Labios celestes

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Sinopsis: Kirari se encuentra una sorpresa al entrar a la sala del Consejo estudiantil: a su secretaria dormida. Ese inocente panorama empieza a convertirse en una tentación para sus labios celestes.

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Kirari entraba a la sala del Consejo estudiantil con toda su voluntad (cinco por ciento) de revisar un trabajo que tenía acumulado, el único que no le parecía tedioso de realizar: Planes de vida. En general, le divertía confeccionarlos, pero más ver cómo Sayaka se encargaba de ellos. Le pareció una grata sorpresa, cuando le dio su primer Plan de vida para confeccionar, el enterarse de que su secretaria podía ser muy ingeniosa respecto a ellos. Los armaba perfectamente basados en la personalidad de la víctima, no caía en la piedad, pinchaba a los estudiantes donde más les dolía. Era más cruel que ella misma, por no decir que actuaba como un demonio.

Y ahora ahí estaba, durmiendo como un angelito.

Detuvo el andar frente a uno de los sillones y se inclinó para comprobar que, en efecto, Sayaka estaba y no estaba ahí. Con el rostro colgando, una expresión pacífica y las manos encima de las piernas, ella se tomaba una siestita.

—Qué curioso, nunca te vi dormir. —Sonrió—. Debes estar muy cansada para desplomarte así.

Rozó su cara con los dedos. Sayaka respiraba lento y profundo. Le causaba gracia su pose: sentada como una señorita de clase alta, la espalda bien derecha. ¿Cómo hacía para mantenerse derecha si estaba dormida? Solo Sayaka, hasta en sueños, mantenía al raciocinio activado.

Kirari se enderezó con una sonrisa blanda y buscó con la mirada algo para entretenerse mientras su secretaria recargaba energías. El cuatro por ciento de voluntad había desaparecido, no pensaba trabajar si Sayaka tampoco lo hacía. Simbiosis. Fijó los ojos en el escritorio; un libro. Búsqueda terminada. Lo agarró y se dispuso a ir al otro sillón para pasar el tiempo leyendo. Antes de sentarse le echó un vistazo a Sayaka. Y le dieron ganas de estar cerca de ella. Cambió de rumbo y se sentó despacio a su lado. No en la otra punta del sillón, sino literalmente a su lado. No creía necesaria la distancia.

—Espero que no te moleste mi compañía —le dijo al oído. Sayaka arrugó la frente soltando un ruidito que le dio ternura—. Te despertaré para la hora del té.

Kirari descansó la espalda en el sillón y abrió el libro. Se dispuso a leer. Las burbujas del acuario llenaban la sala con un sonido relajante que inducía al sueño, el ruido seco de las hojas al pasarlas también. Se le estaba dificultando concentrarse en la lectura, y eso que era una historia intrigante. Pero no más intrigante que su secretaria. No podía evitar pasar la vista a Sayaka de vez en cuando, curiosearse como un gato por las caras que hacía al dormir. Frente a sus ojos tenía un fenómeno extraño que, posiblemente, no vería de nuevo. Sayaka no se permitía caer en la imperfección, incluso aunque Kirari pensara que su rostro durmiente era la perfección misma. A veces deseaba que se relajara un poco, que le permitiera ver más expresiones naturales. Pero incluso desearlo le sabía a injusticia, porque ella misma era su fiel reflejo. Las expresiones no eran su fuerte. Ambas hacían lo imposible para mostrarse perfectas con la otra. ¿Por qué? Porque temían que su verdadero yo terminara en un susto mutuo y porque querían, siempre querían, impresionar a la otra. Una tarea pesada que carecía de sentido; por dentro sabían muy bien a quién tenían al lado.

Y lo aceptaban con los brazos abiertos.

Se preguntaba cuánto tiempo habría pasado desde que se puso a leer. Miró la hora en el reloj de la pared; tres y media de la tarde. Había pasado casi una hora. En otro momento se hubiese aburrido de estar quieta, pero hoy disfrutaba de la tranquilidad de no hacer mucho, de la compañía silenciosa de Sayaka y la calma que le transmitía. Ni había sentido la hora pasada.

Kakegurui: Kirasaya One-shotsWhere stories live. Discover now