Capítulo 5

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Álex cumplió con su promesa y me dejó unos metros antes de llegar a casa, lo suficiente como para que no se viera ni aunque alguien se asomara por la ventana.

Nunca se me habían dado bien las despedidas, así que temí hacer el ridículo en cuanto me bajé de su moto sin saber qué decir. Él no estaba en las mismas, por suerte, él parecía tenerlo todo claro.

—Espero que esta no sea la última vez que nos veamos.

—¿Quieres que nos volvamos a ver? —mi pregunta sonó a sorpresa, tal vez porque así lo sentía en ese momento.

Un chico guapo estaba poniendo sus ojos en mí por primera vez, no me lo esperaba para nada, era algo que no pasaba todos los días.

—Índigo, Íngido... —negó con la cabeza—. Me jode que pienses lo contrario, con lo linda que tú eres y sorprendiéndote de cosas así.

Me encogí de hombros con timidez, si me hablaba así me sentía regañada.

—Te hablaré por Instagram, es más práctico, así podremos quedar cuando a ti te venga bien.

—Ni siquiera sabes cuál es mi usuario de Instagram —me mofé.

—No hay muchas personas que se llamen Índigo, creo que podré dar con él fácilmente —me guiñó un ojo.

—No sé porque no me sorprende...

—Porque soy increíble, no debería de haber sorpresa en esto.

—Increíble no sé, pero egocéntrica un poco —me burlé—. Anda, pues ya me hablarás cuando consigas mi instagram, ¿vale?

Estaba a punto de irme, pero él hizo un sonidito con la boca para detenerme. ¿Se creía que era un perro para obedecer así sin más?

—¿No te olvidas de algo?

—No —murmuré con obviedad.

Soltó una risa, burlón, mientras se levantaba él también para acercarse a mi.

—Claro que si —susurró, poniendo una de sus manos en mi hombro para después inclinarse hacia delante, dejando un beso en la comisura de mi boca—. Hasta pronto, mon bijou.

No pude articular las mismas palabras, mi propia respiración se había paralizado desde que sus labios rozaron mi piel. Sonaba cliché, ¿pero cómo no iba a serlo? Tan solo era una adolescente que vivía en París y él era guapo, vaya que si lo era.

Hice un gesto con mi mano para despedirme y disimular la tontería del momento, aunque estoy más que segura de que él se había dado cuenta.

Caminé hasta casa con las mejillas coloradas. Había sido un buen día, nada podría estropearlo...

O eso pensaba yo. Porque papá no estaba, nunca estaba, y empezaba a odiar su ausencia. Él mismo me había prometido ayudarme con un proyecto escolar, ¿pero cuando iba a hacerlo si ni siquiera estaba en casa?

Por suerte mamá siempre estaba. Ella no tenía ninguna otra prioridad aparte de mí y no dudó en ayudarme con el proyecto cuando se lo dije. Además, pude sacar el tema del amor y preguntarle cómo había conocido a papá. ¿Quién sabe? Tal vez en algún momento de mi vida (muchos años más tarde), sean mis hijos los que me hagan esa misma pregunta a mi.

—Mamá...

Creo que era momento de decírselo, el ambiente ya estaba calentito después de haber hablado de amor y tal..., entre nosotras no debería de haber secretos.

—¿Si, Índigo?

—Un chico me invitó a salir. —confesé—. No es la primera vez que lo hacen, pero siempre intenté mantener distancias.

—¿Qué cambió ahora?

—Creo que él realmente me gusta. —admití, al menos físicamente y con esa manera de hablar. Quizá sólo era atracción, pero me gustaba—. Y no sé qué hacer... Papá me mataría si se llega a enterar... Aunque bueno, papá últimamente no tiene tiempo ni para enterarse de las cosas.

—Solo tienes que dejarte llevar, recuerda que tienes quince años. —señaló—. Pásatelo bien, los días grises no tardan demasiado en llegar y normalmente no suelen gustar.

La simple idea de que pudiera hacer alusión a su matrimonio me ponía triste, no quería ver como la relación de mis padres se destruía.

Estuvimos un rato más hablando de todo y de nada, muchas veces era la mejor manera de ponerse al día. Al menos hasta que el sonido de la puerta nos interrumpió, me ilusioné pensando que se podría tratar de mi padre, pero él tenía llaves de casa y no tocaría.

Mamá se puso alerta al instante y bajó para ir a abrir, yo no podía quedarme allí parada, también quería saber de quien se trataba. Esperé unos minutos para no ser tan obvia y después bajé las escaleras, encontrándome con un hombre de sonrisa fría apoyado en el marco de la puerta.

—¿Quién es él, mamá?

—Sube ahora mismo, Índigo. —ordenó, su voz temblaba. Aunque no quería dejarla sola tenía que obedecer, su tono me lo había dejado muy claro.

Volví a subir, mordiéndome las uñas con nerviosismo, deseando que ese momento se terminara ya. Siempre habíamos sido una familia normal y corriente, mi madre nunca me había alzado la voz, era evidente que algo estaba pasando.

Tomé una chocolatina de la cocina para ir calmando la ansiedad, era una rara manía, mientras comía no me estresaba.

Cuando mamá volvió yo ya estaba recostada en el sofá.

—¿No me vas a decir quién era él?

Y entonces sucedió lo que menos me esperaba. Mamá me habló de su ex marido. Si, ex marido. Toda mi vida pensé que solo había sido papá, pero al parecer el primer hombre en su vida había sido ese tal Rusell, con quien se había casado y le había sido infiel el mismo día de su boda. La historia de mis padres empezó a partir de ese día.

¿Qué hacía entonces él aquí? ¿Qué se le había perdido?

¿Por qué los días buenos nunca son buenos del todo? ¿Por qué siempre tiene que haber algo que lo ponga todo patas arriba?

ℑ𝔫𝔡𝔦𝔤𝔬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora