— ¡Hay que azotarlo! — Una voz conocida se escuchó como un eco en aquel espacio en blanco en el que me encontraba de pie.
— ¿Qué? — Susurré. — N... No...— ¿Por qué volvía a tartamudear?
— Hazlo. — Ordenó la voz de una mujer a mi lado. — Te los mereces.
— M... Ma... Mad...re...— Ella lucía molesta conmigo pero no entendía la razón.
— Tú. — De algún lado sacó una libreta llena de papeles y escrita por todas partes y en todas direcciones. — Intimaste sin estar casado, sin que fuera tu esposa.
¿Qué? ¿Cómo se había enterado de eso?
— Una mujer casada con otro hombre. — Punzadas de dolor comenzaron a taladrar mi pecho con cada recuerdo. — ¡Con un hijo!
— Lo...— Fui golpeado con un libro idéntico al que mi madre sujetaba.
Fue en ese momento en el que me percaté de que comenzaba a ser rodeado por hombres y mujeres, personas que asistían o habían asistido durante algunos años a la iglesia a la que íbamos mi familia y yo.
¿Acaso estaba siendo juzgado por mis pecados? ¿Por qué? ¿Por qué me juzgaban ellos y no Dios?
— Pecador. — Bramó mamá.
— ¡Pecador! ¡Pecador! — La siguieron todos en coro.
Antorchas aparecieron en sus manos como si siempre hubieran estado allí y yo no las hubiera visto.
Estaba asustado, no, el Archie que amaba leer enciclopedias lo estaba.
— Ma... Mamá...— Su mano se alzó y cayó con violencia, impactando mi espalda con aquel látigo grueso.
Dolía y ardía, pero por más que intentaba alejarme no podía. Estaba atado con cadenas, unas que me rodeaban por completo y que estaban sujetas desde el techo y las paredes como si de una gran tela de araña se tratara.
— ¡Suplica! — Volvió a gritar la mujer que me había dado a luz.
— Por favor. — Aquellas palabras habían salido de mi boca pero no era yo quien las decía. — Te lo... Te lo suplico.
Poco importaron mis suplicas. El látigo volvió a impactar la piel sensible de una espalda débil. Volvía a tener ese cuerpo flacucho al que se le marcaba la columna vertebral casi por completo.
Una antorcha, dos, tres... Una por una fue cayendo a mi alrededor y el fuego comenzó a expandirse con rapidez, amenazando con quemarme vivo.
— ¡Por favor! — Estaba desesperado.
Las llamas estaban cerca, tanto que comenzaba a arderme la piel y el calor sofocante hacía que el sudor recorriera mi cuerpo, uno que se encontraba desnudo y a merced de todo y todos.
— Comienza a confesar todos tus pecados. — La voz del párroco se escuchó más alto que los canticos de la congregación.
— Pa... Padre...— El fuego rozaba la piel de mis piernas y nadie hacía nada para evitarlo. — Padre... he pecado.
— ¿Qué has hecho, hijo mío? — Mi madre le entregó el látigo con una leve reverencia.
— Yo... Desee la mujer de mi prójimo y tuve intimidad con ella, con una mujer que no era mi esposa. — Mi espalda volvió a recibir aquel golpe del cuero contra mi piel. — Dejé de orar. — Sentí cómo la piel comenzaba a separarse. — Blasfemé, herí y pensé en matar. — La sangre corría en gran cantidad. — Yo...
— Comienza a orar, pide perdón por tus faltas. — Los ojos del párroco dieron con los de mi madre, quien pareció entender una orden.
— ¿Q... Qué haces? — Estaba alarmado, no entendía porqué mi madre estaba despojándose de su ropa.
— ¡Ora! — A medida que mis oraciones eran elevadas, los latigazos se volvieron erráticos y salvajes.
Impactaban mi espalda, piernas, brazos e incluso mi rostro. Mi madre también estaba siendo azotada mientras repetía que aquello era mi culpa por ser un pecador. Un sucio hombre que no había cumplido con la voluntad de Dios como él así lo había querido.
— ¿Sabes lo que ocurre con los pecadores? — Preguntó mientras ayudaba a mi madre a ponerse de pie.
Se le dificultaba levantarse debido a la cantidad alarmante de sangre que había perdido, pero ni siquiera así había dejado de orar y hacer reverencias.
— Sí. — Susurré por lo bajo.
— Dilo. — El párroco alzó mi barbilla para que lo mirara a los ojos.
Él y todos los presentes comenzaban a sonreír. Sus comisuras se estiraban como si verme así les causara satisfacción.
— Se queman en el infierno. — Un asentimiento por su parte y el fuego terminó de acercarse a mí.
Todo estaba en llamas, la congregación, los instrumentos de tortura, las imágenes religiosas y yo.
— ¡Por favor! — Grité con todas mis fuerzas hasta que mi voz se cortó debido al dolor de garganta.
Me estaba quemando vivo. Podía ver y sentir cómo mi piel se desprendía de mi cuerpo y se reducía a nada. Quemaba, ardía y no podía escapar, ese era el precio por mis pecados. El fuego me estaba consumiendo como todo lo que había allí.
— ¡No! — Me levanté del suelo, arrastrándome hasta que mi espalda encontrara una pared.
Había sido una pesadilla, otra de las muchas que había estado teniendo.
Era un asco vivir entre torturas y sufrimiento y tener pesadillas prácticamente todas las noches.
— Tranquilo... Ya pasó...— Susurré por lo bajo y con voz entrecortada. — Ya pasó.
No me atreví a volver a cerrar los ojos por tener a que todo se repitiera una vez más y a pesar de ser de madrugada, me vestí y fui al establo.
Debía mantener mi mente ocupada para no pensar en la pesadilla ni en cada uno de los detalles. No deseaba recordar a mi madre ensangrentada y culpándome por lo que le ocurría. No anhelaba volver a sentir el fuego quemando mi piel mientras la estatua de Jesús en tamaño real se consumía frente a mis ojos como lo hacía la congregación.
Una tonta pesadilla que se había sentido demasiado real...
— Ya basta Archie, solo fue una tonta pesadilla. — Me reñí en voz baja para que nadie más pudiera escucharme hablando solo. — Es hora de trabajar.
Saqué los residuos fecales que se encontraban en cada uno de los establos, acomodé la paja en la que dormían y ubiqué cada herramienta en su lugar antes de que el sol comenzara a salir. Para cuando eso sucedió la pequeña figura femenina avanzaba con pasos rápidos hacia donde me encontraba.
— No tenía que hacerlo. — Dije cuando estuvo frente a mí, entregándome un pedazo de tela que cubría los alimentos.
— Mi deber es servirle. — Deber... Su deber no era servirme y tampoco era como si quisiera que lo hiciera.
Yo solo podía prepararme algo de comer y aunque lo agradecía enormemente, jamás iba a acostumbrarme a ese trato.
— No es su deber pero se lo agradezco. — Ignoró la mayoría de mis palabras y solo se quedó con lo que le agradaba, mi agradecimiento.
Mientras comíamos me hablaba sobre lo que había estado aprendiendo en las cocinas. Le gustaba cocinar, lo había dejado en claro un sinnúmero de veces y se le notaba cada vez que sonreía o no dejaba de parlotear sobre los distintos platos que le gustaba hacer.
Catalina movía los labios sin parar, ignorante por completo de que había dejado de escucharla por estar buscando algo entre los vanos del castillo. No me estaba volviendo loco, había visto a alguien de pie, observándonos fijamente desde hacía algún tiempo.
Luego iba a darle caza a quien fuera que estuviera vigilándonos con tanta insistencia.

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Llamas Eternas© EE #5
Fantasy💫Esta historia es completamente de mi autoría por lo que se prohíbe la copia o adaptación.💫 •Quinto libro de la saga EE.• •Es necesario leer el cuarto libro para comprender lo que ocurre en la historia.• Para alguien que le temía a todo la mejor o...