Capítulo 4

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Huanle

Estoy contigo y no voy a volver a dejarte ir.


―¿Louan?

Ya he perdido la cuenta del número de veces que he pronunciado su nombre en voz alta el día de hoy, pero ninguna me había destrozado tanto como esta.

Su silueta desbaratada se graba a fuego en mis retinas cuando la luz la desdibuja en el centro de la habitación.

―Huanle.

Todas mis acciones se congelan al escuchar el modo en que me llama, apenas un susurro que penetra en mi mente. Cada letra suena perfecta en su boca.

―¿Estás bi...?

Pero las palabras mueren antes de tiempo; desaparecen cuando los colores comienzan a aferrarse a su figura, describiendo cada pedazo de él que está tan roto que parece imposible que se tenga en pie.

Pues claro que no está bien, ¿qué estoy diciendo?

―Me has seguido...

Pregunta, o afirma, no termino de comprenderlo. Su timbre cambia y se vuelve opaco; arena en vez de brisa fresca de verano.

Parece genuinamente sorprendido por mis acciones; siendo sinceros, yo también lo estoy. Cuando ninguno de los presentes en la habitación fue capaz de mover siquiera un músculo para ir a buscarlo, yo ya había salido por la puerta, tratando de perseguir la estela destrozada que Louan dejaba a su paso.

―Sí.

Un monosílabo.

Eso es todo cuanto puedo responderle.

―¿Me has... escuchado tocar?
Me fijo en la forma en la que se curva sobre sí mismo, la tensión en su espalda y el violín vibrando entre la clavícula y su barbilla. Y lo miro, buscando respuestas en su expresión, pero hay demasiados matices y contrastes; una oposición constante que parece que quiera acabar con su estabilidad. Sigo sin ser capaz de discernir las expresiones cambiantes y ardientes que desfilan en sus ojos azules.

No sé qué responder.

Si digo que sí... ¿se enfadará?

No quiero que se enfade.

No quiero que me odie.

No quiero...
―Huanle ―repite. Cambia su peso de un pie a otro, dejando caer los brazos que sostienen el instrumento roto y el arco. Su timbre suena exactamente igual que la última nota que ha brotado de sus cuerdas―. ¿Me has escuchado?

Hé siempre dice que la sinceridad es la mayor de las virtudes.

―Sí.

Fantástico.

El mismo monosílabo.

Trago saliva e hincho el pecho. Me mira con una intensidad tan profunda que mi cuerpo tiembla, se sacude, pero me mantengo firme, anclado a los tablones de madera del suelo. Trato de sostenerle la mirada, que mis ojos no se desvíen a sus labios, que no recaigan en la forma en la que respira o cómo se le marca el sudor en el cuello... porque eso nos llevaría a una situación que estoy tratando de evadir a toda costa.

―Lo he estropeado todo... todo...
Y se rompe, igual que el violín al que aún se aferra, a pesar de que su sonido haya muerto entre sus dedos.

Llora.

Llora de nuevo.

Se deshace en lágrimas y sonidos quebrados; una nueva melodía que brota de su corazón desconsolado.

Besar, casar y matar. Un juego de espadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora