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— Hablaremos de esto mañana. — Le susurré al mismo tiempo en el que salía de la habitación.

Avancé a pasos apresurados para no ser atrapado saliendo del área de los señores, me escondí detrás de paredes y columnas cuando escuchaba voces de soldados y solo pude respirar con libertad cuando cerré detrás de mí la puerta de la habitación en la que descansaba.

No podía borrar de mi cabeza la forma en la que Delora había soportado todos aquellos golpes y humillaciones sin liberar ni un solo sonido o queja. Por más que lo intentaba, no podía olvidar cómo los puños de aquel salvaje golpeaban con fuerza su delgado y frágil cuerpo e incluso su rostro.

Por razón siempre tenía aquel semblante serio y aquella mirada sin emoción.

Me había resultado imposible dormir más de una o dos horas. Estuve dando vueltas una y otra vez en la incómoda cama mientras mi cabeza no dejaba de repetir todo lo que había presenciado.

Cuando la poca luz solar que llegaba a asomarse por entre las nubes, yo ya me encontraba limpiando los establos como cada mañana. Todo se había vuelto una rutina y no parecía ser diferente ese día, no hasta que una vez más cayó la noche.

Me había escabullido hacía escasos minutos en el dormitorio de la reina, quien había enviado un mensaje con una de sus damas, Por supuesto no lo había dicho explícitamente pero logré comprender el mensaje con tan solo escuchar "al anochecer la bruja se fortalece". La dama de compañía era de las pocas personas que me agradaban y si se había arriesgado a enviarla era porque confiaba en ella aunque fuera un poco.

Alejé mi mente de todo pensamiento y me concentré en aquellos ojos azules que me observaban caminar de un lado a otro.

— ¿Cómo llegó aquí? — Preguntó luego de unos segundos en silencio.

— No lo sé. — Fui sincero aunque podía haber abarcado un poco más en mi respuesta.

Ella suspiró antes de acercarse a mí y extender su brazo, entregándome aquel libro que no había visto desde mi llegada a Prifac. Lo tomé entre mis manos con la única intención de revisarlo para asegurarme de que estuviera intacto.

— Tiene el objeto con el que llegó, debería poder volver a sus tierras. — Que me hablara como si no estuviera poniendo de mi parte me molestaba bastante.

— No lo sé Delora, no sé cómo funciona esto de irrumpir en épocas pasadas. — No la estaba observando, pero no era necesario para saber que mis palabras no habían sido de su agrado.

— No me llame por mi nombre. — Murmuró con un tono amenazante.

El reproche en su voz era más que evidente. Sin embargo, no podía quejarse porque estaba presionándome cuando fácilmente podíamos saber lo mismo e incluso menos de lo que ella conocía.

— No lo sé, su majestad. — Suspiré ruidosamente y volví a pasar mis manos por mi cabello como lo había estado haciendo desde la noche anterior. — No sé cómo llegué aquí, sino ya me hubiera ido.

— Piense y váyase. — Cerré el libro con fuerza y fijé mis ojos en su rostro inexpresivo.

— Podrías pensar tú también y ayudarme en vez de presionarme. — Me erguí sin alejar la mirada, sin mostrar debilidad o hacerle ver que mis manos estaban sudando excesivamente. — El hecho de que seas reina no significa que puedas darme órdenes a diestra y siniestra y deba correr para cumplir tus peticiones.

— No sea irrespetuoso. — Alzó la voz.

Mi madre siempre me decía que no porque alguien hablara más alto significaba que tenía la razón.

— Y tú no seas caprichosa. — Su ceño en esa ocasión no se frunció debido al malestar o porque no tenía respuesta a sus preguntas. Su ceño se frunció debido a la confusión y posible incredulidad. — Entiendo que tengas miedo de "la bruja" pero soy yo quien está en otro lugar, lejos de lo que conoce y de su familia. — Me acerqué lo suficiente como para que tuviera que mirar un poco hacia arriba para ver mis ojos. — Si estuviéramos en mi época ya te hubiera golpeado la frente suavemente con una enciclopedia vieja y polvorienta.

Salí de allí como si hubiera visto un fantasma luego de darme cuenta de lo que había hecho.

Para empezar, le había vuelto a tutear sin su consentimiento. Luego le había alzado un poco la voz pero sin llegar a gritarle y por último, había reducido su espacio personal y la había amenazado. Todo eso a una reina, una mujer que no dudaría en ordenar mi muerte si comenzaba a molestarla o si la ponía en peligro a ella y a su hijo.

— Soy un tonto. — Susurré preso del pánico.

Yo no era así, nunca en mi vida le había hablado a nadie de aquella forma y mucho menos a una mujer. Ese lugar me estaba cambiando y no me agradaba para nada. Mis cambios no eran solo físicamente a causa del constante esfuerzo que hacía, también había dejado de tartamudear y comenzaba a contestar sin pensar en las consecuencias.

Fui hacia el exterior y no volvía ingresar al castillo hasta que mis músculos dolieron. Había tomado la costumbre de hacer ejercicio para no perder la cabeza y no fui consciente de ello hasta que noté algo diferente en mí. Ya no era el chico flacucho que había llegado, mis brazos se habían marcado notablemente y en mi abdomen se encontraban un par de abdominales que jamás pensé que vería en mí.

Otra forma en la que me había dado cuenta de mis cambios había sido la aceptación de algunas prifactanos, como ellos se hacían llamar. La mayoría de los hombres seguían viéndome como una amenaza, pero las mujeres comenzaban a tener confianza conmigo, más de lo que me gustaría.

Recordaba perfectamente un incómodo incidente que había ocurrido en el pueblo, justo donde el fuego aún no alcanzaba los árboles. El rey me había ordenado ir a buscar un caballo en un establo que se encontraba por allá y cuando me disponía a regresar, me percaté de que había una mujer caminando a unos pasos detrás de mí.

Evidentemente me puse nervioso e intenté que no lo notara cuando se acercó para buscarme conversación. En fin, resultó ser que le parecí un hombre de buen ver y sutilmente me había hecho saber que era una mujer soltera en búsqueda de un esposo.

No importó cuantas veces intenté deshacerme de ella, no parecía importarle mi notoria incomodidad o lo reacio que me encontraba a responder cualquiera de sus preguntas. La mujer había llegado a ser tan insistente que incluso me tomaba del brazo y tiraba hacia ella, logrando hacerme caer al suelo junto a ella. Solo cuando nos vio en el suelo y sucios se percató de que había pasado un límite, uno que intentó remediar diciendo que ella "no era así" y que "su intención jamás había sido causarme malestar".

Incómodo, incorrecto, irrespetuoso y todas las palabras con "i" que tuvieran significados negativos sin importar cuáles fueran.

Desde ese entonces no había vuelto al pueblo y si llegaba a hacerlo en algún momento, estaba dispuesto a dar la vuelta para no encontrarme a aquella mujer que se había atrevido a toquetearme.

Mi Dios estaba viéndola actuar de esa forma y no le había importado lo mal que me dejaría ante sus ojos. Tal vez por eso había recibido golpes y cortes durante esos días, porque gracias a ella Dios me veía como alguien que no era capaz de llegar al matrimonio siendo puro, pero lo era y esos eran mis planes.

— Válgame Dios, que horrible recuerdo. — Murmuré, sacudiéndome para alejar la escalofriante sensación que recorrió mi cuerpo. 

Llamas Eternas© EE #5Where stories live. Discover now