Vigesimoquinta nota - 01/03/2021

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Martes 1 de marzo de 2021


Wow. Qué sorpresa haber dado con esta libreta otra vez después de tanto tiempo. Han pasado casi dieciséis años de mi historia con vos, Adela. No sé describir la clase de emociones que esto me despierta.

El cuaderno está en buen estado, aunque sus hojas se han amarillado y se notan algo comidas por las polillas en los bordes. Lo importante es que se puede leer bien. De hecho, acabo de leerla completa y estoy regresando de mi viaje por el pasado, con un cúmulo de sentimientos encontrados. Cuando me fui a vivir con mi tía la dejé en una caja con cosas que papá iba a quemar. Al parecer, esto nunca sucedió.

Mi relación con él se tornó fría y distante desde entonces, solo nos veíamos para las Fiestas y otros eventos familiares importantes. Nunca pude perdonarle lo que hizo, y él tampoco mostró intenciones de reconstruir nuestra relación. Al poco tiempo, se casó con una señora de la iglesia, unos diez años menor que él (apenas unos años mayor que vos), y tuvieron mellizos: Jeremías y Adriel. Su atención se volcó hacia ellos y se olvidó de que tenía una hija «pecadora».

No pensé que él guardaría esta libreta. ¿Con qué motivo si lo que está escrito acá le generó tanto asco?

Ya no puedo preguntarle porque papá falleció. Ya hace unos meses, por complicaciones respiratorias a causa del Covid. Recién hoy pude ir a su casa a buscar cosas que Marcela, su mujer, me dijo que él quería que yo tuviera. Me dio una caja con álbumes de fotos de mamá, del casamiento de mis padres, ropa mía de cuando era bebé, boletines de calificaciones de la escuela secundaria... y esta libreta.

Ya me había olvidado gran parte de lo que escribí acá, algunas cosas incluso me sorprendieron cuando volví a leerlas ahora. Pasaron muchos años y me forcé a seguir adelante después de que mi corazón se rompiera en mil pedazos. Creo que olvidar fue un sistema de protección, para poder continuar y encontrar la felicidad en algún otro lugar.

Perdí a mis amigas. Una vez que me mudé a Santa Fe, y después de haberles contado mi historia con vos, se fueron alejando cada vez más. Al principio me visitaban de tanto en tanto, alguna vez las visité yo a ellas, pero, con el pasar del tiempo, las visitas se hicieron cada vez más espaciadas, hasta que finalmente se tornaron inexistentes.

En el 2006 conocí a Martín. No era un chico de la iglesia, como mi tía hubiera querido, sino que lo conocí en la facultad. Tampoco era un profesor, por suerte, sino un estudiante más avanzado en la carrera que trabajaba como ayudante alumno. Casi terminando el año, se animó y me invitó a salir. Nos enamoramos y todo fue hermoso. Pronto me convencí a mí misma de que nunca había dejado de ser heterosexual, que vos habías sido una excepción, que quizá sí estuve confundida o atravesando una fase, como todo el mundo había dicho que me pasaba. Por suerte, eso ya era pasado, ya no me interesaban las mujeres y había logrado dejar de pensar en vos.

Nos casamos en el 2010, cuando terminé la carrera. En el 2012 nació nuestra primera hija, Mariel, y en el 2014, Nahuel. Todo parecía funcionar de maravilla en nuestra relación, éramos una de esas parejas que todo el mundo envidia: lindos, con una relación sana y armoniosa, con dos hijos bellísimos...

Sin embargo, a los dos nos faltaba algo para sentirnos completos. A los pocos años descubrimos que no podíamos seguir juntos, no así. Pero esto es algo que vaya a contar en este cuaderno, mucho menos hoy. Aunque sí voy a compartir mi historia más adelante.

La cuestión es que, con los años, tras irme conociendo más a mí misma y deconstruyendo ideas que el patriarcado nos impone como sociedad, me di cuenta de que soy bisexual: que me gustan tanto hombres como mujeres. En el 2005 ese término ni se usaba. Se suponía que una debía elegir pareja «para toda la vida» y que, por ello, tenías que decidirte, optar por tener una pareja del sexo opuesto, o del mismo sexo. Sin vuelta atrás.

Las personas bisexuales aún hoy somos discriminadas porque se cree que no podemos ser fieles, que somos más libertinas, entre otras cosas. Incluso dentro del mismo colectivo LGBTQI+ tendemos a ser mal vistas.

Pero existimos, y no necesitamos elegir bandos.

Ya no más.

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