Capítulo 12

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Louan



Todo un hombre haré de ti


―Hoy es un gran día...

La voz de Hé resuena cantarina en el ambiente; resplandece como lo hace su rostro de perfecta porcelana. Las telas escarlata que lleva hoy son algo más ajustadas y ligeras, adecuadas para los movimientos rápidos y reflejar los duros ángulos de su cuerpo.

Camina por la tarima con pasos lentos, amplios; su postura erguida, con la espalda recta y la barbilla alzada hacia el frente, transmite el control que mantiene en cada uno de sus movimientos.

Quizá, desde fuera, su aura seria otorgue una imagen totalmente equivocada de él; sin embargo, yo he sentido el calor y la amabilidad de su cercanía.

Sonríe y su gesto es contagioso.

―Sé que la última vez que estuvisteis todos reunidos no terminó del todo bien. ―Se detiene y pasea su mirada por todos nosotros. Los hombros se me tensan con el recuerdo y no puedo evitar observar, durante un segundo, al resto de miembros que me acompañan esta mañana: Diego y William en una esquina, con expresión cansada y los brazos cruzados, Óliver y mi hermana cogidos de la mano, a la espera de recibir indicaciones..., y también Huanle, del que rápidamente aparto la mirada por puro instinto―. Pero eso va a cambiar a partir de ahora.

Un escalofrío me recorre de los pies a la cabeza. Sinceramente, por mi propio bien lo espero, porque ya ha sido suficiente calvario tener un ojo morado durante dos semanas. No me gustaría tener que repetirlo.

Vuelvo a desviar mis ojos hacia las sedas rojas del segundo heredero de la secta Si Zhǎo; no soy capaz de pasar de los tobillos. De alguna forma hemos estado pasando mucho tiempo juntos durante estos días; cuando Hé le dio permiso para venir a visitarme y sus paseos nocturnos ya no fueron posibles causas de castigo, Huanle se dedicó a enseñarme la secta mientras se disculpaba repetidas veces. Estar cerca de él me tranquiliza, me da seguridad, disfruto nuestro tiempo a solas.

Pero es diferente cuando estamos todos juntos. Algo se tensa en mi interior.

El timbre claro de Hé devuelve mis pensamientos al presente:

―Pero por encima de todo, es un gran día porque Damiano no va a volver a daros clase.

Nuestros ojos se desvían a la figura albina, que ocupa un lugar a unos pocos metros del estrado de madera sobre el que el heredero de la secta declama su discurso. El rey de Marlena despega los labios en un intento por protestar, pero la mirada afilada de Hé es suficiente para que no se atreva a decir nada.

―Entonces, ¿sí vamos a tener clases?

Mi hermana pone los ojos en blanco al escuchar la pregunta de Diego; escucharlo intervenir me resulta extraño, provoca un pinchazo sordo en mi pecho. Después de mi casi ahogamiento en la cascada, su actitud hacia Huanle y el príncipe de Axarquia se ha vuelto más fría. No sé cómo lo consigue, pero cuando alguno de los dos trata de acercarse a mí, ella salé de la nada para espantarlos.

―Sí, Vega ―responde Damiano a espaldas de nuestro profesor. Recoloca sus largas piernas sobre la roca en la que está sentado; el lunar que tiene bajo el ojo izquierdo destaca aún más con la luz pálida de la mañana―. No te vas a librar de entrenar, pero intenta no matar a nadie hoy.

Diego resopla y lo incrimina con un gesto. Su impulsividad salta inmediatamente; se le arquean las venas sobre las extremidades desnudas, ahí donde el chaleco de cuero rojo termina sobre sus hombros.

Besar, casar y matar. Un juego de espadasWhere stories live. Discover now