Capítulo 10

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Huanle


Asumiré las consecuencias.



¿Cuántas horas han pasado ya? ¿Estará bien? ¿Le seguirá doliendo?

El sonido de mis pasos sobre las tablas de madera está comenzando a desbordar lo poco que me queda de paciencia. Es exasperante no saber nada, tener que permanecer quieto y callado sin siquiera poder ir a visitarle para comprobar su estado.

Las paredes de mi cuarto jamás me habían resultado tan agobiantes.

Resoplo y emprendo una nueva vuelta alrededor de mi cama, arrastrando la túnica con brusquedad, tratando de desquitarme de alguna manera. Creo que me volveré loco si algo, lo que sea, no cambia en el siguiente segundo... Hasta que nuevas pisadas sobre la grava llaman mi atención y me obligan a detenerme, se dirigen a mi cuarto. Trato de serenarme todo lo que puedo, antes de que la puerta se abra.
―Vale ―dice Damiano, adentrándose en la estancia. Su silueta de plata compite con el brillo de la luna que se cuela en el umbral―. Espera diez minutos y ve corriendo a la enfermería. Te doy como mucho una hora, así que di lo que tengas que decir rápido.
Su entrada me pilla por sorpresa y me impide reaccionar correctamente. Parpadeo mientras trato de asimilar esas palabras que retumban contra mis sienes con la potencia que solo el timbre de Damiano presenta cuando se trata de alguna travesura.

Conozco esa expresión en su rostro, esa media sonrisa que habla por sí sola... Es hora de romper las reglas a espaldas de mi hermano.

Cuando por fin consigo ordenar mis pensamientos, asiento con la cabeza a todo lo que dice.

―¿Estás seguro de que Hé no sospechará?

Odio desobedecer, pero solo lo hago cuando sé que cuento con el apoyo de Damiano y que, obviamente, la razón por la que desobedezco es que Hé me ha prohibido algo.
―Eso no será un problema cuando me quite los pantalones, créeme ―Suelta con toda la naturalidad del universo, enroscando su voz en una sonrisa divertida.

Me fijo en la forma en la que se frota la cadera y la expresión cambiante de su rostro que alterna cansancio y pillería al mismo tiempo. No quiero saber nada más, eso es demasiada información sobre la que no pienso indagar; sacudo la cabeza con fuerza para apartar esa imagen esporádica que amenaza con formarse en el límite de mi mente.

Damiano asiente de vuelta y, sin más miramientos, abandona la habitación con la misma velocidad arrasadora con la que entró.

Diez minutos.

Creo que el tiempo nunca ha discurrido de forma tan lenta para mí. No quiero admitirlo, pero estoy nervioso. A pesar de que el soberano de Marlena me ha asegurado que a Louan le alegró recibir mi carta, no sé cómo reaccionará cuando por fin me tenga delante.

Quizá no debería...

Si hemos llegado a esta situación es por mi culpa, porque no tuve el valor de decirle que no quería que empezáramos de nuevo, que no quería que olvidara la noche en que nos conocimos, el beso que compartimos... Aunque ya es muy tarde para arrepentirse, tengo que arreglarmelas con la situación tal y como se me presenta ahora.

Jamás había sentido algo así. Tan fuerte. Tan real... No quiero que desaparezca.

La decisión arrecia en mi pecho y dirige mis movimientos, me otorga nueva fuerza. Así que no lo pienso más, me calzo las botas de cualquier manera y recojo del suelo la túnica escarlata de esta mañana para no tener que salir en ropa interior. Nunca me había vestido con tanta urgencia; me palpita el corazón a demasiada velocidad.

Besar, casar y matar. Un juego de espadasWhere stories live. Discover now