Capítulo 2

56 4 5
                                    

Huanle

Sobre Diego Vega y lo que aconteció aquel día.

―¿Que besaste... a quién?

Cuando mi padre anunció que este año, bajo el eclipse lunar, tendría lugar el intercambio cultural, nunca, jamás, llegué a pensar que me vería envuelto en una situación como esta.

―Louan Lavelle, responde: ¿con quién te besaste anoche?

No.

De todos los escenarios posibles que había imaginado, ninguno podría acercarse, ni por asomo, a esto.

―¿Y por qué debería responderte? ―La voz de Louan tiembla. Tensa la espalda y aprieta los puños; los brazos cruzados sobre el pecho y la barbilla levantada. Intenta intimidarle, sacar valor, pero más bien parece que esté a punto de desmayarse―. ¿Quién te has creído que eres?

La hermana de Louan, Ivette, se adelanta un paso y se encara al que parece ser el famoso Diego Vega; una imponente figura de músculos en tensión y agresividad latente escondida tras una camisa blanca y ropajes con los colores del emblema del reino de Axarquia. Es bastante más pequeña que él y, sin embargo, el alardiano retrocede ante su imponente aura.

―Mi hermano tiene razón. No te mereces ninguna clase de explicación. ―Bufa y toma a Louan de la mano. Se mueve con tanta decisión que me veo en la necesidad de reaccionar a sus impulsos―Te lo advierto, Vega. Como le pongas un dedo encima a mi hermano te arrepentirás de no haberte quedado con la cabeza metida entre las piernas de William Blythe.

Y entonces.

Estalla la tormenta en cielo despejado.

La piel bronceada de Diego adquiere varios tonos rosados en segundos; sus rizos dorados y el iris azul de sus ojos ganan mayor intensidad contra el rubor incipiente. A su espalda, su acompañante, un adolescente de cabello ceniza y sonrisa traviesa, deja escapar unas inocentes carcajadas que intenta retener con todas sus fuerzas.

Y lo veo en los ojos de Diego: esta conversación no va a terminar bien.

―¡Lo que sucedió con William no tiene nada que ver con esto!

Habla con las mejillas encendidas, mirando al príncipe de Flâner con la desesperación palpitando en su expresión. Está claro que es a él a quien pretende convencer.

―No quiero oír tus excusas. Estoy harto de este tema, Diego. ―Me sorprende escuchar el timbre de Louan, tan claro que me hace brincar en el sitio. No es que pinte nada aquí, pero, cuando se inclina hacia mí, siento que realmente se está valiendo de mi apoyo―. Déjalo ya.

Pero el alardiano no parece, ni mucho menos, dispuesto a abandonar la conversación. Ivette apenas puede reaccionar cuando el muchacho se abalanza sobre Louan; las manos por delante y la melena desordenada. Le sujeta la muñeca con tanta fuerza, que estoy seguro de que dejará sus dedos marcados en ella... Y eso me irrita más de lo que estoy dispuesto a admitir.

―Si tan solo, me dejaras explicártelo todo...

No puede forzarle de esta manera.

Mi cuerpo se mueve solo, veloz como cuando encuentro la sinergia concreta con mi espada en la batalla; sabe perfectamente lo que debe hacer. De un manotazo le aparto la mano de la de Louan; atraigo al príncipe hacia mí, hasta que su espalda choca con mi pecho de forma inevitable.

Durante un inseguro latido pierdo el hilo de mis respiraciones.

La comprensión se refleja en los ojos cian de Diego, contempla la escena con incredulidad pero con la certeza de que ha cometido un error. Siento cómo Louan busca refugio entre mis túnicas, a las que se aferra con dedos temblorosos, huyendo de la expresión necesitada del rubio.

Besar, casar y matar. Un juego de espadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora