1

1.6K 98 203
                                    

TW para toda la historia: violencia de género

—Uno, dos, con las dos pequeñas hacen cuatro... —Cuenta a través del retrovisor interior, en principio distraído. Hasta que sus ojos se abren con fuerza—. ¡Me falta una!

Frena de forma exagerada, llevándose un pitorrón de otro coche. Todos los integrantes del vehículo se echan hacia delante, pero el cinturón los retiene en sus sitios, por suerte. Raoul gira su cuerpo por completo, con el ceño fruncido.

Su día ha sido un no parar de correr en todo el día: de casa al colegio-instituto, desde ahí a la universidad, conseguir salir un poco antes, comprar algunas cosas en el supermercado, pero distraerse y tener que correr de nuevo para recoger a la tropa de talibanes que tiene a su cargo.

El problema ha sido que, no importa cuanto haya corrido, la calle del colegio estaba llena de niños correteando. Por suerte, ha distinguido al más alto de todos y se ha detenido al descubrir a otros niños tras él. Ha abierto la puerta, dejado que suban y comenzado a conducir en cuanto el último ha cerrado la puerta. Quizá si hubiera contado antes de arrancar..., no habría tenido que frenar ante la falta de uno de ellos.

Por suerte Javi no tarda en explicarle, ante el temor de ser asesinado por esa mirada:

—Vi ha salido una hora antes, que me lo ha dicho a mí. Que su profe de física no ha venido o algo así.

El mayor entrecierra los ojos, buscando respuestas en la mirada del chico de doce años que ha tomado la palabra. Desvía su foco de atención hacia Martín, que se encoge de hombros, ajustándose las gafas, descolocadas por el frenazo. Es imposible que él sepa algo, de todas maneras: el edificio del colegio y el del instituto están separados por una valla, no comparten nada más que nombre. Solo Javier, en primer año de instituto, coincide con Violeta.

Decide rendirse y volver a tomar el volante para seguir el camino. Ya hablará con ella cuando llegue a casa.

—Estás tú que me creo yo que no ha venido un profesor. Esa se ha ido por ahí —masculla, apretando el volante con los puños. Se salta un ceda el paso, haciendo que Javi se lleve las manos a los ojos. Por suerte para su salud, tanto física como mental, no sufren ningún accidente—. Vamos, no la conoceré yo. Me habría llamado para que la recogiera, con lo vaga que es...

—Tete —en esta ocasión lo llama Camila, que se ha quitado uno de sus moños y juega con la goma en su muñeca—, ¿podemos ir a tomar un helado?

—Primero comemos, que los papás me han hecho comprar comida antes de irse, ¿vale?

—¿Eso significa que después nos tomamos un helado? —Los ojos de la más pequeña, Vero, brillan cuando se inclina hacia el lugar del conductor—. Porque yo quiero uno con dos bolas.

—¡Pues yo con tres! —Rebate su gemela, chasqueando la lengua—. Y dos de chocolate Milka de ese.

—¡Hala!, ¿yo puedo comer también? Pero con tres de chocolate, ¿eh? Sería un desperdicio de chocolate que hubiera una sin —llega a esa conclusión Martín.

—¡Qué copiota! —Camila lo señala con el dedo, y su hermano mayor finge que lo va a morder, sacándole un grito—. ¡AAAAAAAAAAAh! ¡Eres malo! ¡Raoul, que me quería morder el tontoculo este!

El rubio se detiene de golpe, sacándole un chillido no a una, sino a ambas gemelas. Todos lo miran con cara de pasmo cuando vuelve la cabeza hacia ella. Dos veces en cinco minutos. Debe ser un récord.

—Bajaos los dos. —Los ojos de la gemela mayor se abren con más fuerza que nunca. Martín está pálido—. Os vais a casa andando, que me tenéis hasta los huevos.

El chico de la ventanaWhere stories live. Discover now