Capítulo 3

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Louan

Melodías rotas y un violín desafinado.


Hacía muchos años que no me sentía así.

Tan lejos de mí, tan destrozado y vulnerable..., tan perdido.

Podría dejarme llevar por las emociones y ahogarme en medio del caos, pero todavía hay algo que mantiene a flote mi cordura.

La madera del violín cruje bajo las yemas de mis dedos; desgarra la piel ahí donde me desangro en notas y una melodía que ni siquiera sé reconocer.

Porque no la he creado yo. Lo ha hecho mi alma desconsolada.

El silencio es demasiado intenso, aterrador y salvaje; resuena en la habitación con tanto ímpetu que me asfixia... Necesito pararlo.

Matarlo.

Las duras sombras doradas de la habitación me invitan a abrasarme hasta que solo queden cenizas; las cuerdas de mi instrumento gritan pidiendo ayuda.

Nadie va a venir a rescatarme.

Y me rindo a la música, a lo único que puede sacarme este dolor del pecho o arrebatarme el aliento hasta hacerme desaparecer.

La melodía es grave, profunda, aguda, descompasada, furiosa y terrible. Resuena con cada uno de mis latidos desbocados; respiro, respiramos, al mismo ritmo.

El arco no responde a mis movimientos, se desliza solo por las cuerdas y obliga a mis manos a seguir sus órdenes sin sentido. La madera está seca, la siento astillarse entre mis dedos; crispa mis nervios mientras las cuerdas se van tensando a cada nota.

No mido la fuerza.

Ni la velocidad.

No soy yo quien dirige la música, o mi cuerpo o la brisa descontrolada que arremete contra mí, arañándome la piel de los nudillos al tocar.

Los acordes brotan del violín, desenfrenados; cantan mi ira y llanto... Vuelven real todo lo que me aterra y callo.

Porque la única forma que tengo de acabar con todo, es esto.

Destrozarme en mi música.

Aprieto los dientes. El mástil se vuelve corto, sin espacio suficiente para el recorrido de mis dedos, que aporrean las cuerdas con violencia y desesperación.

Duele.

Pero más me duele el corazón.

El ritmo aumenta hasta que se vuelve insoportable e imposible de tocar; la piel me quema pero sigue ardiendo sobre cada traste, sobre cada mella en el violín que me hace sangrar...

Por dentro y por fuera.

Pero lo que no esperaba.

Era que también sangrase él.

Y en medio de mi tempestad, el silencio vuelve a hacerse presente. Quiebra mi mundo cuando las cuerdas saltan frente a mí, deshaciéndose con los últimos ecos de una canción hecha de añicos.

No he matado el silencio.

El silencio me ha matado a mí.

Se acabó...

―¿Louan?

Besar, casar y matar. Un juego de espadasWhere stories live. Discover now