Capítulo 8

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Los hombres mienten y mi padre es el claro ejemplo de este dicho, pues después de haber actuado como siempre, como el hombre perfecto que todas las mujeres querrían, el padre ejemplar que tanto me gustaba; había vuelto a las andadas. Volvía a pasarse horas de más fuera de casa, ignorando que tenía una familia que sólo deseaba que estuviera en casa.

Pero bueno, ¿qué le íbamos a hacer? Él ya era adulto como para saber estas cosas, así que él sabía lo que hacía.

Por otra parte, Álex había cumplido con su promesa de hablarme por Instagram para volver a quedar. Tras dar varias opciones entre los dos, decidimos que los jardines de las Tullerías era el mejor lugar para encontrarnos. Es uno de los parques más antiguos, pero también de los más hermosos. Para los turistas merece la pena pasear por la avenida central, repleta árboles, estatuas, fuentes y estanques, hasta llegar al Arco de Triunfo de Carrusel, aunque para nosotros, que estamos acostumbrados a París, lo mejor del jardín es comprar un helado o un crêpe en alguno de sus puestos y después sentarse en los bancos que están frente al estanque. Pequeños placeres que los turistas no se permiten.

Tomé mi mochila, donde llevaba solo lo esencial: teléfono, cartera, llaves... Y la colgué sobre mi hombro para después salir de la habitación e ir a despedirme de mi madre.

—Mamá, he quedado de salir con Álex —le hice saber. Ella, que estaba de espaldas, se giró al escucharme.

—¿Ya te vas? —me preguntó, alzando una ceja.

—Si, solo pasearemos... Estaré en casa antes de las nueve —prometí, tampoco quería regresar muy tarde, no quería que cenase sola esa noche. Me acerqué para dejar un sonoro beso en su mejilla a modo de despedida.

—Anda con cuidado, Vélez —advirtió—. Cualquier cosa me llamas, ¿si?

—Si, mamá —resoplé de broma y puse los ojos en blanco con fingida molestia.

Era normal que se preocupara, supongo que todas las madres lo hacían, sobre todo cuando en vez de salir con amigas lo hacíamos con chicos. Estaba el gran dilema del sexo y, por ende, del embarazo adolescente. Mamá podría estarse tranquila porque no me apetecían ninguna de las dos cosas y sabía de sobra que Álex, por muy macarra que se le viera, iba a respetarlo (como deberían de hacer todos los chicos de su edad).

El viento hacía que los volantes de mi vestido tuvieran movimiento con cada paso que daba, me sentía en un videoclip de alguna cantante de pop.

Álex ya estaba esperándome cuando llegué, sentado en una de esas sillas frente al estanque, fumando un cigarrillo con toda la tranquilidad del mundo, mientras que dos patos nadaban frente a él. No se le veía bien, estaba inmerso en sus pensamientos, con cara de preocupación. ¿Qué le atormentaba?

—Hey —saludé, aparentando normalidad, mientras tomaba asiento a su lado.

Se cambió el cigarrillo de mano para tenerlo más lejos de mí y me regaló una sonrisa.

Mon bijou —susurró—. Estás aquí.

—Estoy aquí —repetí, con un tono ligeramente divertido—. ¿Por quién me tomas, eh? ¿Por una chica que no cumple sus promesas?

—Me estás robando la personalidad —señaló, negando con la cabeza—, me gusta esa nueva tú.

—Eso se puede considerar narcisismo, ¿sabías?

Soltó una carcajada y se me quedó mirando, como si quisiera ver más allá a través de mis ojos.

—Me gustas más de lo que me gusto a mí mismo —confesó.

Mi corazón enloqueció con solo oír esas palabras, Álex acababa de decirle que le gustaba y me miraba con ese peculiar brillo en los ojos que ya habla por sí solo.

—Me gustas —repitió, como si esta vez lo estuviera diciendo para sí, para aceptar que acababa de decirlo y que estaba de acuerdo con ello.

Su mano se estiró hasta mi rostro y me acarició la mejilla derecha con dulzura, el roce de su piel se sentía suave, como el de las sábanas por las mañanas antes de madrugar, como la brisa del mar en pleno agosto.

Su mirada bajó entonces a mi boca y lo entendí todo, mi primer beso estaba a punto de darse.

Ascendió otra vez a mis ojos, casi pidiéndome permiso para hacerlo, debí de ser muy obvia al decirle que si porque pronto acortó la distancia entre su boca y la mía. Sus labios se fundieron con los míos, inexpertos, danzando al ritmo del viento.

No había rastro de nicotina en su boca, o quizá si y era yo la que lo ignoraba, porque ese beso sabía muy bien.

Al separarnos, se quedó mirándome un ojo y después el otro, aturdido, o simplemente perdido. Era probable que yo estuviera peor, por suerte ya estaba sentada desde antes del beso, sino me habría caído.

—Lo siento, no debí...

—Si que debiste.

Sus cejas se elevaron con sorpresa, estaba conociendo a la Índigo directa.

—De acuerdo, si que debí, así que supongo que no habrá problema en que lo repita otra vez.

—No, pero no todavía, déjame disfrutar esta sensación llamada "acabo de dar mi primer beso" —murmuré, relamiendo los labios, sintiendo todavía el sabor de los suyos.

—¿Tu primer beso? —aclaró su garganta—. Joder, soy un imbécil con suerte.

Me encogí de hombros, sintiendo como mis mejillas se calentaban. Esa frase había sonado condenadamente bien, como si la hubiera dicho Mario Casas en alguna de sus películas.

Dios, ¿estaba comparando a Álex con Mario Casas?

Definitivamente me estaba volviendo loca del todo, no podía poner a mi crush con... Bueno, mi otro crush, ¿no? La diferencia es que con Mario Casas nunca me besaría.

—¿Te apetece ir después a...?

—Tenemos que irnos —me interrumpió, sus ojos estaban fijos en alguien más, aunque cuando intenté girarme para ver de quien se trataba, él se levantó y me tomó de la mano para llevarme con él—. Por favor, es importante, te lo explicaré más tarde si es necesario, aunque preferiría no hacerlo.

—Álex, no estoy entendiendo nada —confesé, dejándome arrastrar por él hasta salir de los jardines.

—Sube —indicó, señalando su moto.

No sabía dónde me estaba metiendo, pero tampoco me atreví a rechistar, su mirada había cambiado en apenas segundos, se había vuelto vacía, oscura, difícil de describir para alguien que no lo conocía demasiado.

ℑ𝔫𝔡𝔦𝔤𝔬Where stories live. Discover now