Latigazos, golpes, cortes y mi piel siendo cruelmente quemada por antorchar y metales pasados por fuego... Mi cabeza repetía una y otra vez cada uno de los castigos, incluso cuando ya no los recibía. Mi cuerpo continuaba sintiendo los dolores pero mi órgano latente era el que peor estaba.
Delora... Jamás debí caer en sus encantos, no tenía que haberla visto a los ojos y desear besar sus labios. Había errado y aquel era mi castigo, sufrir en silencio mientras me casaba con otra mujer que no quería.
No eran sus manos, no era su cabello, no eran sus ojos ni sus labios... No era ella.
Tan pronto había sido arrastrado fuera de la celda me habían llevado a mis aposentos para que mi cuerpo y rostro se recuperaban. Necesitaban que estuviera relativamente bien para poder pararme frente al rey y aceptar a Catalina como esposa.
Dormir era un martirio. Las pesadillas de aquella niña siendo torturada y asesinada por el rey me perseguía todas las noches y a eso se le sumada el malestar que recorría por mi cuerpo cuando intentaba acomodarme y me lastimaba.
Mis pasos lentos se hacían eco por el lugar, dándome a entender que me encontraba solo. Al final del pasillo había una luz naranja que iluminaba tenuemente la estancia pero no se escuchaba ni un solo ruido.
Extraño. Era extraño cuando el lugar se trataba de un castillo en donde se torturaba cruelmente a todo aquel que no estuviera de acuerdo con algo. Extraño, cuando los gritos de los prisioneros se filtraban y viajaban por todos los rincones.
Mis pasos se detuvieron abruptamente cuando a mis ojos llegó la imagen más molesta y dolorosa: Delora.
Delora sobre el rey. Delora besándolo. Delora gimiendo su nombre. Delora mirándome a los ojos mientras estaba con él. Delora sonriendo a la vez que su cuerpo se movía con brusquedad.
Le divertía ver cómo me afectaba presenciar la forma en la que tenían intimidad. Parecía disfrutar la manera en la que intentaba alejarme de allí pero no podía.
Él le sujetó las caderas con fuerza, levantándola y dejándola caer como si se tratara de una simple muñeca, cosa que la hacía sonreír aún más.
— ¿Creyó que era mejor que mi rey? — Preguntó con dificultad.
Sus manos dejaron de sujetar los hombros de su esposo y llegaron a la parte superior del vestido que cubría su cuerpo. Soltó las cintas, de sus brazos desaparecieron las mangas y su piel quedó visible ante mis ojos.
— Un rey me posee cuando lo desea, ¿por qué lo dejaría por un espía? — Sus suspiros se hicieron cada vez más fuertes, ensordeciéndome los oídos y llenándome de rabia.
La detestaba.
— Soy su mujer. — Continuó hablando sin dejar de sonreír. — Soy la mujer del rey de Prifac, jamás seré suya.
De todo lo que había podido decir, aquellas palabras habían causado más de lo que deseaba demostrar. Ella tenía razón y lo sabía, era la esposa del rey.
Era suya, su mujer, la madre de su hijo. En ningún lado entraba yo, un simple sirviente que se encargaba de los establos y que no tenía nada más que cicatrices en su cuerpo. Pero aun así la detestaba, lo hacía por haberme dejado en claro que jamás podría tenerla sin importar cuánto me esforzara.
Ella no era mía. Sus suspiros y gemidos no me pertenecían.
Esa sonrisa en sus labios mientras el rey gruñía y la empotraba contra la pared no era para mí, sino por mí. Le causaba gracia lo estúpido, ingenuo y manipulable que resulté ser.
Delora...
— Y aun así...— Susurró mientras se acercaba lentamente a mí. — Su corazón...— No dejó de caminar hasta que sus labios se rozaron con los míos. — Me pertenece.
Mi boca fue tomada por la suya con desesperación sin que le importara que el rey nos estuviera observando. Me reclamaba como si sus palabras fueran ciertas e incluso mis manos la sujetaron por la cintura, acercándola a mí.
Mi cuerpo solo le respondía a ella.
— Démelo. — Susurró, mordisqueando bruscamente mi labio inferior.
Y lo hice. Llevé mi mano hacia mi pecho y comencé a hundir el arma en mi piel. El dolor y la sangre no eran nada bajo su atenta mirada. Su sonrisa se ensanchó cuando mi mano tomó mi órgano latente y lo arranqué de mi pecho, entregándoselo y cayendo al suelo.
— Siempre será mío. — Susurró, mordiéndolo antes de que mis ojos se cerraran.
Suyo...
Mis ojos se abrieron y mi cuerpo quedó sentado sobre el lecho mientras intentaba regular mi respiración.
Había sido una pesadilla, una simple y tonta pesadilla... Delora no tenía razón, mi corazón no era suyo y no iba a permitir que me controlara a su antojo, ya no más.
La detestaba, tanto o más que al déspota de su esposo.
— Espero poder largarme y dejarte atrás. — Susurré para mí.
La soledad y el silencio de mi aposento había sido mi única compañía a excepción de algunas horas en las que entraba Catalina para alimentarme. Según me había contado, se había ofrecido como voluntaria porque sabía que no me agradaba que personas ajenas estuvieran merodeando y posiblemente tocando mis pocas pertenencias.
Se lo agradecía. Ella no tenía que hacer eso y aun así lo hacía sin quejarse o mostrar malestar a pesar de que había rechazado casarme con ella.
— ¿Desea que sea su esposo? — Sus ojos observaron mi rostro por algunos instantes. — A pesar de que no tengo sentimientos por usted, ¿desea que nos casemos?
— Puedo hacer que me ame. — Aseguró mientras asentía. — Puedo hacer que sus ojos solo me observen a mí y que su corazón me pertenezca.
Lo dudaba mucho pero no había nada que hacer. Estaba dispuesto a borrar cada rastro que había dejado Delora en mi piel y labios.
— Será mi esposa. — Su sonrisa me revolvía el estómago.
No deseaba dañarla pero parecía ser tarde porque el brillo en sus ojos no era el de una mujer siendo obligada a casarse. Tal vez la reina no me había mentido en algo y eso era que Catalina parecía sentir cosas por mí.
— Le serviré con todas mis fuerzas. — Sus pequeñas manos tomaron las mías en un intento por envolverlas.
Yo no quería que me sirvieran, en esos momentos no deseaba nada más que olvidar.

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Llamas Eternas© EE #5
Fantasy💫Esta historia es completamente de mi autoría por lo que se prohíbe la copia o adaptación.💫 •Quinto libro de la saga EE.• •Es necesario leer el cuarto libro para comprender lo que ocurre en la historia.• Para alguien que le temía a todo la mejor o...