Capítulo 9

13 2 3
                                    


Cuando digo que no entiendo a los hombres hablo en serio, cada vez menos.

Podría hacer una lista de todas las cosas que me confunden y otra de las que, definitivamente, no hay por donde pillarlas. Eso si, tardaría la vida eterna en hacerlo, así que no iba a gastar mis energías en algo así.

Dejé que Álex condujese y no hice preguntas, lo menos que quería era distraerlo y provocar un accidente, suficiente miedo estaba pasando al estar aferrada a él mientras sentía el viento chocando contra mi cuerpo debido a la velocidad. Se había saltado unas cuantas señales, estaba segura a pesar de no entender demasiado sobre tráfico.

Pensé en rezar, no sé exactamente porque, pero tampoco llegué a hacerlo. Más que nada para no hacer más el ridículo.

Cuando se detuvo, sentí que mi corazón también lo hacía, eso significaba que habíamos llegado a nuestro destino... A su destino, mejor dicho.

—Hemos llegado —informó, siendo él el primero en bajarse.

—¿Dónde estamos? —cuestioné. Por mucho que conociera París, nunca había estado en esa zona de la ciudad, ni siquiera me había fijado en cómo habíamos llegado a tal punto—. ¿A qué hemos venido aquí?

—Vivo ahí arriba —señaló con la cabeza el edificio que teníamos justo al lado.

—¿Y es seguro que dejes tu moto aquí? Deberías de dejarla en el parking o algo por el estilo, ¿no?

Álex esbozó una sonrisa y negó con la cabeza, quitándole validez a mis argumentos. Después estiró su brazo para tomar mi mano y ayudarme a bajar, como si lo demás no importase en absoluto. Yo preferí no hacer más comentarios y dejé que me guiara, ni siquiera puse pegas cuando tuvimos que subir por las escaleras en lugar de usar el ascensor, como no era yo la que vivía allí, no podía opinar. A ver, por poder podía, pero habría sido raro quejarme, pues de momento no tenía tanta confianza como para eso. Sin soltarme la mano, rebuscó en su bolsillo hasta sacar la llave e introducir esta en la cerradura, bastó con girarla hacia la derecha para abrirla.

—Bienvenida al lugar donde evito pasar mi tiempo —murmuró en cuanto entramos.

—¿No te gusta pasar tiempo en casa?

—He pasado más del que me gustaría —chasqueó su lengua y apretó ligeramente mis dedos al cerrar la puerta.

Escuché el ruido que hizo la puerta al cerrarse y acto seguido mi espalda chocando contra esta. Su mirada busca la mía antes de que nuestras frentes se toquen y nuestras respiraciones se mezclen, despertando el deseo de tener su boca sobre la mía. Toma la iniciativa, pegando su cuerpo más al mío de ser eso posible, y me besa. Sus labios envuelven los míos con una malvada lentitud que desesperaría a cualquiera. Cada caricia de su lengua envía un pulso a través de mí. El beso es duro, profundo y hambriento, se nota en cada pequeño movimiento de nuestras bocas, se nota todavía más cuando nos separamos para tomar aire.

—Lo siento —se disculpa casi avergonzado—, me lo pedía el cuerpo.

—Te lo pedía el cuerpo —repetí, sonriendo como si no me hubiera quedado sin aire segundos atrás.

—Perdona, no es excusa —aclaró su garganta al tiempo que se separaba—. Se me olvida la diferencia de edad y me siento jodidamente mal.

—Solo eres dos años mayor.

—Índigo, soy dos años mayor, pero yo ya tengo los dieciocho y tú todavía eres menor —argumentó—. ¿Entiendes la diferencia?

—No estás cometiendo ningún delito, Álex.

Su mirada dijo mucho pero sus labios no dijeron nada, ¿cómo debía yo de interpretar ese silencio que hablaba por sí solo?

—¿Te apetece ver una película? No puedo ofrecer mucho más.

—Una película está bien —admití.

Lo que menos me importaba era la película, yo solo quería pasar tiempo con él. Álex tenía ese algo que me llamaba la atención y eso me decía que podía ser mi primer amor adolescente. No solo el primero, también el único. Era de esas pocas personas que creían en el amor romántico, en el de verdad, en que si existía uno que fuera para siempre. Supongo que es porque me lo demostraron mis padres día a día, incluso aquellos días que no estaban las cosas bien del todo, ellos no dejaron que ese amor falleciera.

Así que sí.

Me gustaba la idea del amor en color rosa. De los besos bonitos. De las sonrisas cómplices. De que me tomara de la mano y entrelazara nuestros dedos. De que dijera mi nombre, que era algo que no solía hacer. De quedarnos a ver atardeceres sin más. De reír por el simple hecho de hacer, sin chistes de por medio. De mirar a esa persona y saber que es esa persona y no otra.

Muy típico para vivir en París, ¿no?

Pues mejor ya no menciono la parte de besarnos junto al río, ni debajo de la Torre Eiffel, ni de recorrer los campos Elíseos, comer macaroons en Ladureé, pasear por los jardines del Trocadero...

No, eso era demasiado cursi.

—¿No le importará a tu madre que me quede? No le has avisado de que traías visita —dije cuando me guió hasta el sofá.

Sentí como se tensaba con la pregunta, pero también cómo fue rápido en disimularlo como si no hubiera pasado nada.

—Vivo solo, al ser mayor de edad puedo permitírmelo.

—Nadie con dieciocho años puede permitírselo —murmuré con obviedad—. Supongo que tienes suerte de que puedan pagártelo.

—No me pagan una mierda, a mi padre no le importaría si durmiera en la calle, he tenido que currármelo yo solito —admitió—. Pero no te he traído para contarte mis problemas familiares.

—A veces está bien desahogarse.

—Índigo...

—En serio, no solucionará tus problemas, pero ayudará a que te sientas mejor contigo mismo al tener una carga menos.

Entonces tomó una profunda respiración y se dejó caer en el sofá, dispuesto a contarme todo y más. Lo que no sabía, es que estábamos más conectados de lo que me gustaría, y que todo lo que iba a decir tendría sentido sin tener que buscárselo.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Apr 15, 2023 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

ℑ𝔫𝔡𝔦𝔤𝔬Where stories live. Discover now