XL

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—¿Qué es lo que hace exactamente este hombre? —preguntó Mary hundiendo de nuevo los remos en el agua.

Tras un debate a bordo Ethan había sido elegido para desembarcar en San Juan con ella. Frankie se había ofrecido, pero Martin no se lo permitió y luego fue Evan quien pretendió ocupar su lugar antes de que Jack se negara.

—Contrabando, sobre todo —respondió Ethan—. El capitán dice que los españoles controlan el comercio en Puerto Rico, así que los habitantes mercadean con ellos por un lado y con los enemigos de España por otro. El almirante Hernando hace de puente.

Preguntaron por él al tocar tierra y los lugareños los guiaron hasta el interior de la isla, donde se habían erigido un par de barracones endebles en los que se estaba repartiendo un cargamento de esclavos. Mary observó las caras asustadas de los hombres y mujeres encadenados que, según su sexo, eran empujados sin miramientos hacia una de las dos casuchas.

—¿Almirante Hernando? —llamó Mary acercándose a los barracones.

Un hombre con una casaca azul impecable y un mosquete colgado a la espalda se dio la vuelta. Mostraba una expresión huraña, pero nada en su apariencia revelaba nada que no fuera un servicial marino haciendo su trabajo.

—¿Quién lo pregunta? —interrogó con brusquedad. La peluca, tan blanca como sus calzas, se balanceó sobre su cabeza.

—Me llamo Mark, y este es mi compañero, Ethan. Servimos en un pequeño balandro junto a un puñado de hombres más. Somos libres comerciantes, y nos gustaría prestaros nuestros servicios a vos y a la Corona.

—No me interesa. Tengo muchas propuestas como esas que ya cuentan con garantías. Marchaos.

—Tal vez no nos hayáis entendido bien —insistió Mary bajando la voz—. Tenemos negocios que seguro atraerán vuestra atención.

Una chispa de codicia apareció en los hundidos ojos del almirante.

—¿Sois... caballeros de fortuna? —se aseguró Hernando tras apartarse del resto de los soldados.

—Así es —afirmó Ethan.

El almirante Hernando alzó una ceja y sonrió con arrogancia.

—Sois muy valientes o muy estúpidos. Espero que tengáis algo bueno que ofrecerme.

—Lo tenemos —aseguró Mary—. Tenemos sedas finas, tabaco intenso y aceite de ballena.

—Eso no vale nada —dijo decepcionado—. Tal vez me quede con el tabaco para mi disfrute, pero no esperéis demasiado.

—No queremos oro. Os lo entregaremos todo, y a cambio solo pedimos comestibles. Cecina, carne en salazón y pan de maíz o galleta. Y agua.

El almirante meditó largamente y bufó.

—Tenéis suerte de que las cosas anden tan mal por aquí. Está bien.

—También queremos un esclavo. Una mujer —añadió Ethan.

Le miró desconcertada por la improvisación, pero no dijo nada por temor a echar a perder el trato. La expresión del almirante cambió y se convirtió en una mueca retorcida.

—¡Haberlo dicho antes! Vale una buena suma, pero como veo que no tenéis ni un real os la voy a regalar. Tengo una perfecta, ya ajustaré los números más tarde. No somos de piedra, ¿eh? —El almirante soltó una carcajada viciosa con la que casi se atragantó—. Estaré encantado de ayudaros con ese asunto. Sin embargo... A cambio de unas monedas podría proporcionaros algo de información. Decidle a vuestro capitán que se rasque los bolsillos, porque creedme que os interesa. Buscadme en El pescadito a la vuelta. Estaré allí.

Aguas agitadas [VERSIÓN FINAL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora