XXVI

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A pesar de que al fin había obtenido lo que quería, Anne no estaba contenta. El doctor, que se había presentado como Alonso Martínez, huía de ella en cuanto tenía ocasión, igual que la mayor parte de los tripulantes. Frankie y Joey, los más jóvenes, ni siquiera la miraban a la cara, y a excepción de George, Thomas y Evan, los demás solo mostraban indiferencia. Y necesitaba más que eso para comunicarles que se había convertido en su contramaestre. Al final del mes había conseguido ganarse la simpatía de Martin, por ser la única que no se burlaba de su enorme y retorcida nariz y por ofrecerle una noche su ración de carne en salazón.

Los esfuerzos que estaba haciendo para integrarse y que todo marchara bien hicieron mella en su persona. Se cansaba más rápido que antes y la comida no le entraba. Además empezó a sentir náuseas, tan fuertes que una vez tuvo que apoyarse en el palo de mesana para tomar aire. El doctor Martínez se fijó en ella y se aproximó despacio.

—No es la primera vez que veo esos síntomas —dijo Alonso con cuidado—. Llevo varios días observándoos y, o mucho me equivoco, o Dios ha obrado un milagro concediéndole el don de concebir a un hombre.

—¿Cómo? —preguntó. Era como si de pronto hubiera dejado de comprender las palabras.

—Estáis embarazada.

Anne se mareó todavía más. Miró al doctor en silencio y le hizo retroceder un paso.

—No diré nada. Solo cumplo con mi obligación con la medicina —prometió Alonso aterrorizado. Pareció que iba a añadir algo más, pero se lo pensó mejor y la dejó sola.

Se llevó las manos a la cara y cerró los ojos. El mundo que poco a poco había logrado construir se cayó sobre ella a pedazos. Se había ganado estar donde estaba. Era contramaestre, aunque aún no lo hubiera anunciado. Era libre y respetada. Temida, incluso. Tenía a Jack y todo un futuro de maravillas por descubrir. Y en ese futuro no había lugar para un niño.

Se sacó la daga de Eryn de la bota, corrió tras el doctor Martínez y le agarró de un brazo.

—Ya os he dicho que no voy a contarlo —dijo Alonso con voz suplicante.

Anne se lo llevó a un lado y bajó la voz.

—¿Existe algún modo de deshacerme de él?

Alonso la contempló como si de pronto tuviera delante la imagen de un monstruo espantoso.

—No —contestó repugnado. Anne le puso la daga en el costado con discreción, lo que le soltó la lengua—. Hay... ciertos ingredientes. Hierbas y medicinas por el estilo. Casi siempre matan a la criatura, aunque solo funcionan los primeros días. En cualquier caso, no tengo nada de eso aquí.

Le soltó mascullando una maldición y Alonso se esfumó tras murmurar algo sobre su alma.

Solo tenía unos meses antes de que su cuerpo la delatase, y no podía pedir desembarcar sin un motivo sólido. Buscó soluciones, por descabelladas que fueran, pero sintió que había llegado a un callejón sin salida. Al final, cansada de tener que arreglar problemas que no se habrían presentado si hubiera sido un auténtico hombre, fue a buscar a Jack.

Jack alzó un poco las cejas cuando le dio la noticia. Y no hizo nada más.

—No se te ve muy alterado —dijo Anne molesta.

—¿De dónde creías que venían los niños, Anne? —respondió reprimiendo una carcajada.

—No soy imbécil. Es que...

—No creías que nos pasaría a nosotros —adivinó.

—No. No lo quiero, Jack. No quiero tenerlo.

Jack se colocó tras ella y la rodeó con los brazos. Apoyó la mejilla contra su coronilla y se quedó quieto. Anne notó sus latidos lentos y fuertes en la espalda, y eso la calmó un poco.

Aguas agitadas [VERSIÓN FINAL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora