LXXIV

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La partida de Mary el invierno siguiente fue el tercero de los sucesos. La esposa de un amigo del señor Davies había fallecido al dar a luz a su cuarto hijo, y el marido, además de viudo, había quedado con cuatro niños a su cargo. Así Mary, en lugar de marcharse con los Davies como había previsto, aceptó quedarse en la nueva casa. Anne la ayudó con el equipaje, dolida, y la observó con tristeza cuando lo cargaron en el coche que el señor Davies había enviado.

—No puedo creer que ya no vaya a verte.

—Nos cartearemos. Y, bueno... Es un viaje largo, sí, pero quizá con el tiempo pueda venir de visita. O podrías venir tú a verme. ¿Qué te parece?

—Eso estaría bien —respondió Anne con el presentimiento de que se estaba despidiendo de ella para siempre.

Mary abrazó a Richard, a Caleb y a Joel y cogió en brazos a Frankie con esfuerzo, pues había ganado en altura y peso. Quiso abrazar a Hannah también, pero esta se apartó apenas le hubo colocado una mano en la espalda. Luego montó en el coche y se asomó desde el interior.

—Cuídate mucho, Mary. Y sé feliz. Te quiero —dijo Anne.

Mary la miró a los ojos durante un rato, como si estuviese buscando en ellos lo que de verdad sentía.

—Yo también te quiero —contestó al fin.

Esa tarde Anne la pasó en el puerto, y cuando regresó a casa se sintió como la anfitriona de una posada en la que se alojaban cinco clientes distintos. Los tres mayores se habían ido a la cama ya y Hannah tejía junto a la chimenea mientras Frankie le sujetaba la madeja.

—Qué bonito —dijo Anne—. ¿Qué es?

—Una capa para Caleb —respondió Hannah sin apartar la vista de la labor.

Ni siquiera sabía que su hija supiera tejer.

—Se te da bien... El color es precioso.

—Maddie vino hace un rato y trajo la cena. Joel te ha guardado un poco en la cocina —dijo Hannah sin intención de hablar más.

—¡Voy contigo! —exclamó Frankie.

Hannah le arrebató a su hermano el ovillo de las manos, arrugó la naricilla y continuó tejiendo.

Anne puso sobre la mesa el pollo en salsa y las verduras y se sentó en una silla. Frankie la imitó y se situó a su lado.

—Está riquísimo —dijo Frankie mirando el pollo—. Maddie cocina muy bien.

—¿Quieres un poco?

—Pero... Es que yo ya he cenado. —Frankie se rascó una oreja —. Incluso me comí parte del de Richard...

A Frankie se le abrieron los ojos cuando Anne le puso un muslo en las manos. Se lanzó de inmediato sobre él y lo engulló en silencio. Al terminar de cenar regresaron al salón y descubrieron que Hannah ya no estaba allí.

—Siempre está enfadada... —comentó Frankie.

Anne suspiró, le frotó la cabeza y le dio las buenas noches. Subió las escaleras y al cruzar el pasillo la puerta de la habitación que compartían Richard y Joel se abrió.

—¿Podrías venir un momento? —le preguntó Joel.

Asintió perpleja. Aquella era la primera vez que le pedía algo directamente.

Entró en la habitación y vio a Richard apoyado en uno de los baúles que descansaban a los pies de la cama. Tenía una expresión preocupada que la inquietó.

—Tenemos que hablar contigo sobre Caleb —dijo Joel.

Una pequeña descarga de alivio la recorrió al comprobar que no se trataba de nada relacionado con el pasado.

Aguas agitadas [VERSIÓN FINAL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora