XXI

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—Hasta donde sé, la daga no se te da mal. ¿Sabes usar la pistola? —preguntó Jack.

Jack y ella se habían internado al amanecer en el interior de la isla. Habían dejado atrás el puerto, el centro de Nassau y los extensos terrenos cultivados que venían después hasta llegar a la selva. Anne se mordió los labios al oír la pregunta. No quería confesar que nunca había utilizado una.

—Disparar no es muy complicado —contestó con ambigüedad.

—No si estás a poca distancia, pero es fundamental manejarse con ella más lejos. Ven, te ayudaré.

No entendía por qué se tomaba tantas molestias con ella. No creía que hiciera aquello con ninguno de los hombres que contrataba, aunque no le importó. Iba a enseñarla a usar la pistola. Jack recogió cinco piedras y las repartió a diferentes alturas sobre las rocas y las ramas de los árboles. Regresó a su lado y le explicó cómo recargar el arma.

—Apunta y dispara a todas las piedras que puedas.

Obedeció sintiéndose confiada, aunque su seguridad se desvaneció al ver que solo había acertado a la más cercana. Repitió el intento sin gran mejora y para cuando la pólvora se terminó una oscura frustración empezó a abrirse paso en ella. Jack prometió repetir el entrenamiento los próximos días, pero no le pareció suficiente. Esa misma tarde se hizo con pólvora y proyectiles y al caer la noche regresó sola con un par de lámparas al mismo sitio donde habían estado por la mañana. Colocó las piedras igual que lo había hecho Jack y dejó que los estallidos de la pistola quebrantaran la tranquilidad de la selva.

Siguió la misma rutina durante algunos días. Por las mañanas la acompañaba Jack, y por las noches la determinación de alcanzar las piedras más alejadas. Tras dos semanas los objetivos de media distancia dejaron de parecerle un desafío, lo que le arrancó una sonrisa de satisfacción. Jack la felicitó por su progreso y al día siguiente se presentó con dos espadas, una de ellas colgada de un cinturón que entregó a Anne.

—Seguiremos practicando con la pistola, pero hay que pasar a las espadas. Los abordajes no son ningún juego, tienes que estar en forma antes de embarcar.

La espada se le dio sólo un poco mejor que la pistola. Pesaba tanto que no conseguía moverla lo bastante rápido como para bloquear ningún ataque, y además el brazo le ardía al terminar los duelos. Jack la desarmaba con facilidad en todos los entrenamientos, y eso la llevaba a volver al ataque con más furia.

—¡No te dejes cegar por la rabia! —solía recriminarle Jack—. Así solo dejas puntos débiles al descubierto.

Una vez lo pagó. Jack desvió a la izquierda la temeraria estocada que le había mandado y luego contraatacó. La espada se topó con el antebrazo descubierto de Anne, que recibió un tajo fino y alargado.

—¡Joder! —exclamó Jack soltando de inmediato el arma—. Lo siento, no pensé que llegaría tan lejos. ¿Estás bien?

Anne dejó caer también la espada y se arremangó la camisa. El corte escocía, pero no era grave.

—Estoy bien, solo es un arañazo.

—Déjame ver.

Jack se acercó y le cogió el brazo con delicadeza para examinarlo. La piel le quemó, pero no en la herida, sino en los puntos donde Jack tenía colocados los dedos. Se asustó. Nunca antes, ni con James ni con ninguno de los hombres de Nassau, había sentido algo así. Ni siquiera con Sam.

—He dicho que estoy bien. —Anne retiró el brazo con un gesto brusco y se sentó en una roca en silencio.

—Podemos seguir mañana si...

Aguas agitadas [VERSIÓN FINAL]Where stories live. Discover now