Capítulo 6

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Todo lo malo tiene que traer consigo algo bueno. Aunque ese día había sido una mierda desde el momento en que puse un pie dentro de casa, el día siguiente compensó que papá estuviera. Quizá para muchos era lo más normal del mundo despertar y desayunar con sus padres en la cocina, o al menos poder despedirse de ellos antes de ir a clases. No podía decir lo mismo de mi, pues mi padre se iba antes de que yo despertara y volvía después de que yo me durmiera:

Ese día no.

Ese día estaba en casa.

Estaba yo esperando a mamá mientras miraba Instagram, ese día había tenido que ir yo a despertarla y no al revés, cuando ellos dos entraron yo no disimulé mi sorpresa.

—¡Papá! —grité mientras me levantaba para ir a abrazarlo, él no tardó en corresponder al gesto. Echaba tanto de menos eso.

Soltó una de sus características carcajadas al tiempo que pasaba una mano por mi cabello para despeinar, odiaba que hiciera eso, pero si era el pago por tenerlo aquí no me importaba en lo más mínimo estar con los pelos de punta todo el día.

—Buenos días, pequeña demonia —me saludó, sonriente.

—¿No has ido a trabajar hoy? —pregunté, sin dejar de abrazarlo en ningún momento, me negaba a soltarlo.

•No, creo que me voy a tomar unas pequeñas vacaciones —respondió él, justo lo que tantas veces le había pedido al universo.

—¡Eso es genial! —chillé emocionada—. Eso significa que vamos a pasar más tiempo los tres juntos, ¿verdad?

—Sabes que si —prometió, besándome la frente—. Cuando llegues del instituto podemos ver alguna película juntos... ¿Cómo era esa que veiais siempre juntas?

—El corredor del laberinto —le recuerda mamá, regalándole una sonrisa.

—¡Esa! —chasquea su lengua—. En la tarde veremos esa misma.

—Si no son las tres entonces no quiero nada —refuté. ¿Qué sentido tenía ver una si después no se veían las otras, eh?

—Pero si con la tercera siempre llorais... —reclama poniendo los ojos en blanco.

Al menos ya nos conocía de sobra, eso era algo bueno... Pero acababa de recordarme lo que ocurría en la tercera película a primera hora de la mañana, no era una buena manera de empezar. Y hablando de empezar el día...

—¡Voy a llegar tarde a la primera clase! —grité, espantada, mientras agarraba a mi madre para salir de allí cuanto antes.

Papá se despide, pero si no nos damos prisa no llegaremos, así que ninguna le devuelve el saludo. Admití que cuando estamos en el coche vuelvo a respirar debido al alivio, también me doy el gusto de hablar con mamá sobre lo bien que me siento debido a que papá esté en casa, por fin, y sobre mis ganas de que todo vuelva a ser como antes. Ella se limita a escucharme, pero esa sonrisita que se dibujaba en sus labios me daba la razón e indicaba que ella pensaba exactamente lo mismo. A ambas nos emocionaba la idea de tenerlo de vuelta.

—¿En la tarde puede venir a buscarme papá? —cuestioné haciendo un puchero.

—¿Ya me quieres cambiar por él? — inquiere, levantando una ceja.

—Sabes que no, mamá... Pero me haría ilusión. —admití.

—Se lo diré, ahora corre a clases. —señaló, dejé un beso en su mejilla, no sé si en señal de agradecimiento o como manera de despedirme, antes de bajarme del coche y correr al instituto.

No era la última, siempre había gente que entraba sobre la hora e incluso después de que sonara el timbre, así que no tenía que preocuparme por algo así.

Fue un día como otro cualquiera, a excepción de que mi mejor amiga faltó y yo me quedé sola porque no quería incluirme en ningún grupito al que no pertenecía. Si, me hablaba con la mayoría, pero eso no me daba derecho a pegarme a ellos en los recreos cuando nunca antes lo había hecho. No quería pasarme ni mucho menos quedar de ridícula frente a esa gente. Así que me aislé durante los quince minutos de cada recreo, después las clases siguieron su curso normal, sin nada que merezca la pena resaltar.

En la salida estaba papá, como ya apenas recordaba, apoyado en su coche y acaparando las miradas de otras madres y también de las alumnas.

—Papá... —murmuré en modo de reclamo—, métete en el coche y deja de hacerte el guapo.

—No me digas que estás celosa —murmuró burlón—, hija tóxica, lo que me faltaba.

—¿Cómo me acabas de llamar? —llevé una mano a mi pecho haciéndome la indignada.

—¿Yo? De ninguna manera, señorita —se hizo el loco.

Ese era el padre que yo quería, el que me merecía. Con el que reía siempre, con el que también me molestaba de vez en cuando, con el que escuchaba las canciones de la radio en vez de conectar mi teléfono a los altavoces, con el que podía hablar, bromear, lo que fuera. No como el que estuvo ausente por trabajo, que no tenía tiempo para su mujer ni para su hija. Ese no lo quería, pues él tampoco me quería a mi. Ese podía irse para no regresar, quería que en su lugar se quedara este, el de ahora, el de siempre.

Volvimos a casa con una sonrisa en los labios por parte de ambos, al llegar algo había pasado, se notaba en el ambiente y también en la palidez de mamá, pero todos actuamos como si nada después de que papá dijera indirectamente que todo estaba más que bien.

Fuimos los tres para el sofá y nos pusimos a ver las pelis de El Corredor del laberinto, aunque en realidad sólo la vimos papá y yo porque mamá se quedó dormida después de no haberle prestado atención, había muchas cosas en su mente y apenas había descansado los días anteriores, así que no la culpé cuando en mitad de la película cerró los ojos y decidió no batallar contra Morfeo.

Por suerte, papá estaba despierto para la tercera película y también para consolarme con la muerte de mi personaje favorito. Nunca le perdonaré a los guionistas su muerte.

ℑ𝔫𝔡𝔦𝔤𝔬Onde histórias criam vida. Descubra agora