Capítulo 10

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Rodó en la cama, buscando el calor que le faltaba, pero al no encontrarlo abrió los ojos. Las puertas que daban al balcón estaban abiertas de par en par, el suave viento del mediodía movía las cándidas cortinas en forma de ondas. Una sonrisa se le dibujó en los labios y se sentó en la cama, agarrando las sábanas para cubrir su desnudez. Desde esa posición pudo ver a Christopher, apoyado en el balcón con su brazo izquierdo, mientras que el derecho estaba flexionado y con un cigarrillo a medio fumar entre sus dedos índice y corazón. Sin ropa. Completa y absolutamente desnudo.

Casi por instinto volvió su mirada al interior de la habitación y la pilló mirándolo con esa carita de enamorada que tan bien conocía, le fue inevitable sonreír.

—Buenos días, ángel —le guiñó un ojo y se dio la vuelta por completo, apoyando sus codos en la barandilla y dejando que su espalda baja tocase también el frío metal de esta.

—Buenos días, señor —respondió, queriendo sonar divertida, pero las mariposas revoloteando por su estómago se lo impidieron.

Él la miraba con amor, como si fuera lo más preciado en su vida, con admiración, con esa mirada que nadie había visto antes. Se notaba que la amaba, que temblaría el cielo el día que le faltase.

Y ella, sabiendo que tenía eso, sentía que ya lo tenía todo en el mundo.

Arrojó las sábanas hacia un lado, se levantó, sin importarle la desnudez ni tampoco que el suelo estuviera medianamente frío bajo sus descalzos pies, y caminó hasta él. La luz solar dio directamente en su cara cuando salió al balcón, sus ojos verdes brillaron gracias a la claridad.

—Al menos deberías de estar vestido —se quejó ella cuando lo abrazó, envolviendo sus brazos en su cuerpo y alzando la mirada por eses pequeños centímetros que tenían de diferencia.

—Podría decirte lo mismo —susurró, apagando el cigarrillo para después tirarlo al cenicero, soltó una última bocanada de humo mirando hacia arriba para que no le molestara a ella—. ¿Por qué has salido así, eh?

La miró, pasando una de sus manos por su despeinado cabello rubio.

—Oh, vamos, no puedes reclamarme por salir desnuda cuando tú ya estabas aquí en las mismas.

—Quería darte los buenos días, es todo —respondió burlón, dándole un beso en la frente—. ¿Cómo estás, mi vida?

—Bien, ha sido una noche interesante —admitió, sonriendo con picardía cuando los recuerdos le volvieron a la mente.

—Pequeña diabla —siseó, deslizando su otra mano por la curva de su cintura—. He creado un monstruo, ¿no es así?

—Creas demonios y pretendes seguir nombrándolos ángeles.

—No, no te equivoques —pidió en un febril susurro—. Tú eres la única excepción, eres mi mujer.

—Eso se oyó condenadamente poderoso —gimió com gusto—. Dilo de nuevo.

—Eres mi mujer, ángel —sonrió de lado con encanto—. Y como buen marido que soy, te voy a decir que deberíamos de vestirnos e ir a comer, no voy a dejar que tengas el estómago vacío.

Ella sonrió al escucharlo. Tenía hambre, solía tenerla siempre que se levantaba, pero ese día había pasado a un segundo plano porque lo primero que llamó su atención fue el cuerpo desnudo de su esposo en el balcón. Ahora que él lo mencionaba, no iba a negar que si quería comer, estaba deseando hacerlo. Además, seguro que había mucha comida nueva por probar en aquel lugar y estaba ansiosa por hacerlo.

Se vistió con el top negro y los pantalones rojos de cuero, no le apetecía empezar las vacaciones poniéndose vestidos veraniegos, ya habría tiempo suficiente para eso. Incluso se atrevió a poner tacones, sorprendiéndose a ella misma con la decisión.

Clara realidad Where stories live. Discover now