🔥29🔥

222 33 1
                                    

Nos estábamos volviendo imprudentes o eso había pensado antes de sucumbir a sus encantos. Delora y yo habíamos estado cariñosos en sus aposentos y luego en un lugar peligroso para nosotros y al que no debíamos haber entrado, en donde el rey guardaba sus pergaminos y escritos.

Por suerte habíamos salido sin ser descubiertos pero el riesgo que habíamos tomado no tenía comparación. Si al rey o a una persona de su confianza s ele hubiera ocurrido ingresar allí nos habrían visto besándonos mientras en escritorio nos servía como cama.

Innecesario, peligroso y morboso.

De los dos, yo era el único que después de salir seguía estando nervioso y alerta mientras que ella lucía y actuaba como si nada hubiera ocurrido durante el largo tiempo que estuvimos ahí adentro.

Quién hubiera pensado que Archie Walker, el chico que nunca había tenido novia, se habría dejado convencer para prácticamente practicar el exhibicionismo en uno de los lugares más prohibidos y peligrosos de todo Prifac.

— No volverá a suceder. — Murmuré para que únicamente ella me escuchara. — Lo digo enserio.

— Por supuesto. — El sarcasmo en su voz era evidente y que lo utilizara tan naturalmente me encantaba.

Esa mujer me tenía comiendo de la palma de su mano.

Cuando creí que Delora iba a comentar alguna otra cosa más, su rostro cambió a uno serio e impasible. ¿A qué se debía ese cambio tan brusco?

— ¡Archie! — Lo comprendí en el instante en el que la voz de Catalina se abrió paso.

A Delora no le agradaba y la última vez que la chica había estado cerca de mí había estado ocho días ignorándome.

Sus ojos se volvieron fríos en el momento en que los brazos de Catalina rodearon mi brazo, posicionándose frente a ella como si no existiera.

Yo solo podía pensar en una cosa: niña, muévete de ahí.

Mi cuerpo estaba tenso e intenté alejar mi brazo de ella pero se aferró de tal manera que si lo movía probablemente iba a rozar una parte de su cuerpo que cruzaría cualquier tipo de límite.

— ¿Dónde ha estado? — Preguntó sonriente sin darse cuenta del aura negativa que estaba a sus espaldas. — Debería acompañarme a observar el pueblo.

No estaba asustado pero sí preocupado. Después de todo, aquella sonrisa ladeada que nacía de la comisura de Delora me tenía en alerta.

— ¿Su nombre es? — La fría voz de la Reina Helada la hizo voltear, dándose cuenta de inmediato de su error.

No era necesario que Delora se presentara, todos en Prifac sabían perfectamente quién era e incluso en otras tierras como lo era Tizdag, Villa Vurshka o Britmongh. Además de que su rostro, lenguaje, porte y vestimenta, hablaban por sí solas. Todo en ella decía que era de la realeza, una reina que había sido interrumpida y groseramente ignorada.

— Yo...— Balbuceó, nerviosa e intimidada por la mujer de ojos fríos. — Catalina, majestad. — Hizo una exagerada reverencia en un vano intento por arreglar la situación. — Lo lamento, no la había...

— He podido verlo. — Cortó de raíz las palabras de la chica que había comenzado a temblar.

Delora parecía estar marcando un círculo a mi alrededor, uno en el que nadie podía entrar sin su consentimiento. Ese pensamiento se hizo mayor cuando sus ojos cayeron en los brazos de Catalina y ésta me liberó sin pensarlo dos veces.

Vaya, vaya...

No la había imaginado como alguien tan celosa.

— Retírese. — Ordenó bruscamente. — Por esta vez olvidaré lo ocurrido.

— Se lo agradezco, no volverá a suceder. — Dando dos y tres reverencias seguidas sin dejar de verla, desapareció por donde mismo había llegado.

Su mirada estaba perforándome con fuerza, tanto que ni siquiera los solados se atrevían a pasar por donde nos encontrábamos. Debían pensar que ella estaba dándome órdenes o amenazándome por una tarea mal hecha.

— No alejé el brazo porque...— Me hizo lo mismo que a Catalina.

— Soy consciente de ello. — Todo lo bueno que habíamos logrado se había estropeado en un instante.

Sus pasos elegantes pero rápidos me indicaban que estaba molesta y probablemente se iba a desquitar dando órdenes a todo aquel que se cruzara en su camino.

¿Era un enfermo por adorar hasta sus corajes?

— Delora, Delora...— Suspiré pesadamente mientras me disponía a seguir sus pasos.

Me iba a costar contentarla y todo por haber evitado rozar indebidamente los pechos de una mujer. Vaya dilema en el que estaba.

Tenía obligaciones con las que cumplir pero sabía perfectamente que si no arreglaba las cosas con ella no iba a poder estar tranquilo durante todo el día. Por eso, me acerqué sigilosamente a ella cuando se detuvo después de haber estado caminando sin ningún rumbo en específico.

— ¿A quién le dije que me gustaba? — Pregunté por lo bajo. — ¿A quién le dije que la quería?

No respondió, se mantuvo únicamente observando al exterior a través del gran vano que se encontraba frente a ella. Yo quedaba oculto por la pared de al lado así que tenía la libertad de hablar y hacer lo que quisiera siempre y cuando no se me viera.

Tomé su mano para tirar de ella justo donde terminaba la amplia ventana de una de las torres y nos ocultaba de miradas curiosas.

— ¿Con quién he estado haciendo el amor todos estos días? — Susurré cerca de su oreja.

Su cuerpo tembló levemente ante mis palabras y cercanía.

— ¿Crees que había hecho todo eso antes de ti? — Negué levemente con la cabeza. — Nunca, nada, jamás. Así que mírame, entiende que eres especial para mí, sonríe y dame un beso porque no quiero ir al establo sabiendo que estamos mal.

Delora dio un paso hacia mí, desapareciendo de la vista de todos. Sus ojos habían dejado de ignorarme y aunque no sonreía, la forma en la que sujetó mi mandíbula y me hizo bajar a su altura fue suficiente para mí.

Su boca me reclamaba con desesperación y coraje.

— Yo tampoco, nunca, jamás. — Entendía a lo que se refería.

Tenía un hijo pero no había sido concebido por amor y tampoco se había casado por su propia voluntad.

— Lo sé. — Tomé sus labios entre los míos, disfrutando de su suavidad y exquisitez. — Lo sé. — Susurré mientras mordisqueaba su carnoso labio inferior y tiraba de éste.

Me atreví a introducir mi lengua en su cavidad bucal. No era experto en nada pero que ella me siguiera la corriente en todo era maravilloso.

Después de haberla besado hasta saciarme y de dejar en claro que solo ella me importaba, fui a los establos en donde pasé toda la tarde. Cada tanto la veía de pie frente al vano pero se ocultaba cuando se daba cuenta de que la había atrapado.

No le daba vergüenza parecer una loca celosa pero sí que la viera observándome trabajar, que graciosa era.

Llamas Eternas© EE #5Where stories live. Discover now