Capítulo 7

12 1 0
                                    

Poco después ya me encontraba encerrada en mi habitación haciendo videollamada con Aghata, teníamos que ponernos al día ya que ella había faltado a clases.

—¿Estás enferma? —pregunté, ladeando mi cabeza mientras la miraba.

—No, la verdad es que no me enfermo nunca —admitió, encogiéndose de hombros.

Era cierto, nunca la cogía el frío, no se resfriaba, no tenía fiebre, no le dolía la barriga, no se ponía mala con los cambios de temperatura, no tenía mocos en invierno... Lo de esa chica no era normal, debía de ser inmune o algo por el estilo, porque otra razón no hay.

—¿Entonces por qué has faltado? Sabes que odio estar sola en los recreos, durante clase me da igual porque no hablo con nadie, pero los recreos son criminales... La gente me miraba como si fuera un bicho raro, ¡todo por no acercarme a hablar con nadie!

Aghata soltó una carcajada, la muy desgraciada creía que estaba exagerando, pero no mentía en absoluto.

Los adolescentes me solían caer mal, no me importaba que fueran de mi misma edad, a veces hasta yo misma me caigo mal. Tienen un pensamiento súper estúpido y ridículo, no saben lo que es meterse en sus asuntos y me siento incómoda cuando estoy rodeada de ellos. Por eso el instituto no es un lugar que me agrade demasiado, porque la mayor parte del tiempo estoy deseando irme a casa para estar sola, lejos de todos. Después en casa recapacito, me obligo a mí misma a hacerlo, pero al final siempre es lo mismo.

—¿Eso quiere decir que no has ligado en mi ausencia?

—Si, con el profesor de tecnología —me mofé—. Aghata, no seas tonta.

—Nunca se sabe, mejor preguntar que quedarse con la duda —alzó sus manos, mirándome con una sonrisa pícara en los labios—. Ay, no, espera... ¡Claro que no ligaste! Si tú ya tienes ligue.

—Maldición, Aghata, no chilles —murmuré avergonzada.

—Oh, al menos no lo estás negando.

—Bueno, a ver, no es mi ligue... Es mi... Mi... —¿tú qué, Índigo?

—Tu ligue —repitió burlona mi amiga—, no tienes que negarlo. ¿Quieres que te dé un consejo? Mantenlo como ligue, en el momento en el que pasa a ser tu novio se pierden muchas cosas... Interés, por ejemplo.

Oh, no...

La forma en que había dicho esas palabras significaba demasiado.

Ahora todo tenía sentido, si. Había faltado a clase porque estaba pasando por una ruptura, su novio y ella habían terminado esa relación de la que tanto presumían en instagram.

—¿Estás bien, Aghata? —pregunté, dejando a un lado la actitud bromista—. Si quieres hablar del tema podemos hacerlo.

—No, no merece la pena —negó con la cabeza—. Los chicos son todos iguales, voy a dejar de probar suerte con ellos como si fuera la lotería. Tengo dieciséis años, me merezco estar soltera hasta los veintitrés.

—Ambas sabemos que no aguantarás tanto tiempo.

Ella se rio, dándome la razón. Tenía déficit de atención, se encariñaba con las personas muy rápido, no sabía estar sola... Que era, probablemente, lo peor de todo. Las personas pasaban por su vida con demasiada rapidez, nadie duraba demasiado tiempo, y antes de que pudiera siquiera superar la anterior ruptura ya estaba con alguien diferente.

Después estaba yo, que más bien parecía todo lo contrario, si ella no sabía estar sola, yo no sabía estar con gente. Por eso me sorprendía lo cómoda que me sentía con Álex, como si eso fuera lo más raro y al mismo tiempo lo más bueno de mi vida.

Dicen por ahí que cuando encuentras a la persona indicada lo sabes desde el primer momento, otra cosa es que te des cuenta al instante.

Yo creía que así era, pero bueno, tan solo era una adolescente con ganas de sentir amor o algo que se le pareciera.

—Anda, ahora cuéntame los detalles sobre tu cita con el penoso futbolista.

—No ha sido una cita —aclaré—, solo me llevó en moto y...

—¿Índigo en moto? No me lo puedo creer, esto es una novedad, si que tiene que ser convincente el chico para que tú aceptes algo así.

—Ni te imaginas... Estuvimos paseando por el Campo de Marte, hablamos un poco sobre nosotros y nuestro futuro —chasqueé mi lengua—. Y me trajo de vuelta a casa.

Aghata abrió los ojos con sorpresa, ese último dato no se lo esperaba. Si esto se lo hubieran contado a la Índigo de meses atrás, pondría la misma cara.

Un chico llevándome a casa, ja.

Sin miedo al éxito.

—¿Te atreviste a eso?

—No nos vio nadie —fui rápida en aclarar—. Papá no estaba en casa y mamá casi nunca mira por la ventana, supongo que fue un golpe de suerte, el destino está de mi parte.

—Se te va la pinza, Índigo —rio, pasándose una mano por el cabello—. Pensaba que la mala influencia en esta amistad era yo, pero tú lo que no hiciste en dieciséis años te lo estás cobrando ahora en pocos días con ese chico, ¿que será lo siguiente?

—No lo sé, dejemos que el destino nos vuelva a sorprender —reí, acomodándome en la cama para tener otra postura—. Así tendré más cosas que contarles a mis hijos cuando sea mayor.

—Como si tú quisieras tener hijos...

—No está hablando la más indicada.

Nos reímos de nuevo y seguimos bromeando sobre ese futuro incierto que nos imaginábamos de vez en cuando. Ambas aspirábamos a estudiar una carrera y tener un trabajo de éxito, no había planes de matrimonio ni mucho menos de hijos, pero no teníamos la mente de una adulta para pensar en semejantes cosas. Ya veríamos más tarde, dentro de muchos años, sin forzar nada y dejándolo fluir todo. Dicen que así es como ocurren las mejores cosas y nosotras solo deseábamos a tener el mejor futuro.

Claro que no todo estaba en nuestras manos, pero aún así haríamos todo lo posible. De momento teníamos que disfrutar de nuestra adolescencia, con chicos o sin ellos.

Porque, no sé si por suerte o por desgracia, es una etapa que no volverá jamás.

ℑ𝔫𝔡𝔦𝔤𝔬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora