Capítulo 6: Ma douce

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Zyan Lémieux


Sonreí cuando salió de las cocinas del hotel. Esa mujer sería... mía. Y yo suyo. Lo había decretado. Limpié el lugar y lavé los platos que habíamos ensuciado. Tenía in TOC con eso, casi.

Tomé dos vamos de agua y me senté donde antes había estado con Mía para hacer una llamada antes de comenzar mi jornada de hoy. Bueno, dos llamadas.

El pitido de espera sonó del otro lado y sonreí porque sabía lo primero que escucharía del otro lado.

Mon trésor! Pourquoi ne m'as-tu pas appelé hier ? — Mi madre, que me preguntaba el por qué no la había llamado ayer, me habló con dulzura pero notaba el reproche en el fondo.

—Hola, mamá. Désolé, j'allais le faire, mais j'ai travaillé trop dur. Je t'appelle parce que je dois te dire quelque chose.

Le expliqué que había estado trabajando mucho y que debía contarle algo importante.

Ella suspiró y luego rio.

—¿Abrirás otro restaurante, Mon trésor? Dijiste que volverías. Debes volver. Los americanos no entienden de la bue...

Negué riendo.

—No, mamá. No me voy a quedar. Pero sí, puede que abra un nuevo restaurante. Eso es algo que es muy probable pero no he firmado nada aún.

—Humm.

Sonreí. Mi madre era intuitiva.

—¿Entonces para qué me llamaste? Me llamas todos los días, pero no tan temprano. ¿Qué sucede, Zyan?

Era cierto. Generalmente esperaba que allá fuesen las 6 de la tarde. Apenas eran la 1.

—Nada malo, lo prometo.

—Zyan...— Mi madre tampoco tenía mucha paciencia. Amaba molestarla.

—Conocí a una morena increíble.

Soltó un gritito.

Une brune, fiston! Tu me rends si heureux. Est-elle française?— A mi madre le encantaban las cabelleras morenas. Le gustaban las cabelleras distintas, como la de mi padre, que era rojiza. Expresó su orgullo y, obviamente, preguntó su nacionalidad.

Tal vez lo de los gustos a las morenas venía de ella. Mi madre era rubia.

Non. Elle est américaine— respondí a su pregunta y escuché el silencio del otro lado.

—¿Ama comer?— solté una risa cuando escuché su pregunta.

—Hasta hace soniditos, mamá.

—Oh— soltó una risa. —Entonces lo apruebo. ¿Puedo verla? ¿La traerás?

Negué y me acomodé en la silla, más relajado. Podía conversar con mi madre de lo que sea.

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