasó el sábado, me ha costado concentrarme en tu materia este lunes.

Perdón, pero esta vez vos tenés la culpa de todo...

El sábado por la tarde nos juntamos en casa de Sofi. Íbamos a cenar ahí antes de salir a bailar. No volví a tener noticias de Pablo y ya empecé a intuir que no va a molestar más, pero, por las dudas, el plan era ir a bailar esa noche a otro lugar, un local que abrió hace poco y que un amigo de la facultad de Sofi —que le gusta— le recomendó.

Mis amigas querían ayudarme a olvidarme de lo ocurrido con Pablo y me convencieron para hacerme un cambio de look, ya que seguro eso me daría más confianza en mí misma y me ayudaría a conseguir a alguien mejor. Fuimos a una farmacia y compramos una tintura de pelo de color rojo, ellas insistían que me iba a quedar genial. Acepté, aunque sabía que a mi papá esto no le gustaría nada porque, para él, el pelo rojo es «para mujeres de mala reputación». Ya sería tarde cuando lo viera.

Esa noche salí más producida y provocativa de lo usual. Andrea trajo un top rojo para prestarme y Sofi me dijo que podía usar una de sus polleras y sus botas altas. Si bien yo tenía ropa linda para salir, papá se aseguraba de que siempre fuera vestida de forma «decente», y no solía usar polleras cortas ni escotes. Esta vez sería diferente. Hacía frío, pero no nos importaba demasiado. Adentro del boliche entraríamos rápido en calor y deberíamos dejar los abrigos en el guardarropa.

El sitio nos pareció súper extraño desde la entrada. No era como los boliches que solíamos frecuentar. Para nada. Para empezar, no había largas colas en la entrada; tampoco había oferta de «damas gratis». Todos pagaban entrada del mismo valor.

Al adentrarnos en el lugar empezamos a notar que muchos varones vestían colores llamativos y cuantiosas mujeres llevaban ropa más bien masculina; había chicos bailando con chicos y chicas bailando con chicas. Si bien las mujeres solemos bailar entre nosotras, es muy extraño encontrar varones haciendo lo mismo. Por lo general, ellos van en grupos de amigos y se quedan parados mientras beben algo y miran a su alrededor buscando chicas que les gusten, para luego sacarlas a bailar. La intención principal de ir a boliches, para ellos, suele ser la de ir «de cacería». Y las mujeres somos sus presas.

Tampoco es que me esté quejando. Es así como funciona el proceso de apareamiento heterosexual y estoy acostumbrada a eso, solo que muchas veces me quieren sacar a bailar tipos que no me gustan para nada y odio cuando se ponen insistentes y son capaces de perseguirte por todo el local hasta que les decís que sí. ¿No entienden que NO es NO?

Mis amigas estaban perplejas, aunque ya empezaban a sospechar de qué se trataba la cuestión. Pronto, Sofi encontró a su compañero y fue a su encuentro. La seguimos.

—¡Ey! No pensé que vendrías —le dijo él, sonriente. Lucía pantalones negros ajustados y una camisa de color fucsia entreabierta. A su lado se encontraba otro chico, quien llevaba vestimenta similar, solo que su camisa era de color aguamarina, y no le sacaba la mirada de encima a su compañero.

—¡Guille! —exclamó Sofi—. Me dijiste que este lugar estaba buenísimo, pero no me dijiste que...

—¿Que era para la gente de mi gremio? —dijo él entre risas tras notar su decepción—. Por supuesto que no. Todavía no teníamos esa clase de confianza, querida.

La pobre Sofía se llevó un gran chasco al descubrir que este chico que le gustaba era gay. «Cosas que pasan», pensé.

—¿Qué hacemos, chicas? —preguntó Andrea una vez que nos alejamos de los chicos.

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