Capítulo 4

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Poco después decidimos caminar por allí como si fuéramos otra pareja más, disfrutar del paisaje que medio mundo deseaba ver solo para hacerse una foto y subirla a Instagram. París estaba bien, si, pero ya. No era nada de otra galaxia, las personas lo idealizaban demasiado.

—¿Qué piensas hacer cuando termines el instituto? —me preguntó.

—Seguir estudiando —murmuré con obviedad—. Me gustaría estudiar derecho como mi padre.

—¿Tu padre es abogado? —soltó una risita—. Vaya, no me lo esperaba, debería de tener cuidado entonces.

—Es inofensivo —murmuré burlona—. ¿Qué hay de ti?

Él chasqueó su lengua y miró en dirección al cielo, parecía dudar sobre su respuesta.

Yo lo había tenido claro desde pequeña, quería seguir los pasos de mi padre y ser abogada, lo llevaba diciendo desde tercero de primaria. Papá muchas veces se quejaba de su trabajo y incluso lo escuché decir que no era su profesión soñada, que no le gustaba tanto ejercer.

Eso pasa cuando pones a niños de diecisiete años a elegir sobre su futuro. Con diecisiete años no sabes lo que quieres hacer durante el resto de tu vida, es muy difícil y muchos terminan equivocándose. Las personas que lo ven claro son afortunadas, no había la menor duda.

—Estoy tomándome un año sabático —confesó—. No tengo ni la menor idea de qué hacer después, se supone que este año servirá para aclararme las ideas.

—Pero alguna idea tienes, ¿no? Eso es lo importante.

—Uhm, seguir los pasos de mi padre no es una opción —murmuró burlón.

—¿A qué se dedica?

—Es policía, pero bueno... —aclaró su garganta—. No es el mejor ejemplo.

No quería seguir con esa conversación, se le notaba, así que preferí dejar ese tema enterrado y cambiar de conversación.

—Te gusta el fútbol, podrías dedicarte a ello.

Eso le hizo reír y yo me reí con él. Me gustaba su risa, nunca me cansaría de decirlo.

—Sobre todo porque soy muy bueno jugando, ¿no? —rodeó los ojos divertido.

—No puedo opinar, no te he visto —me encojo de hombros—. Solamente recibí un balonazo de tu parte.

—Solamente —se burló, pasando su brazo por mis hombros para acercarme a su cuerpo.

El calor invadió mi pecho y las sensaciones se volvieron de color rosa. Vale, quizá las sensaciones no tenían color, pero si lo tuvieran sería definitivamente rosa. Rosa pastel. Rosa bonito... Bonito como él.

Sus labios dejaron un beso en mi cabeza y luego otro y otro y otro... Y así hasta que yo me empecé a reír. Estaba recompensando con besitos el daño que me había hecho con el balón. ¿Se podía ser más encantador?

—¡Ya basta! —chillé—. Nos están mirando.

—¿Tú crees que es a nosotros? —se hizo el loco.

—Si, por supuesto que si —murmuré en bajo.

La gente no sabía lo que era disimular, miraban sin que les importara nada.

—Te miran a ti —susurró—. ¿Cómo no habrían de mirarte? Eres preciosa, es inevitable.

Mis mejillas ardieron. Yo no estaba acostumbrada a recibir ese tipo de halagos por parte del género masculino, mis amigas siempre me lanzaban piropos pero su intención no cuenta porque pueden mentir solo para hacerme sentir bien a mi.

—Oh, no me digas que no te han dicho nunca que eres preciosa —apretó mis mejillas—. Tremendos imbéciles, al parecer están ciegos por no apreciar esta belleza.

—Quizá eres tú el que está ciego.

—No lo estoy, créeme que veo demasiado bien —me aseguró—. Pero si me dices eso voy a suponer que tú eres igual a ellos y no ves todo lo bueno que hay en ti.

Meneó su cabeza mientras me miraba.

Yo no era fea, tenía unos muy buenos genes gracias a mis padres, pero...

—Agatha es más guapa —pensé en voz alta.

Álex frunció el ceño confuso y me miró sin entender lo que estaba diciendo.

Claro, ¿cómo iba a entenderlo? Si literalmente se lo había soltado así sin más, sin poner llo en contexto.

—¿Quién demonios es Agatha?

—Es mi mejor amiga —hice una mueca—. La viste conmigo, tienes que acordarte.

—Me llamaste tú la atención, no tu amiga —se encogió de hombros—. Así que permíteme dudar de esa afirmación, no creo que ella sea más guapa.

Dios mío, Álex.

Todo lo que este chico decía me gustaba, me creía la protagonista de alguna película de Netflix a la que le hacían caso por primera vez, ahora entendía todo lo que muchas veces había criticado.

—Bueno, gracias por subirme el ego, pero creo que ya va siendo hora de volver a casa —aclaré mi garganta—. Todavía no hice mis deberes y no quiero estar hasta las tantas de la madrugada haciéndolos.

—Eres una chica aplicada, todo lo contrario a mi —asintió ligeramente con la cabeza—. Bien, nos espera un interesante viaje de vuelta.

—Oh, no —lo frené—. Ni de broma puedo volver contigo, a mis padres les daría un ataque si me ven bajar de tu moto.

La sonrisa de sus labios se ensanchó, lo que yo veía como un problema a él le hacía gracia.

—Puedo detenerme un poco antes para que no nos vean.

—¡Eso lo haría muy sospechoso!

—Bueno, mon bijou, pues aclárate.

—Iré caminando, no vivo en la otra punta de la ciudad, me sé el camino de vuelta —murmuré, creyendo que eso sería suficiente, pero eso no pareció convencerle—. París es un lugar seguro, no me pasará nada.

—Eso no puedes asegurarlo —señaló—. Venga, te voy a llevar a casa y no acepto un no como respuesta, prometo que tus padres no nos verán si eso es lo que de verdad te preocupa, pero no voy a dejarte ir sola hasta casa.

Solté un suspiro. Papá no se iba a enterar, el regresaba siempre mucho más tarde que yo, y por mamá tampoco debía de preocuparme, no era de esas mujeres que lo controlaban absolutamente todo.

Así que accedí.

Caminamos de vuelta hasta su moto y volví a subirme en ella para después aferrarme a su cuerpo.

—Solo era una excusa para volver a sentir tu cuerpo pegado al mío.

Quise responder, pero arrancó en ese mismo instante y no lo hice, permanecí en silencio y con los ojos cerrados. Al menos hasta que me preguntó dónde vivía.

Que estúpida, él no iba a saberlo por arte de magia.

ℑ𝔫𝔡𝔦𝔤𝔬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora