CAPÍTULO 2

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Aquí no se habla de mamá. Esa es la regla principal para mantener las buenas vibras en casa. Mentiría si digo que recuerdo alguna imagen nítida de ella, a veces cierro los ojos y fantaseo con intentar evocar alguna imagen pero solo aparece una mancha difusa frente a mi, luego todo se desvanece y las palabras que siempre escuché aparecen: aquí no se habla de tu madre.

¿Por qué no se habla de ella? No lo sé. Ya soy un adulto y se supone que podría hablar del tema con mi padre, pero es imposible sacarle una palabra. Él es la persona más noble y amable que he conocido pero intenta sacarle ese tema y se vuelve frío como un témpano, así que lo evito, al fin y al cabo ella es una de las tantas incógnitas que seguramente no resolveré en mi vida y realmente hay cosas más importantes que descubrir que el hecho de que decidió abandonarnos, para terminar desilusionado.

La etapa del duelo ya la pasé, ya la viví cuando mis compañeros de colegio eran acompañados por sus madres a cada acto o a cada salida del mismo. Igual no me quejo, Ches fue un gran padre, siempre estuvo presente para mi hermano y para mi.

Últimamente estoy pensando demasiado en el pasado, muchas de las pesadillas que creí haber dejado atrás están volviendo a emerger y estoy a punto de desbordar.

La vida de adulto apesta, cualquiera que afirme que está feliz de serlo, está equivocado o tiene mucho dinero y no debe preocuparse por nada. A veces pienso que haría tantas cosas por conseguir dinero... no me importan mucho las opiniones de los demás así que tengo la mente abierta para cualquier clase de negocios, siempre y cuando no lleven mucho esfuerzo porque odio trabajar.

¿Quién inventó los billetes? ¿A qué tarado se le ocurre cambiar tiempo valioso de vida por papel? Es obvio que el papel en sí no tiene un valor, que lo importante es lo que podemos conseguir con él pero no sé, algo de todo esto no me convence, solo sé que sería un poco más feliz si podría vivir en la pradera intercambiando bienes para poder sobrevivir, y que sea todo tan precario que la esperanza de vida sean los treinta y cinco años como mucho, ¿para qué más? Estúpida ciencia moderna que nos quiere hacer vivir mucho.

Cuando mi hermano vivía en mi casa me decía que era un resentido y que odiaba la vida porque no tenía amigos. Obvio que no voy a tener amigos si la mayoría de las personas son patéticas. Nunca me han creído, todo lo que he dicho siempre ha sido objeto de burlas y lo peor es que decidí callar, pero a medida que lo hacía, el tormento incrementaba, todo aparecía nuevamente y con más intensidad.

Tres... seis... nueve... y volver a empezar. Repetir varias veces esos tres números se convirtió en mi primer mantra así que cuando siento que no doy más empiezo a contar.

"Mira la clase de sueños que tienen las personas y te darás cuenta de lo patéticas que son" ese es mi segundo mantra, la frase que me repito todos los días, y puede que sea mi mayor condena porque no me deja empatizar con nadie. A veces me basta con que alguien diga una sola oración para darme cuenta qué clase de persona es, y si su actitud o intenciones me molestan, desconecto y dejo de escucharlo, el solo hecho de que estén presentes me fastidia así que casi siempre me voy.

Para mi es normal escuchar a mis espaldas "¿Y a este qué le pasa?". Si te diría lo que me pasa probablemente quisieras golpearme y no quiero eso, huyo de las peleas porque sé que no son mi fuerte. ¿Qué raro no? Querer que todo se termine pero a la vez no ser tan extremo como para provocarlo, no soy estúpido.

Sé que de buenas a primeras puedo ser alguien difícil de tratar pero es lo que soy, siempre tuve problemas para creerme único y especial, sabiendo que en mi ciudad hay más de 5.5 millones de habitantes ¿Quién sería tan iluso para creerse el cuentito de venir a marcar una diferencia? Todos somos iguales, todos vamos a morir y terminaremos en la nada misma, y nada de lo que hagamos tendrá sentido.

Estudiante por accidenteWhere stories live. Discover now