Capítulo 3

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Acababa de mentirle a mi madre.

Me sentía la peor hija del mundo mundial.

Me estaba volviendo una chica mala, supongo que se debe a las malas influencias como Agatha y Álex, que con tan solo habernos visto dos veces antes ya me había convencido para quedar con él. Podía estar cometiendo el error de mi vida.

Bueno, vale, estaba exagerando un montón pero era la primera vez para todo y me sentía más nerviosa que nunca.

Le había dicho que me quedaría con mi mejor amiga y ella ya se había ido a su casa hacía un buen rato, y yo me había quedado allí a la espera de un chico que sólo le conocía el nombre. Es increíble lo ridícula que puede llegar a ser una persona en momentos así.

—Índigo, Índigo... —canturreó, acercándose a mi—. Toda una chica mala, ¿eh?

—Solo te he hecho caso.

—Viene a ser lo mismo —hizo un gesto con su mano para restarle importancia y me sonrió ampliamente—. ¿Vienes conmigo?

—¿En moto? No, gracias, prefiero dar un paseo andando.

Sus hijos brillaron con burla, lo sé, estaba siendo transparente solo para molestarme.

Menudo hijo de puta... ¡En el buen sentido de la palabra! ¿Eh?

—Oh, mon bijou —ríe con diversión—. No me digas que tienes miedo de venir conmigo en moto, prometo que no iré rápido y puedes agarrarte a mi con fuerza, te encantará sentir mis músculos bajo tus brazos.

No me digas... Si seguía así mandaría todo a la mierda. Era una adolescente, él sabía lo que causaba en mi organismo cada una de sus palabras, lo hacía a propósito.

—Deja de buscar excusas para que te toque, Álex —es mi turno de bromear para no delatarme.

—Deja tú de buscarlas para mantener distancia entre los dos, Índigo —señaló—. Sube conmigo, no te va a pasar nada, sería un imbécil si pusiera tu integridad en riesgo solo para hacerme el chulo. Deja de desconfiar, deja que te demuestre que soy un buen tío.

Los buenos tíos no existían.

La perfección solo se veía en las novelas de la tarde, ni siquiera en las que se emitían por las noches, esas ya eran más tóxicas y, en cierto modo, más parecidas a la realidad.

Y la realidad era una mierda, lo había asumido hacía bastante tiempo y estaba harta de seguir diciéndolo una y otra vez.

—Venga, Índigo —presionó un poco más.

—Está bien, pero... Prométeme que no irás rápido.

No me podía creer que acababa de decir semejante estupidez, iba a arrepentirme de lo que había dicho, estaba segura de ello. Nunca antes había ido en moto por el simple hecho de que le tenía pánico. ¿Acaso no veía las noticias? Muchas personas morían al año por tener un accidente en moto, era lo menos seguro, pues la gran mayoría de las veces era muerte segura. En el coche tenías el beneficio de la duda.

—Te lo prometo —murmuró al cabo de unos segundos y me tomó de la mano para llevarme consigo hasta su moto. Él fue el primero en subirse y después me indicó a mi que hiciera lo mismo, tras ponerme el casco me dio unas breves explicaciones a las que no presté demasiada atención y me sujeté a él con fuerza cuando escuché el motor encendido—. Espera...

Tomó mis manos para introducirlas por debajo de su chaqueta, abrazándolo así de manera más directa. No necesitaba explicaciones, sabía que la chaqueta podía apretarle en los brazos si me aferraba a él de la otra forma, y definitivamente necesitaba sus brazos sueltos para conducir, no podía limitar sus movimientos.

Cierro los ojos cuando empiezo a sentir el viento en mi cara, presa del pánico, mis manos se hacen puños tomando la tela de su camiseta entre estos. Casi puedo escuchar su suave risa, aunque quizá son alucinaciones mías por el momento tan irreal que estoy viviendo.

—Abre los ojos, Índigo, permítete poder disfrutar de la adrenalina.

¿Qué adrenalina ni que pollas? ¡Lo que yo sentía era un miedo atroz que me hacía temblar todo el maldito cuerpo!

—No.

—Tú te lo pierdes —noto cierta burla en su tono pero es lo que menos me importa. Ya había hecho demasiado el ridículo.

Intento no pensar demasiado en las numerosas formas de morir. Realmente lo intento. Cuando llegamos me siento mareada, tanto que me cuesta volver a abrir los ojos y adaptarme a la luz solar.

Álex me ayudó a bajar y me tomó de la mano para después caminar conmigo hasta el Campo de Marte, uno de los lugares preferidos paralos parisinos como para los turistas para relajarse y disfrutar de un momento de tranquilidad que solo puedes encontrar en París, literalmente a los pies De la Torre Eiffel.

Había cientos de personas caminando por allí, parejas tomadas de la mano que se sonreían como en las películas de romance barato, niños correteando de un lado a otro, turistas haciéndose las típicas fotos (que a todos nos parecían insufribles ya); pero también había personas solas, que preferían disfrutar de esa paz en soledad, así como había hecho yo docenas de veces.

—Es un lugar muy predecible —hablé.

—¿Tus citas te han traído aquí? Si, entonces si que es predecible, pero no estamos teniendo precisamente una cita, es solo una escapada —me guiña un ojo antes de dejarse caer en el pasto, invitándome a hacer lo mismo—. Nuestra cita va a ser inolvidable, por eso tengo que tomarme mi tiempo en planearla. Sería un patán de primera categoría si te invitase a salir el mismo día que nos conocemos para después improvisar algo cliché. Detesto los clichés.

—Yo también —susurré, quedando ensimismada con cada una de sus palabras. No sabía si era labia para comprarme, o si realmente era el hombre perfecto que me había pintado la vida.

—Quizá no somos tan diferentes, ¿eh? —alza sus cejas con cierto toque de diversión—. Hablemos, Índigo, me interesa saber hasta el más mínimo detalle de ti y de todo lo que te rodea.

Epa.

Pasito a pasito, decía Luis Fonsi, y yo que soy fan de sus canciones, también le hago caso.

Me gusta Álex, pero a los desconocidos no se les puede abrir la puerta con tanta ligereza. Conocer a alguien conlleva su tiempo.

ℑ𝔫𝔡𝔦𝔤𝔬Where stories live. Discover now